La gran cobertura de la guerra se coronó con el mayor de los éxitos posibles; el de una alta audiencia cautiva frente a la pantalla. La guerra como el mejor «reality show». La guerra vista en familia, después de la cena o durante la tarde, muy recomendable, nada que siente y eduque mejor que un rato de guerra.
Nunca antes los mexicanos estuvimos tan informados con temas internacionales, de actualidad y sin ser escritos por guionistas de telenovelas. Ni en Estados Unidos hubo el «raiting» mexicano. ¿Cual guerra? ¿Cual Irak?
He vuelto a Sacramento, California y a no ser porque el avión venía únicamente con 50 pasajeros (y mi maleta aún no llega), se podría decir que todo es normal.
La gente va a los centros comerciales, a los cines, a su cotidianeidad sin el menor apuro por lo que sucede del otro lado del mundo, un mundo que no es el de ellos y que les parece totalmente ajeno y distante.
No hay charlas de café, no existe inquietud y el brote opositor de las marchas perdió fuerza o valor frente a la razón de la aplastante realidad bélica.
He querido aprovechar el intermedio que viene, digo, entre invasión e invasión, para aclarar que sino he tratado el tema de la guerra no es por dejar que los colegas hablen y digan lo que en verdad opinamos los humanos; ha sido por un rasgo de pudor, por vergüenza y por razones optimistas.
Exacto, como si al callar se presentase la negación y borrase a golpe de silencio todo el terror y el dolor que las ideas contrarias a la vida nos imprimen la certeza de nuestra temporalidad y de lo que somos capaces los gobiernos y sus gobernados de soportar , auspiciar y ser cómplices en aras de un liderazgo ventajoso y de gran provecho en lo doméstico.
Como otros muchos en la historia humana, la imposición, la dominación y el mas simple ultraje en pos de la verdad personalísima de obligar al resto a aceptar, que no a reconocer, que les asiste el derecho pleno de conseguir a cualquier costo, material o humano, que imperen sus razones y, de ser posible, que el mundo se los agradezca.
Puesto que limpiar la tierra de tiranos, regímenes autoritarios y antidemocráticos es una enfadosa tarea que nadie jamás quiere asumir por las buenas.
Matarlos, acabar con ellos y con sus hijos, que no quede nadie, borrar de la faz de la tierra toda la semilla contaminante y permitir que prevalezca la raza pura, el pensamiento libre y el derecho de los pueblos de ser gobernados por quienes ellos elijan y los coaligados, generosamente, den su beneplácito.
Un pequeño intermedio, continuamos con mas petróleo en su modalidad de árabes oprimidos. Primera llamada, primera.
2003/MGG/MEL
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