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Marlies Kraemer, la feminista que desafía a la burocracia alemana

Por Sonia Gerth
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Cuando se trata de lenguaje inclusivo, existe una autoridad en Alemania que no tiene maestría en lingüística, ni en estudios de género. Es su sentido de rebeldía y lucha contra el patriarcado lo que ha caracterizado a Marlies Kraemer, una mujer de 81 años de edad, del pueblo de Sulzbach, en el suroeste de ese país.

Su tenacidad para incluir a las mujeres en el lenguaje de documentos oficiales le ha ganado fama en toda Alemania. Actualmente lucha en la instancia más alta de las cortes Alemanas: contra la Caja de Ahorros de su región, la “Saarbruecker Sparkasse”.

Y es que la “Saarbruecker Sparkasse”, en sus formularios oficiales y cartas, únicamente habla de “cliente” o “propietario de cuenta”. Pero Kraemer es mujer, por lo tanto, no podrían estar dirigiéndose hacia ella, concluyó, por lo que demandó a la Caja de Ahorros.

Sin embargo, quien dirige la Caja insistió en que el uso de la forma masculina no era discriminatorio, sino que incluye a todas y todos los clientes.

Cuando Marlies Kraemer habla del asunto, se indigna. En entrevista con Cimacnoticias afirmó: “en el idioma se expresa el sentir, hablar y actuar ¡es nuestro patrimonio cultural más alto! Y nosotras las mujeres ¡no aparecemos en nuestro idioma materno!” Está convencida de que el idioma influye nuestro pensar y actuar, y que el lenguaje incluyente es la clave para la igualdad de género.

En cambio, una de las tres instancias que hasta ahora han dictado sentencia en contra de ella, constató que el uso de la forma masculina era “neutral”, y que “desde hace 2 mil años” incluía a mujeres y hombres.

El Bundesgerichtshof, la segunda Corte más importante de Alemania, siguió esta argumentación diciendo que la gente está acostumbrada a expresarse a través de la forma masculina, y que “nadie sufre daños” por eso. “No es cierto”, dice molesta Kraemer, “somos invisibilizadas y silenciadas. Se viola el principio de igualdad expuesto en la Constitución”.

Sin embargo, la feminista no quedó sorprendida por el fallo de la Corte porque explicó que cuando estuvo en la sala de audiencia “vi estas miradas entre el juez y el abogado de la Caja de Ahorros, y entonces yo supe como iba a terminar la cosa”, dijo.

Eso no quiere decir que Kraemer va a ceder. Ya tiene una nueva abogada: “es una mujer feminista y estoy muy contenta con ella”, dice. Ella presentará su apelación ante la Corte Constitucional Alemana, el Bundesverfassungsgericht. Y si éste le niega su derecho a ser “clienta”, ya sabe que quiere ir hasta el Tribunal de Justicia Europeo.

Y eso a pesar de que ya no camina muy bien y evita viajes largos. Contó que hace algunos años solía hacer caminatas pero luego se fracturó el fémur en una caída, y desde entonces le da miedo pisar terreno desconocido. Su base de activismo está en su casa en Sulzbach, y todas las periodistas y equipos de televisión que quieren hablar con ella, tienen que visitarla. A cambio, reciben un té.

Kraemer colecciona todos los artículos y documentos, pero también las cartas de apoyo que recibe. “Ya tengo cinco carpetas llenas, donde me dicen que siga, porque el lenguaje es importante”, afirmó. De Austria, Suiza, y hasta España le han llegado “y cuando la gente joven me dice que quieren ser como yo cuando sean grandes, eso me empuja para seguir adelante”, dijo.

El camino de la luchadora por los derechos de las mujeres no fue prescrito para Marlies Kraemer. Nació en una familia pobre, la primera de cuatro hermanos y hermanas. El dinero nunca alcanzó para zapatos nuevos, “siempre tuve que ponerme el calzado viejo de otra gente, por eso mis pies son arruinados”, contó.

La niña Marlies siempre estuvo ansiosa de aprender, sobre todo le gustaban los idiomas, el inglés y el francés. Cuando recibió una beca para seguir estudiando, a mediados de los años 50, su padre lo prohibió. “Para qué si de todos modos te vas a casar?” fue su respuesta. Y así pasó.

Marlies se casó jóven, tuvo tres hijos y una hija, pero quedó viuda a los 35 años y siguió la vida al margen de la precariedad. Vendía comida en la calle, limpiaba y trabajaba de mesera. Finalmente, consiguió un trabajo como asistente de cocina en una universidad, y ahí empezó su carrera feminista.

Cuando su empleadora, la universidad de Saarbruecken, ofreció estudios para personas mayores sin bachillerato, Marlies se inscribió en sociología. “Fue lo mejor que he hecho en mi vida. Ahí se deshicieron los últimos nudos patriarcales que tenía en mi cabeza!”, afirmó.

Se integró al sindicato y al partido socialdemócrata y entró en la política municipal. En 1990, pidió un pasaporte. Pero en el documento que le llegó decía: “El propietario de este pasaporte es Alemán”.

“Eso no soy yo”, dijo Kraemer “¡no soy propietario sino propietaria, no soy alemán, sino alemana!”. Durante 6 años se negó a firmar su documento oficial. Hasta que en 1996, el Estado alemán adoptó la directiva europea que imponía poner “Firma del propietario/de la propietaria” en el pasaporte.

Su gran apoyo en ese tiempo fue su pareja, quien la acompaña a los procesos, y ayuda en las campañas solidarias. No son casados, pero viven juntos desde hace 40 años. Él se retira al primer piso cuando Marlies tiene visitas de periodistas. “Es tu cosa”, dice.

Pero ella narró que fue él quien la ayudó “muchísimo” para juntar firmas en su exigencia de cambiar el mapa meteorológico del país. Y es que hasta los años 90, todas las áreas de alta presión meteorológicas que significaban buen tiempo, tenían un nombre masculino en alemán. Todas las áreas de baja presión, que significaban lluvia, tenían nombre femenino.

Los nombres fueron dados por el Instituto de Meteorología de la Universidad Libre de Berlín. “Estructuras patriarcales por excelencia”, analizó Kraemer, y junto con una periodista emprendió la batalla mediática en contra.

Estuvo sorprendida por la respuesta a esta iniciativa. “El primer día lo pasé en el teléfono desde las siete de la mañana hasta las seis de la noche”, narró. Cada vez que colgaba, sonaba otra vez.

Kraemer no se cansó de explicar sus motivos. “La gente me pregunta: ‘¿No encuentras nada más importante por qué luchar?’” y de una vez compartió su respuesta: “Yo les digo: ¿y qué? y cuando empiezan a enumerar les pregunto qué hacen para combatirlo. Se callan enseguida”, comentó sonriendo.

A los comentarios misóginos y mensajes de odio, ni siquiera les hace caso. “Decidí hace años que no quiero invertir mi energía en este tipo de gente. Que se mueran tontos”, explicó. Kraemer no tiene cuenta en redes sociales, pero admira a las feministas jóvenes que responden a las discusiones con personas sexistas día a día.

La lucha por los nombres meteorológicos se ganó rápidamente y desde 1998, la Universidad de Berlín alterna entre nombres masculinos y femeninos para las presiones bajas y altas.

Ahora, a sus 81 años de edad, Kraemer quiere agregar otra victoria contra el lenguaje patriarcal a su cuenta. Dos instancias le quedan en su lucha contra la Caja de Ahorros: La Corte Constitucional, el Bundesverfassungsgericht, y la Corte Europea de Derechos Humanos.

La activista estimó que le quedarían “unos diez años” para luchar contra la corriente. Una vez, una periodista la preguntó si era “feminista radical”, y con su astucia, ella contestó: “Radical viene de la raíz, y si se trata de erradicar el patriarcado desde la raíz, estoy muy de acuerdo. Soy feminista radical, con todo gusto me puede llamar así.”

18/SG/LGL

 

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