Regresé a España después de una estancia de dos meses en México y siento un ambiente espeso, respiro el aire enrarecido de la guerra. Quisiera escribir sobre la amable y encantadora ciudad de Madrid que atrapa en cualquier estación del año y te abraza a cualquier hora porque ella nunca duerme, pero no, no puedo.
Es muy importante saber que desde 1996 los convenios colectivos españoles empezaron a incorporar medidas contra el acoso sexual, que los hijos pueden llevar el apellido de la madre, que… Sí, sí, cómo no admitir que son avances y que aún nos queda mucho por recorrer, pero de qué nos sirven tales logros si la amenaza de guerra opaca todo lo que intentemos hacer brillar.
Quizá la cercanía geográfica con África e Irak, por el bombardeo informativo o por el recuerdo de las dos Guerras Mundiales cuyo escenario fue Europa, sean las razones para sentir el posible conflicto bélico tan cerca. En México tuve la sensación de que la sociedad lo ve muy distante, y la verdad estamos lejos, pero si recordamos los efectos de la globalización, sabremos que las consecuencias serán tan duras para el viejo como para el nuevo continente; si recordamos que hacemos parte de la condición humana, sabremos que esa guerra es mi guerra, esa injusticia atenta contra mí.
Lo real es que nos están preparando sicológicamente para odiar a un pueblo del que poco sabemos. Todo cuanto ocurre en Estados Unidos y en el planeta tiene que ver con el terrorismo y por ende son acciones que atentan contra la nueva administración norteamericana y le son atribuidos al satanizado de turno. No importa el nombre, ni el pueblo sobre el que caen las balas, las bombas o armas que dicen buscar: interesan los afanes económicos de quienes en nombre de una nación aniquilan, dominan y someten.
No podemos cruzarnos de brazos. Las mujeres y los hombre de Centroamérica saben que es una guerra, sintieron el dolor de perder a sus seres queridos, sintieron una bala en su cuerpo, nunca más volvieron a ver a los desaparecidos, el hambre, las enfermedades, las torturas, las mujeres violadas.
Reivindiquemos el derecho de soberanía de los pueblos, el derecho de resolver los conflictos sin la violencia recurriendo a las instancias internacionales que precisamente surgieron en la posguerra. Alejemos los vientos de guerra, convoquémonos todas en una red de amor por la paz, una red contra la guerra.
No asistamos impasibles al reparto del mundo, que la inmediatez de nuestros problemas no impida que escuchemos el grito de las mujeres y niños que piden nuestro apoyo, que en últimas la guerra será para ellas, para ellos y para mí, puesto que el mundo también me pertenece.
Me dijo un periodista, formado en la izquierda, que él no quería regresar a viejas batallas, que todo esto le sonaba al viejo eslogan de luchar contra los imperialismos. En verdad son viejas batallas y qué pena que las razones para la lucha de los pueblos sigan siendo las mismas.
* Periodista colombiana radicada en España,
ex integrante de la directiva de Reporteros sin Fronteras.
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