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Maternidad lésbica, ¿para qué?

La mujer lésbica que desea ser madre se encuentra con que la inseminación y otras técnicas de reproducción asistida han sido apropiadas por la tiránica ley del mercado.

Sumado a lo anterior, se enfrenta a cuestionamientos, burlas, censura, atropellos, desprotección total a las madres por opción, padres biológicos que pelean custodias y jueces que discriminan, entre otros obstáculos. Sin embargo, se puede ejercer una maternidad diferente, no condicionada por las legislaciones, lo económico y las presiones sociales,

«Mi cuerpo es mío… para abortar… para parir» era una frase de las Madres Lesbianas Feministas Autónomas en Argentina, que reivindicaban la maternidad lésbica como un ejercicio de apropiación del cuerpo y de los deseos lésbicos.

Coincido: nuestro cuerpo, nuestra elección. Una maternidad ejercida no desde la inmanencia, no desde la obligación cultural, no desde la demanda biológica. Una maternidad deliberada, buscada y conseguida, ejercicio de libertad y amor hacia una misma, hacia la nueva o el nuevo ser convocada, como se convoca una maravilla.

Sin embargo, esta libertad idealizada líneas arriba se torna una falacia cuando se mira en el entorno que el realizarla es mucho más que complejo. La posibilidad de la inseminación y otras formas de reproducción asistida son una fantasía para muchas. Como la mayoría de los aportes científicos a la humanidad, fue apropiada por la tiránica ley del mercado.

Así, en América Latina, la lesbiana que tiene recursos, muchos recursos económicos, puede pagar y ejercer su derecho a la maternidad. Para las que no tenemos esos mismos recursos, se suma a la lista de libertades inalcanzables. La cuestión de clase, una vez más nos divide.

La legislación jurídica en contra de la discriminación y por el acceso a igualdad de oportunidades, que permitiría a lesbianas y mujeres solteras este servicio en forma pública y gratuita, es un clamor que apenas se levanta y que llevará muchas batallas hacer realidad.

LA «CAZA» DEL SEMEN

Esta falta de acceso es una condena que pone en peligro a quienes buscan la maternidad lésbica, pues si bien existen hombres donadores como amigos, hermanos o conocidos, existe el riesgo de que posteriormente busquen imponer condiciones económicas, emocionales, físicas e incluso sexuales. Diversos tipos de chantajes a cambio del semen otorgado.

La «caza» del semen, que por desgracia todavía se practica teniendo encuentros sexuales no protegidos en busca de un embarazo, es una ruleta rusa que puede implicar Infecciones de Transmisión Sexual e incluso la muerte, y queda por discutir el sometimiento del ejercicio de la sexualidad como una capitulación en pro de la reproducción.

El poder de la ciencia al alcance de unas cuantas no es un accidente económico, es una realidad que implica responsabilidad. El hecho de que unas tengan acceso al privilegio y lo ejerzan sin antes exigir que la opción sea para todas las que lo deseen, es ya ser parte de la construcción opresora.

Aún más, hay mucho que trabajar en torno, pues incluso las del privilegio económico llegan a ser maltratadas en los consultorios por especialistas que discriminan, que cuestionan, juzgan moralmente y llegan a negar el servicio.

Un segundo rango de la opresión por medio de la inseminación y otros métodos de reproducción asistida es la perpetuación de la discriminación racial. No más niños nuestros de grandes ojos negros y piel morena.

Veo hoy a lesbianas en mi país frecuentemente abriendo sus cuerpos al semen anglosajón. Lesbianas latinas pariendo niños rubios. Quien paga manda y ellas compran el que sus hijos han de responder a la idea de lo estético mediático impuesto.

He escuchado un comentario: «Ya sé que yo soy morena, pero quería que fuera como mi abuelo, que era alemán, para que fuera más aceptado. Otro: «Pues sí, compramos semen de un ruso, pero no es por el color de la piel, es sólo para que no sea tan bajito, sólo una ayuda a los genes». Pareciera que lo importante, desde algunas que hablan de la «diversidad» es ser lo más «iguales» al molde del poder.

LA MISMA REALIDAD

Más allá de la forma en que engendramos a nuestras hijas e hijos, habría que preguntarse, también, esta maternidad ¿para qué?

¿Qué tan distinta podría ser la nuestra a una maternidad heterosexual, si seremos constreñidas por la misma realidad que dicta sobre todas las mujeres que eligen ser madres y las que no eligen la maternidad, pero se someten a ella?

Realidad de menor índice de acceso laboral y salarial a nuestro género, en donde existen guarderías insuficientes, falta de apoyos para madres heterosexuales o no, en pareja o no, en todas sus formas. Falta de redes de apoyo y lógica de competencia entre mujeres.

Además, calles llenas de escaleras, hoyos e impedimentos para circular con embarazos avanzados, con niñas o niños en brazos o con carriolas, pasando por un entorno de inseguridad para las niñas y niños, acosos físicos, ideológicos y sexuales a nuestras adolescentes, horarios laborales inflexibles, hasta llegar a la injusta distribución de la riqueza que implica desigualdad y violencia en salud, educación y de calidad de vida para nosotras y para les nuestros.

Sumado a lo anterior, la maternidad lésbica se enfrenta a cuestionamientos, burlas, censura, atropellos, desprotección total a las madres por opción, agresiones, padres biológicos que pelean custodias, jueces que discriminan y señalan, vecinos, maestros de los hijos… hay innumerables casos, que es preciso no perder de vista, pues implican formas de violencia extras que se imponen a nuestra realidad.

En esta cuestión de lo visible, hoy existen lesbianas con innumerables blogs en el ciberespacio hablando de ese ejercicio de la maternidad, quienes cumplen una parte de esta función que puede mantener atenta la mirada.

Aunque, por supuesto se trata de quienes tienen el acceso a las tecnologías de la información, de quienes, aún cuando se quejan de gastos y presiones económicas pueden publicar, tomadas con su cámara digital, fotografías de hermosas habitaciones decoradas en rosa y llenas de juguetes, la ropa de bebé en su espera de maternidad o el primer puchero, con muy escasa reflexión política.

Sin embargo, hay otras formas de ser lesbianas y ser madres, que pasan a la inexistencia opacadas ¿negadas, desconocidas? por la lógica, como la de la mujer que es obrera y tiene salario mínimo, o la que trabaja en la recolección de la basura, o la que sólo tiene educación primaria, que parecieran maternidades no tan glamorosas, que no siempre tienen medios a su alcance para mostrarse, para encontrarse y por tanto no son nombradas.

LA ACEPTACIÓN SOCIAL

Hay un común en las palabras de quienes sí son visibles. Madres lesbianas, las de los libros, las revistas y los blogs quienes cuentan de la dificultad para salir del closet con familias, de la educación de la niñez, de cómo conciliar con familias heterosexuales, de la pareja y el lugar en donde viven: la «aceptación social» como demanda principal.

¿Es así la maternidad lésbica? ha de tratarse de mamá y mamá, criando niños y repitiendo el viejo y agotado modelo heterosexual, en busca de la aceptación social, de la normalización. Esgrimir cifras en donde se expone que los hijos y las hijas de lesbianas pueden ser heterosexuales, según el estudio tal; que pueden ser eficientes en la escuela, que socializaran normalmente, que no serán tan diferentes.

¿Y qué, si no son heterosexuales; y qué, si son diferentes? ¿No es una trampa de homogenización más? Dar nietos, sobrinos, ahijados, demostrar que no somos tan distintas, «familias como otras, familias modelo» Habría que preguntarse qué tanto responde este discurso a la mirada y aceptación de los otros. Cabría preguntarnos, en estas condiciones, ser madres, una y otra vez: por qué, para qué.

* Integrante de Madres Lesbianas Feministas Autónomas. Texto publicado por Cuadernos Feministas

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