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Migración femenina, la otra catástrofe del sur

Por Ma. Guadalupe Gómez Quintana

Miles de mujeres y niñas centroamericanas cruzan indocumentadas cada año la frontera Guatemala-México con el afán de llegar a Estados Unidos. Nada las detiene: cansancio, hambre, enfermedad, ataques de pandillas, agresiones de policías y agentes migratorios, discriminación, secuestro, violaciones sexuales. Tampoco la latente amenaza de la muerte.

Proceden la mayoría de áreas rurales de Guatemala, donde la crisis económica provoca –como en toda Centroamérica– la pobreza extrema de más de la mitad de la población, que resulta en migración forzada, dice el Banco Mundial.

Campeche, Tabasco, Chiapas, Oaxaca y Veracruz se convirtieron en una zona de paso de mujeres centroamericanas que se dirigen al norte. Transmigrantes, las llaman autoridades mexicanas.

No hay cifras precisas sobre su cantidad, casi todas lo hacen sin documentos migratorios o de ningún tipo. A veces llevan a sus hijas o hijos. La Dirección General de Migración y el Instituto Nacional de Estadística de Guatemala reconocen el evidente incremento de mujeres migrantes que puede estar ya superando la cifra de varones.

El aumento sostenido de detenciones, deportaciones y rechazos de mujeres por las autoridades mexicanas –más de 200 mil al año, según cifras oficiales– confirma también la feminización de la migración.

Este fenómeno impacta, casi siempre negativamente, la vida de familias, comunidades y sobre todo a las migrantes, que se convierten en campo fértil para todo tipo de abusos en su recorrido.

Fabiola García y Abner Paredes, del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) de Guatemala, coinciden con ONG y OSC en que representan 40 por ciento de la migración total de ese país, 6 de cada 10 son mayas, jóvenes y madres, las más vulnerables y las que más expulsan de México.

Al igual que hondureñas, salvadoreñas, costarricenses y hasta nicaragüenses, tienen baja escolaridad o son analfabetas, varias son monolingües.

Perdieron la esperanza ante la falta de dinero para comida, medicinas, útiles escolares, ropa, zapatos, juguetes, para comparar jabón, toallas sanitarias, pañales… Se hartaron de esperar respuestas, dicen OSC y ONG, académicas y académicos, la Iglesia y aún instituciones gubernamentales. Huyen también de la violencia familiar.

Migrar requiere dinero. Venden entonces sus pertenencias, animales, piden prestado o echan mano de sus ahorros. En pocos casos, los familiares mandan desde México o EU.

Siempre hay cerca un pollero o coyote que las traslada. Un viaje en camión de Guatemala capital hasta la frontera México-EU cuesta de 15 mil a 25 mil quetzales (cada quetzal equivale a 1.4 pesos mexicanos). De ahí tendrán que cruzar a pie el desierto de Arizona.

Si reúnen de 20 a 30 mil quetzales, irán directo en avión hasta el aeropuerto de Los Ángeles, con documentos apócrifos, revela Abner Paredes.

Sin embargo, para la mayoría esto es imposible y tienen que viajar prácticamente a pie, con paradas constantes en localidades donde trabajan y reúnen más dinero, si es que no son secuestradas, mueren o son detenidas en las estaciones migratorias.

EL CRUCE

Toda la frontera entre ambos países es hoy un enorme cedazo de 572.986 kilómetros por el que cruzan las mujeres indocumentadas de Centroamérica, junto con personas de Sudamérica y aún de Asia, que suman 24 millones al año, dice el Instituto Nacional e Migración (INM).

Antes los puntos de cruce eran las poblaciones guatemaltecas de San Marcos, La Mesilla y Huehuetenango, pero ante el endurecimiento de las acciones anti inmigrantes de autoridades mexicanas, lo intentan prácticamente en toda la frontera.

Es una presión demográfica sin precedentes. Rebasa la capacidad de vigilancia de autoridades y funcionarios de migración de ambos países. Supera el éxodo que provocaron las guerras centroamericanas de los 80. Por eso endurecieron la frontera.

MIGRACIÓN PENDULAR

A esta ola migratoria al norte se suman miles de mujeres mexicanas de Chiapas, Quintana Roo, Oaxaca, Guerrero quienes, al igual que las centroamericanas y con un perfil similar, con frecuencia no pueden irse de inmediato a EU, por lo que se emplean en la frontera, migrando en forma pendular.

De los Altos de Chiapas viajan hacia Bahía del Carmen, Campeche, o a Cancún, Quintana Roo, para trabajar en hoteles, fábricas, asegura la Organización de Mujeres de la Unión de la Selva, Chiapas. También van al DF. Hay camiones especiales sólo para mujeres y no pocas son víctimas de tratantes que las explotan en el trabajo sexual.

Hasta hace poco, mexicanas y centroamericanas utilizaban el tren que pasaban por Palenque, pero suspendió su recorrido, luego de una violenta redada. Trasladaba hasta mil quinientas personas en cada viaje y las OSC hablan de viajes exclusivos de mujeres, sobre todo hondureñas, muchas de ellas con sus hijas e hijos de 5 a 10 años.

Sin tren, hoy están en Tenosique o Villahermosa y viajan a pie. En Palenque muchas rentan cuartos en espera de que vuelva a pasar, revelan las organizaciones. Ni el INM sabe con certeza cuál es ahora la ruta y es probable que el secuestro de mujeres se incremente, advierten.

En Tapachula, 9 de cada 10 trabajadoras del hogar son guatemaltecas, dice la académica Ana Monzón. Y una gran cantidad de trabajadoras sexuales son hondureñas y salvadoreñas, señala Rodolfo Casillas, de Flacso.

La confluencia de las migrantes en condiciones de alta vulnerabilidad fomenta la presencia de policías que intentan detenerlas, pandillas, traficantes de migrantes indocumentados, tratantes de personas, muchos de ellos vinculados entre sí.

«En Tapachula estamos trabajando porque tenemos que juntar dinero para pagarle a un señor de Filadelfia que viaja, transporta carros. Él es trailero, arregla los papeles para llevarnos al Norte, a mí, a ella (compañera de trabajo) y a mi hermana. Nos va a llevar porque se va a casar con mi hermana.», dijo Diana trabajadora sexual hondureña, de 17 años, a Rodolfo Casillas.

Por eso, no es gratuito que Chiapas muestre uno de los índices más altos de asesinatos con componentes de violencia sexual, indica Alejandro Cerda, del Ciesas.
07/GG/CV

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