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Más sola que Nunca

Por Marta Guerrero González

Para Brenda, la soledad significaba el mayor riesgo. Cada noche tenía que cruzar los llanos abandonados y los caminos que rasgaban la serranía, que conduce a las chozas del monte pelón donde los lugareños han fincado de cualquier modo unas cuantas chozas, que aún sin luz y sin servicios, dan albergue a la numerosa prole de unas cuantas mujeres quienes sufren maltrato, de alguna manera, colectivo.

El hombre de Brenda, un golpeador borracho, llegó al punto de abusar sexualmente de una pequeña, de su propia hija, de nueve años. Fue entonces que Brenda no pudo soportarlo más y tomó el cuchillo para defender, eso sí, a su hijita.

El filo de la hoja resbaló y la furia dio con el cuerpecito de la pequeña sin que su madre lo notara porque con toda su furia volvió a arremeter contra el hombre que odiaba y temía al mismo tiempo.

Se trabaron enana lucha y Brenda perdió el sentido al golpearse la cabeza con la esquina de la mesa. Cuando despertó la pesadilla no se fue. Sus cuatro hijos habían sido apuñalados, todos fueron asesinados, su hombre se había vengado no sólo matando a sus vástagos sino también acusándola de haber sido la asesina, poseída por la rabia y los celos, en un acto de locura y resentimientos.

Los policías le creyeron, echaban trago con él y estaban cansados de oír a su amigo quejarse de la pinche vieja malagradecida y desobligada que tenía. A Brenda la detuvieron y le tomaron la declaración. Hubo quien sin duda le creyó pero en la agitada madrugada, no tuvo oportunidad de decírselo. El hombre fue atendido de sus heridas mientras Brenda enloquecía en los separos de la dependencia.

Brenda estaba sola, probablemente no deseaba la vida, probablemente pensaba en sus hijos y en las horas en que, sin sentido, los había dejado a solas con el padre asesino. Seguramente trató de recordar lo sucedido, intentó imaginar cómo pasaron las cosas, posiblemente el golpe de la cabeza fue mucho más contundente que lo que pensaron los del Ministerio Público.

Para Brenda terminó el tormento. Nadie sabe si el golpe la mató, si fue un derrame, si murió de pena, desconsuelo e impotencia. La investigación se cerró con su muerte, o alguien terminó primero con su vida y luego dio vuelta a la hoja. Lo cierto es que el hombre vive y está libre pregonando la locura de su mujer mientras enamora a otras.

Yo no puedo dejar de pensar en la terrible historia y en la soledad de Brenda. Hay algo dentro de mí que clama por justicia, que le crea a ella y que lo condena a él. Me gustaría decirle que no está sola.

*Periodista y escritora

2005/MG/LR

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