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Mis fotos desnuda

Por Lydia Cacho
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Arturo de 15 años extraña a su novia Vero de 14. Manda un pin diciendo que la extraña mientras mira chicas topless en la playa. Le pide una foto.
 
Vero se toma una sin top. Le pide reciprocidad y él se fotografía desnudo. Los chicos se ríen y excitan con lo que consideran un acto consensual. “Si él me ve desnuda en persona –dice Vero–, ¿qué tiene de malo que me vea en su teléfono?”.
 
Millones de jóvenes se preguntan eso hasta que algo sucede con las fotos, cuyo intercambio es considerado un acto delictivo.
 
El “sexting” es el acto de enviar fotografías sexualmente explícitas vía teléfono móvil, y cuando esas imágenes son de menores de 18 años se considera pornografía infantil.
 
Las leyes contra este delito fueron creadas para detectar y detener a adultos pedófilos que, además de abusar de niñas y niños, comparten archivos con otros abusadores.
 
El problema es que la producción masiva de pornografía, tanto juvenil como adulta, que circula en el ciberespacio ha sido un factor de normalización de la pérdida de privacidad al llevar la vida sexual al espacio público.
 
La mayoría de personas, incluso adultas, creen que su teléfono o su correo electrónico, o su página de red social, están bajo su control y son una extensión de su vida privada.
 
Millones de personas ignoran la enorme vulnerabilidad de la comunicación celular y cibernética. Por un lado casi cualquiera con un mínimo de experiencia puede accesar a archivos de redes sociales, y por otro lado una vez que se termina la relación, miles de jóvenes en venganza hacen públicas las fotografías.
 
Hay incluso casos de extorsión de ex novios que amenazan con publicar fotos o videos explícitos si las jóvenes no aceptan volver con ellos. Otros simplemente descargan sus fotos telefónicas en Facebook sin filtrar los desnudos y causan serios problemas, desde depresión hasta el suicidio de adolescentes incapaces de manejar la humillación pública. 
 
El fenómeno del “sexting” es muy complejo. De acuerdo con las nuevas leyes, niñas, niños y adolescentes pueden ser acusados de poseer pornografía infantil y cometer crímenes cibernéticos, de comunicarse con menores de edad con el propósito de un acto lascivo, o de enviar datos dañinos con fines de seducción.
 
A partir de que en México se aprobaron las leyes antipornografía infantil, en varios estados las autoridades intentaron perseguir penalmente a jóvenes de menos de 15 años por “sexting”, como sucede en Estados Unidos.
 
Lo cierto es que toda la sociedad está metida en un embrollo muy complejo. Por un lado resulta indispensable detener al creciente número de pederastas, considerando que México está entre los tres países de mayor producción de pornografía infantil en el mundo y el primero en producción de “sexting”.
 
Según la ONU, México ocupa el tercer lugar regional en trata de personas con fines sexuales, así como el primero en Latinoamérica en turismo sexual infantil. La promoción de la pornografía adolescente no es casualidad, sino una estrategia de normalización. Entre un juego de jóvenes ingenuas se entretejen las redes delictivas que las atrapan.
 
No cabe duda que enfrentamos un problema de grandes proporciones. La encuesta de la Asociación Alianza por la Seguridad en Internet (ASI) reveló que 90 por ciento de las personas que envían “sexting” autofotografiándose en poses eróticas son mujeres.
 
La senadora Luisa María Calderón, vice coordinadora de Política Social del Senado, pidió al Instituto Mexicano de la Juventud y a la SEP que implementen programas contra el “sexting”.
 
Si bien tiene razón, no podemos olvidar que la solución integral debe incluir que los padres y madres que entregan un celular a sus hijas e hijos sepan hablarles sobre el “sexting”, no amenazando con quitar el aparato (nunca funciona), sino educando sobre sexualidad, erotismo e intimidad.
 
La mayoría de personas que se autograban o fotografían en actos sexualmente explícitos, sin importar la edad, no entienden cabalmente que los medios electrónicos carecen de privacidad real. Ignoran también la voluntad de terceros para usar la sexualidad como elemento de extorsión y humillación pública en ausencia del vínculo afectivo.
 
El delito debe perseguirse pues es indispensable detener a los depredadores sexuales. Además no hay forma de que las ciberpolicías distingan cuando una foto es consensuada, incitación o producto de un abuso, por tanto el “sexting” es parte del delito de pornografía infantil.
 
No cabe duda de que lo más urgente es desarrollar un manual para padres y madres y un modelo educativo sobre intimidad y vida privada, porque castigar o negar la sexualidad entre jóvenes es hacerles más vulnerables.
 
www.lydiacacho.net 
Twitter: @Lydiacachosi
 
*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
 
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