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Mujeres y desastres: los costos de Stan y Wilma

Por Miriam Ruiz

Con 69 desastres naturales en 2005; con Stan y Wilma todavía frescos en la memoria mexicana, es hora de pensar en el papel de la población femenina en la prevención de las tragedias y la reconstrucción de los daños. Poco a poco la ONU responde con seriedad a la pregunta ¿qué tienen que ver una mujer y un huracán?

El primer ejercicio para mirar en este 2005 una tragedia multidimensional con perspectiva de género se dio tras el tsunami en el sur de Asia, pero México tuvo su oportunidad luego de Stan y Wilma, que cobraron apenas un centenar vidas pero dejaron a su paso por lo menos medio millón de damnificados.

«La cuantificación de los daños directos para las mujeres se refiere a todos los acervos que poseen, es decir, a las pérdidas o daños en su vivienda cuando son propietarias del hogar; al mobiliario y equipamiento domésticos, también cuando sean las dueñas; a los equipos y la maquinaria que utilicen para su producción… los animales de crianza, plantaciones o cultivos de economía de patio.»

Así lo establece en su capítulo sobre género el Manual para la Evaluación del Impacto Socioeconómico y Ambiental de los Desastres producido por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y el Banco Mundial, entre otras instancias internacionales.

Pero, sobre todo, los desastres naturales tienen impacto en el aumento del trabajo productivo de las mujeres. «Estas situaciones siempre traen consigo un aumento en el trabajo productivo no remunerado de la mujer, que representa un mayor desgaste tanto físico como emocional.»

Se trata de un trabajo realizado desde la invisibilidad.»Estas actividades no están contabilizadas en las cuentas nacionales» aseguró en entrevista Ricardo Zapata, punto focal para desastres naturales de las Naciones Unidas en México. Tampoco se suman las actividades informales, por lo que el impacto macroeconómico siempre queda corto.

«Lo que intentamos es justamente visibilizar todo eso», agrega Zapata desde su oficina en Mazaryk, «y es lo que nos permitirá diseñar estrategias de recuperación y reconstrucción sensibles a esos problemas.»

LOS COSTOS DEL DESASTRE

Con Stan, las mujeres campesinas en el altiplano de Guatemala perdieron pollos, puercos y otros animales de patio junto con sus huertos. Si la fuente de agua fue afectada, ellas ahora tienen que ir a sacar agua dos kilómetros más allá del pozo y caminan tres horas más para buscar leña.

Los niños no van a la escuela porque cerró el año escolar. «Eso ocurre siempre. Allí hay un trabajo con un costo que no está contabilizado,» abunda el especialista mexicano y colombiano.

Al referirse al trabajo realizado en Guatemala tras el paso de los huracanes, Zapata sostiene: «Podríamos hacerlo igual en Chiapas. Habría que identificar el número de hogares, de jefaturas femeninas; cuántas son indígenas, cuántas artesanas.»

Las artesanas perdieron sus telares y bordados. No sólo perdieron el precio de las lanas «sino hasta seis meses de tiempo de bordado,» lamenta. «Hoy resulta que con la destrucción de su casa se fue lo que bordaron en cinco o seis meses de trabajo perdidos, no recuperables.»

INICIATIVAS CONTRA EL DESASTRE

Ante los hechos, que se convierten en desastres porque las personas en lo individual y en colectivo -al carecer de una perspectiva de prevención con visión de género- no miran los riesgos climáticos en cada zona, Ricardo Zapata propone, como se ha hecho tras el tsunami en el sur de Asia, el impulso al microseguro.

«En la India, igual que en Bangladesh, se han promovido programas de autoayuda y empoderamiento con microcréditos. Estos grupos de autoayuda, en el caso del tsunami, «tienen ya un apalancamiento financiero para hacer un programa de autoaseguro o microseguro.»

Ricardo Zapata adelanta sobre un manual de riesgo con enfoque de género en el cual se trabaja en la frontera mexicana sur con la participación de expertas en género de la CEPAL.

MICROSEGUROS VS ASISTENCIALISMO

Pese al aparente bajo costo y sentido común detrás de un microseguro, las instituciones oficiales en México se han abocado a publicitar las acciones más asistencialistas y lucidoras, como la entrega de láminas y cobijas, así como la reconstrucción de infraestructura en las entidades más afectadas.

Sin embargo, para las oficinas de gobierno, aún las vinculadas más cercanamente con las mujeres, los microseguros son algo casi desconocido.

«No fue hasta hace unos pocos años que el microseguro, el componente menos abordado de las microfinanzas, se convirtió en un tema relevante entre los actores dedicados al desarrollo», asegura Nidia Hidalgo Celarié, del Centro de Investigaciones Económicas, Sociales y Tecnologías de la Agroindustria y la Agricultura Mundial de la Universidad Autónoma de Chapingo.

«Es un instrumento que combina elementos técnicos y económicos del seguro tradicional con aspectos sociales. A pesar de su potencialidad para reducir la vulnerabilidad de la población de bajos ingresos, el microseguro ha sido un aspecto poco tratado en México,» abunda en su investigación predoctoral sobre el tema.

Y si el microseguro a bienes ha sido poco tratado, mucho menos se ha visto su impacto en la vida de las mujeres, pese a que las investigaciones indican siempre una mayor preocupación de la población femenina para asegurar los bienes de una familia y, por extensión, de una comunidad.

MICROSEGUROS DE VIDA

Las escasas experiencias mexicanas sobre microseguros y mujeres se refieren a proyectos nuevos de seguros de vida, como el de Alternativas Solidarias en Chiapas y otro en Coatepec, Veracruz. Otra variante es el Seguro Popular que este sexenio impulsa Julio Frenk desde la Secretaría de Salud.

Igualmente, desde Agroasemex, la Cámara de Diputados asignó a los microseguros un total de 96 millones de pesos para impulsar esta medida contingente ante imprevistos naturales, tal como lo registra el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF), pero este programa carece de una visión dirigida a las mujeres.

Las instituciones públicas no han podido mirar la realidad de las mexicanas que pierden sus bienes y enfrentan, cabizbajas o interiormente fortalecidas a pesar de la desgracia, una catástrofe más.

EN ADELANTE

Al margen de la discusión sobre un posible cambio climático, para Ricardo Zapata es una realidad que en los próximos años, en el ciclo vital de millones de personas, habrá transformaciones en el ambiente que repercutirán sobre sus vidas. Advierte que serán desastres nuevamente si no se mide el riesgo.

Y las mujeres, víctimas o constructoras, seguirán al margen de estos procesos si los gobiernos no empiezan por contabilizar, una a una, el número de mujeres afectadas y sus pérdidas.

Asimismo, ellas quedarán de lado una vez más si las cuentas nacionales mantienen una «cifra negra»: la del trabajo de cuidar menores, maridos, cocinar, limpiar, criar cochinitos, y de paso, abastecer a las comunidades que una vez más fueron arrasadas por el vórtice de dos huracanes.

NUMERALIA
Stan en el Sureste

296 mujeres embarazadas atendidas
1.9 millones de damnificadas/os
173 mil viviendas
444 municipios declarados en estado de emergencia
2 mil 956 comunidades afectadas
331 mil personas desalojadas
296 mil personas en mil 233 refugios
2 mil 254 hogares con pérdida total
251 escuelas afectadas
121 puentes afectados
364 caminos y 69 unidades médicas afectados
64 ríos desbordados
1,850 millones de dólares en pérdidas
70 mil productores/as afectados/as
4.5 millones de jornaleros/as afectados/as

Fuentes: Comisión Nacional del Agua, Asociación Mexicana de Exportadores de Café, Secretaría de Salud, Información de la Secretaria de Gobernación del 9 de octubre 2005. Investigación: Gladis Torres.

05/MR/YT

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