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Mujeres alzan la voz por la justicia

Por Guadalupe Vallejo Mora

La violación de dos niñas, la tragedia de los sismos del 85, el desprecio a la diversidad, la opresión por clase, género y raza, la defensa de los derechos humanos y el medio ambiente, el aferrarse a la vida tras un parto prematuro y la hipoxia, así como el afán por hacer visible, a través de los medios de comunicación, toda esa desigualdad e injusticia contra las mujeres, las unió en una misma profesión.

Hoy actúan, gritan, denuncian, arrebatan, señalan…Son 12 mexicanas nominadas para el Nóbel de Paz que colectivamente, con otras 988 en todo el mundo, buscan el preciado laurel que cada año y desde 1901 se entrega a quienes dan la vida por conseguir la paz mundial, entendida no como ausencia de guerra, sino como la misma seguridad humana.

A la voz de Wangari Maathai, última mujer en recibir el Premio Nóbel de Paz (2004) por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz, y de otras once mujeres que han recibido lo propio, se unió la noche de este martes la de una docena de mexicanas, cada una con su historia de vida, con su lucha, con un trabajo que aún no concluye y que «continuará aún estando muertas, porque seguramente muchas otras mujeres tomarán la estafeta», insiste la luchadora social Rosario Ibarra de Piedra, a quien paradójicamente, como ella, describe «la fama» le llegó luego de la desaparición de su hijo Jesús en 1973.

Anoche su voz pareció resonar más fuerte, más alta en el domo digital del Papalote Museo del Niño. Ahí, una a una fueron tomando la palabra (con excepción de la feminista de toda la vida, de siempre, Martha Lamas); mientras que la activista Sylvia Aguilera fue escuchada a través de su madre, Silvia García, quien en unas líneas dejó clara cuál es su tarea: «Construir la paz es tan sólo un aliciente para que sean respetados derechos y no haya cabida para la diferencia».

IMPOTENCIA

El agradecimiento a la nominación por momentos se tornó en coraje, en rabia, en la impotencia de cada una de las candidatas por saber que, justo en el momento en que ellas hablan en favor de la igualdad, en el mundo se cometen millones de atrocidades contra la población femenina. Curiosamente, cada una aprovechó su tiempo para denunciar las causas por las que luchan, por las que viven y a veces sufren.

Patria Jiménez -a quien el dejar de sentirse ilegal en su país la llevó a defender las causas de lesbianas y homosexuales, transexuales y travestis-, llamó a poner fin a la pesadilla que vive desde enero de 2003 Nadia Zepeda. Hoy su causa va más allá de la lucha por la diversidad: es por los derechos de las mujeres, de las niñas y los niños, en contra del feminicidio.

A Sandra Jiménez la vida pareció jugarle una mala pasada: a los seis meses de gestación los médicos le daban pocas probabilidades, sin embargo, se aferró a la vida para sobrevivir a un parto prematuro y la hipoxia (falta de oxigenación en el cerebro). Hoy, con 18 años de edad y una silla de ruedas que no le impide ver su futuro, sabe que su trabajo en favor de la defensa de las niñas y niños y de las y los discapacitados es posible; que su «locura», como ella misma dice, la ha hecho crecer. Por eso agradece formar parte de un grupo de mujeres cuyo éxito no es casual ni gratuito: se lo han ganado a pulso.

Martha Lucía Micher tuvo que reprimir por momentos las lágrimas. La aguerrida diputada perredista se quebró por unos segundos para luego llenarse de energía y denunciar -al igual que desde la más alta tribuna del país-, la violencia contra las mujeres, los atropellos que se cometen contra ellas y las niñas: ¡No más abortos¡ ¡No más embarazos clandestinos¡ ¡No más silencio en este país!, clamó ante familiares, amigos y conocidos.

ENTRETEJER DE HISTORIAS

En esa velada que entretejió poco a poco la vida de todas ellas, que involucró a todas y todos los presentes, llegó la historia de Macedonia Blas, de la indígena otomí a quien luchar contra los usos y costumbres que sojuzgan a las mujeres en sus comunidades le devolvió parte de lo que la vida le negó en su juventud. «Me hubiera gustado aprender desde joven, pero no pude; pero eso sí, ahora no me detiene nadie», dice mientras se asoma detrás del micrófono una diminuta figura ataviada con faldas largas y blusa bordada. Se sincera en breve entrevista: mi labor es lenta, «de poquito a poquito».

Tocó el turno a Sara Lovera, «a la Lovera», la periodista, la feminista, cuya labor de más de tres décadas ha quedado plasmada en diversos medios de comunicación y a quien su profesión la emboletó en la defensa de los derechos de las mujeres. En el diarismo, como en la vida misma, sabe que «la única lucha que se pierde es la que abandonamos»; por eso actualmente coordina el proyecto de investigación de la Comisión Especial de Feminicidio de la Cámara de Diputados, ésa que antes de que concluya el año «dará nota» al revelar, en una radiografía, la magnitud de la violencia que hay en el país.

A «Nana Lu», la purépecha michoacana, le indigna la opresión que viven las mujeres de su comunidad y de todas las zonas del país. La mujer «pobre de dinero, pero arrogante de orgullo», sabe que las mujeres nunca deben ir atrás, ni tampoco delante de los hombres, sino «siempre juntos». Guadalupe Hernández, ataviada con una blusa bordada y el largo cabello lacio sobre los hombres, reconoce: «cuando nací ya era indígena, yo lo no escogí»; no obstante, su fuerza la obtiene del rostro adolorido de millones de mujeres «que me han encomendado hablar por ellas». A sus 44 años sus sueños continúan: espera le aprueben su ingreso a la Universidad. Quiere estudiar lingüística.

El nacer en una posición acomodada le dio paradójicamente a María del Pilar Servitje la oportunidad de apoyar a quienes menos tienen en momentos de desgracia nacional como los sismos del 85, las explosiones de San Juanico en 1984 o el estar cerca de acontecimientos que cambiaron la vida del país: la masacre del 2 de octubre. Servitje esta convencida de que la labor altruista no puede interrumpirse; «las mujeres no podemos callar, debemos crear espacios de justicia, de solidaridad. Las mujeres somos instrumento de paz».

UNA LUCHA INACABADA

La defensa de dos niñas violadas en 1984 marcó la vida de Teresa Ulloa, aunque tenía ya más de una década de litigio en favor de miles de mexicanas que padecieron abuso en sus derechos humanos. Lejos de quebrarla, las amenazas que recibe cada día por parte de narcotraficantes, violadores y explotadores de niños y niñas la fortalecen, pues con todo y el miedo sabe que su lucha continúa y que el hacer patentes asuntos como la trata de mujeres en México es ya una realidad de la cual sólo se conoce «la punta del iceberg».

El campo mismo es para Nuria Costa la extensión de su cuerpo; por ello no desaprovecha ningún foro, ningún reflector para exigir a gobiernos y a propios y extraños: «recuperemos la dignidad para el campo y las mujeres, organicémonos y movilicémonos a favor de esta lucha para que se haga justicia en el área rural». Su tarea en favor de la defensa de la tierra la ha llevado a autodefinirse como «guerrillera de paz; no soy confrontadora, aunque sí exigente. Soy constructora».

Hoy ellas son, al igual que muchas otras mujeres mexicanas, la voz de los sin voz, y ahora su pasado, su presente y su futuro lo tienen comprometido con una causa que por momentos parece imposible: hacer realidad la igualdad y equidad de las mujeres en México. Eso fue justamente lo que las investigadoras Gabriela Delgado y Clara Jusidman, así como la poeta y escritora Melissa Cardoza, intentaron resumir, porque para muchas su labor apenas comienza, y siempre estará inconclusa.

Lo cierto es que la voz de las 12 mexicanas, cada una con sus diferentes matices, dejó encendida una luz de esperanza para todas aquellas mujeres que diariamente, en cada minuto, en cualquier región del país, viven la opresión, discriminación, la violencia… la muerte.

05/GV/YT

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