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Mujeres en defensa del petróleo

Por Sara Lovera López

Todavía en mi memoria está congelada la fotografía, la imagen de miles de mujeres en Bellas Artes. Era 1938.

Las mujeres, todavía sin ciudadanía, depositaron sus argollas de matrimonio, las alhajas de la familia; las crías de gallinas y enseres domésticos, para el fondo necesario para pagar a las compañías de El Águila y anexas que controlaban la riqueza petrolera del país.

Las mujeres, que encabezó entonces Amalia Solórzano, la esposa de Lázaro Cárdenas, no escatimaron esfuerzos, entendieron entonces el valor de la soberanía nacional sobre el control del petróleo. Y Lázaro Cárdenas envió la iniciativa para el voto universal femenino, que frenó el Senado meses después.

La construcción de los cercos femeninos, con más de 10 mil mujeres que se organizan para impedir la despiadada reforma energética que fraguan en silencio el gobierno de facto y sus cómplices, es un reto nacional, un ejemplo, una forma de hacer visible, no una contribución sin consecuencias.

La apertura de contratos múltiples para la exploración en nuestros mares a más de tres mil metros de profundidad; las concesiones bajo la mesa de la producción, transformación y tal vez venta de nuestro recurso mayúsculo es un acto contranatura.

Más allá de las vacías declaraciones de los políticos, como lo hizo el jefe de la bancada priista en el Senado, Manlio Fabio Beltrones, al señalar que «nada que huela a privatización admitiré» y las conductas de los tibios perredistas que se han colocado, con su ausencia en el Zócalo, al otro lado de la historia, hoy las cosas tienen barruntos de cambio.

Los que no saben es por qué nunca han visto la fotografía de Bellas Artes o son tan miserables que pretenden borrar la historia, además de que no saben cómo las mexicanas entendemos bien de qué se trata y nos colocamos en el destino compartido.

La edificación de México independiente, la Revolución Mexicana, las gestas democráticas siempre han contado con las mujeres. Hemos puesto una cuota de sangre y vida.

Ahora Mujeres sin Miedo, el Frente Socialista de Mujeres, se han colocado al lado de ese destino compartido como lo ha llamado la arquitecta Laura Itzel Castillo, que pondrá a Felipe Calderón y a su grupo de cara a la nación.

No hemos estado ausentes, somos esa mitad de una sociedad que los espurios no ven ni oyen. Y participamos a pesar de nuestra condición de oprimidas, porque sabemos lo que significa el petróleo, su potencial como palanca para el desarrollo y la justicia.

No son tiempos fáciles. En estos días que se han cumplido 5 años del horror desatado por Jorge W. Bush en Afganistán, una guerra para concentrar los recursos petroleros, en la que están aliados los gobiernos poderosos del mundo occidental, contra millones de pobres.

Tenemos preguntas urgentes. ¿A quién responde el grupo calderonista? ¿Qué le debe este grupo a las trasnacionales? ¿A qué responde una militarización exacerbada y contumaz para frenar la protesta?

Si en este momento de la historia se toma en serio la propuesta de organización que hizo el día 25 Andrés Manuel López Obrador, y se crea una verdadera estructura movilizada, podríamos hablar de que se frenará la andanada que pretende ir para atrás en todos los derechos que hemos conseguido en el papel, incluidas las leyes contra la violencia y las que rezan por la igualdad entre mujeres y hombres.

Hasta ahora no se ha hecho el recuento de las contribuciones femeninas, ni se han reconocido a las valientes y visibles mujeres que han luchado por la justicia social en México desde el siglo XIX. Ni se ha evaluado nuestra participación fundamental.

Llama poderosamente la atención que seamos precisamente nosotras, las primeras brigadistas, las alistadas en esos 20 grupos de 10 mil para frenar con cercos distribuidos en las regiones petroleras, en los estados pobres pero petroleros, en las instalaciones de la industria que ha cobrado tantas vidas y tantos desvelos.

No es casual esta reacción. Nos sabemos las de abajo, de hasta abajo, pero comprendemos quizá que no podemos dejar a los intereses del imperio, que ha vuelto a las prácticas más inhumanas y hostiles contra los humanos, por acumular el motor de la modernidad.

Hoy tenemos datos precisos de cómo en pueblos sometidos se viola a las mujeres, se las envía como prostitutas a los suburbios de todas las ciudades vía la trata; somos botín de guerra en todas las disputas patriarcales; somos la mano de obra más barata y hacemos las peores funciones.

El petróleo, ese que se pelea en Bagdad, es el que se resguardaba hasta hace poco la OPEP, el que está en las costas de Cuba y se anida en las profundidades del territorio venezolano.

Nada hay casual. No lo es el ataque artero en Ecuador, como un acto de provocación capaz de cercar a los gobiernos, tímidamente socialdemócratas del sur de América.

Ahora está México, ahí en la mira del imperio, México sangrante con un grupo como el que negoció con Napoleón la llegada de Maximiliano.

No podemos borrar la historia ni hacer como si todos esos episodios no existieran. Esas 10 mil mujeres están erguidas, están conscientes y son capaces. Quien llama hoy a las movilizaciones debe saber que ya no nos conformaremos después de la batalla y volveremos a la cocina.

En la Convención Nacional Democrática, desde su primera asamblea marcamos territorio. Sí, compartimos ideales, pero esta vez no nos hemos olvidado un ápice de lo que nos corresponde.

Queremos ser libres y ciudadanas, queremos respeto a nuestros recursos, pero también queremos libertad en nuestros cuerpos.

La defensa del petróleo es nuestra, pero, estoy segura, esta vez sabemos que compartimos destino, pensando en nuestro destino.

Sin una economía justa, no hay democracia, como no la habrá sin justicia libertaria. En eso están estas mujeres sin miedo que vislumbran globalmente su futuro, el nuestro.

08/SL/GG/CV

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