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Murió Griselda Álvarez, primera gobernadora del país

Por Guadalupe Gómez Quintana

Griselda Álvarez Ponce de León, primera gobernadora constitucional de México, murió a los 95 años. Nunca la edad ni sus padecimientos físicos en sus últimos años detuvieron su empeño en «matar un búfalo a mordidas», como le decía su abuela cuando la veía empeñada en algo.

Hasta el final luchó por su salud, luego de una vida dedicada a otras batallas. Entre ellas, su afán porque las mujeres participen en la política en condiciones de igualdad con los hombres.

Primera gobernadora en la historia de México, promotora de las acciones feministas dentro del cerrado ámbito de la política nacional, Griselda escandalizó por hablar de sus preferencias electorales.

Casi en el ocaso, acudía cada vez que su salud lo permitía, a conferencias, pláticas, o mandaba en su representación a su hijo Miguel, opinaba sobre la política y estaba siempre dispuesta a compartir sus saberes, aunque los años le hubieran impuesto el reposo.

Nació, recuerda en sus memorias, enmedio de los opuestos polos en que se ha debatido siempre la nación: por un lado, la tradición conservadora y, por la otra, el impulso renovador que caracteriza al liberalismo. Descendía de una familia colimense que sabe lo que es el poder y la política: su padre, Miguel Álvarez García de Alba, fue gobernador de Colima y su abuelo, el general Manuel Álvarez, Constituyente de 1957 y primer gobernador de la entidad y por ello Benemérito en Grado Heroico.

Por eso Griselda Álvarez supo desde muy pequeña que con carácter era posible navegar, aun contracorriente. Su condición femenina, lejos de significar la sumisión, le proporcionó las herramientas para «picar piedra» dentro de la inhóspita mina donde se reparte el poder.

Obtuvo el título de maestra normalista y continuó en la Escuela Normal de Especialización, en donde se graduó como maestra, especialista en débiles mentales y menores de edad infractores. Impartió cátedra hasta 1951.

Después, se graduó también en Letras Españolas, en la Universidad Nacional Autónoma de México, combinando su trabajo como funcionaria pública y sus deberes como ama de casa. Estudió también estadigrafía, biblioteconomía e idiomas.

Como funcionaria pública, trabajó en la Dirección General de Acción Social, la Secretaría de Educación Pública, la Dirección General de Trabajo Social, Secretaría de Salubridad y Asistencia, Instituto Mexicano del Seguro Social y en la Secretaría de Turismo.

Dentro de los cargos de elección popular, fue Senadora por Jalisco, de 1977 a 1979 y llegó a ser la primera mujer que gobernó un estado de la República.

Su llegada a la gubernatura de Colima sucedió, dice, no por un «dedazo» de Luis Echeverría Álvarez, sino por su labor de cabildeo, alianzas y redes de apoyo que, junto con la decisión popular, hicieron posible que una mujer feminizara el vocablo gobernador.

Reconoció siempre que junto a su carrera política estuvo acompañada por hombres, como Luis Echeverría, Carlos Sansores Pérez, Porfirio Muñoz Ledo, Fidel Velásquez, José López Portillo, pero también por mujeres, como Hilda Anderson, Martha Andrade del Rosal, con quienes se hermanó para avanzar y sortear las trampas del machismo.

Sin falsa modestia, cuenta en sus memorias, publicadas en 1992 por el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Colima, cada uno de los trabajos que realizaron las y los colimenses a favor de las mujeres. Y, cada vez que se le preguntaba sobre su gestión, volvía a enumerar las acciones de seis años, de 1979 a 1982 como gobernadora.

Su trabajo político y sus esfuerzos a favor del reconocimiento de la labor de las mujeres la hizo merecer, en 1996 de la Medalla Belisario Domínguez, máxima presea que otorga el Senado de la República.

Su trabajo como funcionaria pública no terminó en el retiro por edad, pues ya nonagenaria, doña Griselda operaba en la Secretaría de Turismo como asesora en cultura.

DEL SONETO AL PODER

Griselda Álvarez fue capaz de escribir un delicado soneto de amor y leerlo con pausa y ternura, como la vi hacerlo frente a la pareja que por años conformaron José Luis y Bertha Cuevas, lo mismo que dar una orden inapelable para manejar «voluntades ajenas».

Su carácter, firme, nunca titubeante, más la educación de sus emociones (que ella considera una herramienta fundamental), le resultaron de gran ayuda para gobernar. Una aprende a ser de una pieza, decía en reiteradas ocasiones, aunque el corazón sienta otra cosa, porque para la política se requiere firmeza y decisión.

Y lo que su corazón siente quedó dicho en su literatura: Cementerio de pájaros (1956), Dos cantos (1959), Desierta compañía (1961), La sombra niña (1965), Letanía erótica para la paz (1963), Anatomía superficial (1967), Estación sin nombre (1972)…

Por su trabajo literario obtuvo varios reconocimientos: El Premio Sor Juana Inés de la Cruz, por su cuento Tiempo presente; La Flor Natural, por su poema Canto al maíz; el Primer lugar en el Concurso a la Madre, en 1958, entre muchos otros.

RETRATO DE FAMILIA

En su vida como política, Griselda Álvarez no pudo evadir la soledad que acompaña al poder. Sus seis años como gobernadora los vivió sola en la casa de gobierno de Colima. Ella misma lo describe así en un soneto: «No sé si fue pírrica victoria / que ahora reflexiono y aquilato: metí amor y familia en un retrato y fue el poder la línea divisoria».

Considera en sus memorias que uno de los momentos más difíciles en su carrera política fue el anuncio de la muerte de su hermana, el mismo día en que tomó posesión como gobernadora, un 1º de noviembre, pues sus sentimientos estaban divididos entre la alegría del triunfo y la tristeza ante su tragedia personal.

Al final de su vida, obligada a permanecer en su casa, fue su hijo el vínculo con el exterior, el lazo familiar que siguió extendiendo su opinión hasta quienes desearan oírla. Él era sus pasos y su voz.

Acudió así el doctor Álvarez en enero de 2007 a la Universidad de las Américas, en Puebla, en su representación para Instaurar la Cátedra de Estudios de Género «Griselda Álvarez» que fomenta la investigación, docencia y vinculación con diversos organismos para el desarrollo y ejecución de políticas a favor de las mujeres. Hasta ahí llevó la palabra de doña Griselda, quien afirmó: «nacer mujer es un inmenso reto».

HONRADEZ

La primera gobernadora del país escuchó críticas a su administración política, más nada se ha mencionada sobre desvío de fondos o mal uso del erario público. Así lo constató en 1994 la revista Cambio y la organización Transparencia Mexicana, que mencionan a Álvarez dentro de la lista «de políticos vivos que han ejercido su actividad sin ensuciarse las manos».

Presumió siempre de haber sido «muy coda» con la prensa, pues nunca se prestó a dar «chayo» a los periodistas que siguieron su ejercicio como mandataria estatal. Quizá nunca fue necesario, pues el simple hecho de ser la primera mujer en gobernar un estado en la historia de este país la convirtió en noticia durante mucho tiempo. Aún hoy, con su muerte, lo sigue siendo, para quienes queremos entender el camino del género femenino en la política, sus logros y sus derrotas.

Quedó por preguntarle, por ejemplo, por qué el país no ha tenido aún una presidenta de la República, a más de dos décadas de que se colocara la primera gobernadora.

Qué falta, cuáles son los obstáculos o los méritos requeridos. De ello, Griselda Álvarez tendría su versión, hoy más que nunca necesaria, pues la experiencia acumulada durante una vida de casi cien años, la mitad de ellos en la política, podrían haber revelado a muchas dónde –más allá de la propaganda- están los ingredientes para ser la primera presidenta de México.

Supimos de su energía y capacidad de trabajo, de su voluntad inquebrantable por responder a sus deberes, de su vocación por ser útil a los demás y hace justamente hace un año, la maestra Álvarez había «dejado ropa lista» para su entrevista con Cimacnoticias, que no se concretó como precaución para su salud.

Como respuesta a las preguntas que no llegaron a sus oídos, están sus reflexiones pasadas, aún válidas: «La voluntad de las mujeres de ser por ellas mismas es la revolución más acentuada que hemos tenido después de la rusa, la francesa y de la mexicana».

Ella predijo: «Esa revolución no se va agotar y nuestras y nuestros descendientes van a tener que pasarla quién sabe en qué forma porque como su evolución es irreversible, ellas difícilmente van a dejar el terreno ganado».

Por eso comprendo que llegó el momento de alejarme de la recia puerta que custodia su casa al sur de la Ciudad de México, porque otra puerta más grande, la de la memoria, quedó abierta por siempre.

09/GG

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