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Michelle, la primera mandataria

Por María Elena Hermosilla

«¿Quién lo hubiera pensado, amigas y amigos….Quién lo hubiera pensado? ¿Quién hubiera pensando, hace veinte, diez o cinco años, que Chile elegiría como presidenta a una mujer?» Michelle Bachelet, esta médica pediatra (socialista, agnóstica y «madre soltera», como destaca la prensa internacional), de sonrisa fácil y vida difícil, que el pueblo de Chile decidió poner en la primera magistratura con el 53.5 por ciento de los votos, abrió así su discurso de triunfo la noche de la elección.

Completamente sola -sin padrinos políticos a su lado-, sin marido ni padre, su figura pequeña delineada contra una gigantesca bandera chilena de fondo, habló a la multitud que celebraba con una alegría pocas veces vista entre gente austera, inexpresiva, católica y conservadora, como se dice que somos los chilenos.

La futura mandataria pudo haber iniciado su discurso con mil temas, pero lo abrió justamente con el que transforma su elección en hito histórico para Chile y Latinoamérica: su condición de mujer; pues si bien no es la primera en la región entre las que han logrado instalarse en la cúspide del poder político de sus países, es casi la única que lo ha hecho por liderazgo propio y no derivado de ser «hija de», «esposa de» o «viuda de».

Mucho se ha escrito y dicho ya sobre el significado político y económico del rotundo triunfo electoral de Bachelet. Hasta el New York Times y el Washington Post se han dignado a dedicarle artículos a su modernidad y a su futuro gobierno en una América Latina marcada por la fuerte presencia de liderazgos como los de Chávez, Lula, Kirschner y, ahora, Evo Morales. Me interesa hablar de su significado para la participación política de las mujeres.

TODAS FUIMOS PRESIDENTAS

Ya hace tres semanas, la noche del único debate televisivo con su contrincante, el derechista Sebastián Piñera, Michelle llamó a la ciudadanía a hacer historia con ella, eligiendo en Chile a la primera presidenta. Así, puso sobre la mesa en forma destacada el tema de su condición de mujer, sin soslayarlo -como la «prudencia» política lo habría aconsejado-; sin disfrazarse de «caballero con faldas», a lo Thatcher, haciendo ver que no da lo mismo en el momento que vive el Chile de hoy el género de quien nos lidera. Con ello, ella misma le dio un significado épico, trascendental, a su elección.

La noche del triunfo, en la Alameda -la principal arteria de Santiago- vi a cientos de mujeres con réplicas de la banda presidencial (de plástico, vendidas a menos de dos dólares por el comercio ambulante), terciadas sobre el pecho, con un orgullo y un fervor que hace años no se veía en este país. «Todas íbamos a ser reinas», escribió nuestra Premio Nobel Gabriela Mistral. Lo que no imaginó la divina Gabriela es que la noche del 15 de enero todas fuimos presidentas… Y queremos seguirlo siendo.

De alguna manera, las mujeres sienten que el poder conquistado por Michelle es su propio empoderamiento y que el triunfo las valora también a ellas. Y es que la elección de Bachelet en Chile es la reparación simbólica de una de las más escandalosas y antiguas desigualdades, tan escandalosa como la distancia entre pobres y ricos: la falta de oportunidades para las mujeres y la profunda desigualdad entre los géneros.

En uno solo de los planos, el de la presencia de las mujeres en los espacios de la vida pública, la participación femenina es históricamente escasa, aunque ha ido mejorando paulatinamente con los años en los gobiernos de la Concertación Democrática (la cual sucedió en el gobierno a la dictadura de Pinochet).

En el mercado laboral, la participación femenina, de 32.4 por ciento en 1990, aumentó a un 42 por ciento en 2003, de acuerdo con cifras oficiales. Sin embargo, ese porcentaje sigue siendo bajo en relación con otros países de la región, lo que indica que hay un 58 por ciento de mujeres que no tienen ingresos propios.

Las jefas de hogar, como nuestra presidenta electa, han aumentado de 20 por ciento en 1990, a 26.2 por ciento en 2003, lo que indica que en Chile crece la proporción de mujeres que deben cuidar del hogar y de sus hijos y, al mismo tiempo, producir los ingresos para sustentarlos. Los hogares con jefatura femenina son los más pobres de Chile.

En cuanto a participación política, recién en 1952 las mujeres obtuvimos derecho a voto para elegir presidente de la República. 53 años después, su presencia en cargos de decisión política sigue siendo baja. En el actual gabinete, sólo el 17.6 por ciento son mujeres Ministras.

Los datos de los demás cargos: son 24 por ciento de subsecretarias; 21.7 por ciento de secretarias regionales ministeriales; 7 por ciento de intendentas y 27 por ciento de gobernadoras. En el actual Parlamento hay 12.5 por ciento de diputadas y un 5 por ciento de senadoras. La participación es baja; sin embargo, todas las decisiones que se toman afectan por igual a hombres y mujeres.

SOBRE LIDERAZGOS FEMENINOS

Ha sido difícil para la democracia chilena superar la tradición social y cultural machista constituida desde la colonia y exacerbada por los 17 años de dictadura pinochetista, que fue neoliberal en lo económico y profundamente conservadora en lo cultural y en su concepción de género. La cultura machista opera como barrera implícita y explícita para la participación y el desarrollo de liderazgos políticos de las mujeres.

La experiencia del actual gobierno de Ricardo Lagos, a quien sucederá Bachelet, indica que cuando se quiere quebrar la tradición conservadora, se puede. Cuando hay voluntad política, las cosas pueden cambiar. El liderazgo político de las mujeres es como un torrente que busca romper las barreras que coartan su caudal.

Dos de las cinco mujeres que Lagos nombró ministras al iniciar su mandato llegaron a ser precandidatas de la Concertación Democrática a la Presidencia. Una de ellas, Soledad Alvear, en diciembre fue electa senadora por la Región Metropolitana con una altísima votación; la otra será nuestra primera mandataria. Esto quiere decir que hay una parte importante de la ciudadanía que no sólo lo acepta, sino que lo desea y lo expresa con su voto.

LA MAGIA DE LA DEMOCRACIA

Estamos iniciando una nueva era en materia de equidad de género e igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. El compromiso de Bachelet de hacer un gobierno paritario (50 por ciento de mujeres en todos los cargos de gobierno), es una muestra de los aires renovados de justicia, libertad e igualdad que soplan en Chile. «La magia de la democracia», como lo dijo en su discurso la presidenta electa.

Creo que la elección de Michelle Bachelet y la respuesta ciudadana a su discurso explícito de candidata mujer indican un importante cambio cultural en marcha. De ahora en adelante, ningún puesto de decisión será tabú para nadie, ni hombre ni mujer. Como dijo alguien, a partir de ahora, aunque sea en teoría, las mujeres tendremos el límite que sólo nosotras nos autoimpongamos.

Michelle Bachelet en la presidencia también será motor de dicho cambio. Su presencia en la más alta magistratura, así como sus políticas de gobierno, irán contribuyendo a erradicar profundos enclaves de machismo en el corazón y la mente de mujeres y hombres que van desde su peor cara, la violencia intrafamiliar -ejercida por unos y aceptada por otras- hasta las otras mil facetas de la discriminación, como el acoso sexual, la discriminación por presencia física o por edad, la falta de oportunidades laborales y la baja participación en cargos públicos.

¿QUIEN ES MICHELLE BACHELET?

Michelle Bachelet nació en Santiago en 1951. Es pediatra y tiene estudios de posgrado en Ciencias Militares. Su madre, Ángela Jeria, es arqueóloga. Su padre, Alberto Bachelet, llegó a General de Brigada en la Fuerza Aérea de Chile. Considerando su experiencia organizativa en la Fach, en 1972 el Presidente Allende solicitó a su padre que se hiciera cargo de la Oficina de Distribución de Alimentos, función que ejercía cuando se produjo el golpe, el 11 de septiembre del 73.

El mismo día fue detenido y recluido en la Academia de Guerra Aérea, bajo la acusación de traición a la patria. Posteriormente fue trasladado a la Cárcel Pública, donde el 12 de marzo de 1974, a consecuencia de las torturas padecidas en prisión, el general Bachelet tuvo un infarto cardíaco que le provocó la muerte.

En 1970, Michelle había iniciado la carrera de medicina en la Universidad de Chile. A pesar de las dramáticas circunstancia que vivían el país y su familia, prosiguió sus estudios y se inmiscuyó en actividades vinculadas al Partido Socialista, en el cual milita hasta hoy, y de ayuda a personas perseguidas.

Así fue hasta que a mediodía del 10 de enero de 1975 agentes gubernamentales se presentaron en el departamento donde vivía con su madre y las trasladaron con los ojos vendados a un lugar indeterminado que resultó ser la Villa Grimaldi, el principal centro de torturas de la dictadura.

En la Villa Grimaldi las separaron y sometieron a nuevos interrogatorios y apremios físicos. A su madre la llevaron a un lugar denominado «la torre» y a Michelle la ubicaron en una pieza con camarotes, junto a otras ocho presas. Días después las trasladaron al centro de detenidos de Cuatro Álamos, donde permanecimos hasta ser liberadas. Viajaron a Australia en carácter de exiliadas y luego a la República Democrática Alemana, donde Michelle continuó estudiando.

Regresó a Chile en 1979, retomando sus estudios en la Universidad. de Chile. En 1982 se recibió como médica cirujana y postuló al sistema público para trabajar como médica general de zona. La solicitud le fue denegada «por razones políticas». En cambio, por desempeño, calificaciones y las publicaciones efectuadas, se ganó la beca Colegio Médico de Chile, que le permitió los siguientes cuatro años especializarse en pediatría y salud pública.

Con la restauración de la democracia, en 1990, se abrieron enormes desafíos para levantar el maltrecho sistema de salud público. Desde 1994 fue asesora del Ministerio de Salud en temas de Atención Primaria y en gestión de Servicios de Salud.

A mediados de los 90, Michelle percibía que el país había avanzado en la consolidación de la democracia, pero también observaba que persistían dificultades para la plena normalización de las relaciones entre el mundo civil y el militar. En parte, y desde su particular experiencia familiar, lo atribuía a que en las visiones de su mundo político no se le daba la importancia que requería a una política de defensa y sus correlaciones institucionales, políticas y culturales.

Esa reflexión la llevó a realizar un curso sobre estrategia militar en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE), en el que logró el primer lugar de la promoción. Esa especialización le permitió incorporarse como asesora del Ministro de Defensa.

Al asumir la presidencia Ricardo Lagos en el 2000, la designó como su ministra de Salud. Tenía que dirigir un Ministerio del que dependían directamente más de 70 mil funcionarios y una red de servicios que llega a todos los rincones del país, además de supervisar directa o indirectamente los servicios autónomos de salud municipales y la extensa área que cubre la salud privada.

La designación de Bachelet en Salud, así como la de Soledad Alvear en la cartera de Relaciones Exteriores; la de Alejandra Krauss en Planificación, y la de Mariana Aylwin en Educación, junto con Adriana Delpiano en el Ministerio de la Mujer, tuvo un gran impacto en la opinión pública, porque por una parte «naturalizó» la presencia de mujeres en altos cargos de decisión política, pero demostró también que se abría una fuerte competencia altamente calificada para los varones aspirantes a los cargos.

En los primeros días del año 2002, el presidente Lagos procedió a una importante modificación de su gabinete; el 7 de enero, Michelle Bachelet se convirtió en ministra de Defensa Nacional, la primera mujer en ese cargo en la historia de Chile y de América Latina, con escasos precedentes en el resto del mundo.

No obstante lo inédito y sorpresivo de la designación, las jerarquías institucionales de las Fuerzas Armadas y de Orden colaboraron en el ejercicio de la autoridad política de que fue investida. Con ellas continuó impulsando los planes de modernización de las Fuerzas Armadas y del Ministerio de Defensa. Michelle comenzó a aparecer en las encuestas como uno de los personajes con mayor futuro en la política del país.

Ejerció el cargo hasta el 1º de octubre del 2004, cuando comenzó a dedicarse de lleno a una candidatura presidencial como representante de la Concertación, respaldada en alentadoras encuestas de opinión. Dentro del conglomerado de gobierno, su competidora fue Soledad Alvear, militante demócrata cristiana quien finalmente retiró su precandidatura.

Antes de la elección, Bachelet se definía como «una chilena ni más ni menos que millones de mujeres. Trabajo, llevo mi casa y dejo a mi hija en el colegio. Pero además, soy una chilena con una vocación de lucha y de servicio público. Y con una trayectoria política que me ha llevado, sin yo imaginarlo ni pedirlo, a un trance histórico que no eludo: encabezo ampliamente todas las encuestas acerca de quién será la próxima presidenta de Chile».

* Periodista chilena. Presidenta del Comité Ejecutivo Regional de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género

06/MH/Y

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