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Mejor prevenir

Por Cecilia Lavalle

De veras que para formar parte de los animales racionales somos bastante bestias. Y no me refiero al despliegue de bestialidad que suele hacerse en las guerras, sino a la desplegada en actividades tan cotidianas que en pleno siglo XXI parecerían inocuas, como conducir un automóvil. Pues he aquí que tan bestias somos conduciendo, que El Día Mundial de la Salud, celebrado el pasado miércoles 7, fue dedicado a la seguridad vial.

Bajo el lema «La seguridad vial no es accidental. Es una cuestión de voluntad política», la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió llamar la atención este año respecto a las muertes y daños causados por el tránsito vehicular. Y no son pocas. Según el Informe Mundial sobre la Prevención de los Traumatismos Causados por el Tránsito, los choques en las vías públicas son la segunda de las principales causas de muerte a nivel mundial entre jóvenes de 5 a 29 años de edad, y la tercera entre la población de 30 a 40 años. Estas colisiones dejan cada año 1.2 millones de personas muertas (un promedio de 3 mil diarias) y 50 millones más de personas heridas o discapacitadas.

En el informe, elaborado conjuntamente por la OMS y el Banco Mundial (BM), en el que participaron más de 100 expertos de todos los continentes, se apunta que de no tomarse medidas de prevención estas cifras aumentarán 65 por ciento en los próximos 20 años.

Si bien no es posible medir los costos emocionales que ocasionan éstas tragedias, si es posible medir las pérdidas en pesos y centavos. De acuerdo con el estudio de 176 cuartillas, el costo mundial producido por los choques y lesiones de tránsito asciende a 518 mil millones de dólares al año, de los cuales 65 mil millones corresponden a países con ingresos bajos y medianos, como el nuestro. Y en este cálculo no se encuentran los costos que asumen las familias cuando uno de sus miembros ha quedado discapacitado, o cuando el sostén principal ha muerto.

En los datos contenidos en el documento, me llama la atención que las tasas de mortalidad causadas por el tránsito, en todos los grupos de edad, sea mucho mayor en varones que en mujeres. En 2002, el 73 por ciento de los fallecidos fueron varones. Sin duda habrá que analizar estas cifras con la lupa de la perspectiva de género, teoría que ha venido señalando cómo se educa a los hombres para ser osados, agresivos y asumir conductas de riesgo como señal de virilidad.

Otro de los datos alarmantes se encuentra en el rango de edad. Resulta que más de la mitad de las defunciones en el mundo corresponde a personas entre los 15 y los 44 años. En los países con ingresos altos es peor aún, porque las mayores tasas de mortalidad por causas de tránsito están en jóvenes de entre 15 y 29 años. Esto significa que en las mejores etapas de la vida están falleciendo personas a causa de colisiones de tránsito. No es gratuito, entonces, que la OMS se refiera a este problema como un asunto de salud pública.

Las causas de tantas tragedias son varias. Por eso la campaña de concientización de la OMS está enfocada a rechazar la fatalidad, la indeferencia y la resignación con que se suele rodear a los accidentes viales. A lo largo del informe no se utiliza la palabra «accidente», y es que, como bien se apunta, esa palabra implica algo inevitable, impredecible, y los choques de tránsito en gran medida son evitables. Tan lo son que Canadá, por ejemplo, entre 1975 y 1998 disminuyó en 63 por ciento la tasa de mortalidad de tránsito (que se mide por cada 100 mil habitantes).

En este sentido, algunos de los elementos que permiten prevenir «accidentes» implican de manera fundamental a la autoridad. Entre las medidas señaladas en el informe se contempla la aplicación de leyes referidas a los límites de velocidad, al consumo del alcohol, a la utilización de teléfonos celulares, al uso de cascos para motociclistas, a limitadores de velocidad en transportes públicos, entre muchas otras.

En nuestro país, seguramente los altos índices de muerte y lesiones causadas por el tránsito involucran el alcohol como uno de sus protagonistas principales. Y en este punto habría que averiguar cuánto influye la corrupción. ¿En cuántos lugares se vende licor a menores de edad? ¿Cuántos jóvenes están conduciendo vehículos a muy temprana edad? ¿Cuántas veces por una lana dejan seguir conduciendo a una persona en estado de ebriedad? Pero también, sin duda, prevenir implica una enorme dosis de responsabilidad ciudadana. Baste recordar cómo al programa del alcoholímetro implementado por el gobierno del Distrito Federal, rápidamente se contrapuso uno implementado por restauranteros que ofrecían brindar a sus clientes una «ruta segura» evadiendo los retenes policíacos.

Hoy, que para muchos terminan las vacaciones de Semana Santa, no está de más recordar que es mejor prevenir que lamentar.

*Articulista y periodista de Quintana Roo.

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