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Narcotráfico en Cancún

Por Lydia Cacho

«Hay tanto narcomenudeo en Cancún porque es un sitio turístico». Estas fueron las últimas palabras memorables de Imelda Calvillo, la ex delegada de la Procuraduría General de la República en Cancún que ayer fue sustituida por Pedro Ramírez Violante.

La reacción del sector hotelero no se hizo esperar; algunos, con franca indignación, aseguraron que la delegada estaba «desacreditando al destino». Sin embargo, la realidad le da la razón parcialmente a Calvillo, quien llegara el 10 de diciembre pasado a sustituir al ex delegado Miguel Hernández Castrejón.

Este funcionario fue detenido por la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) al comprobársele nexos con un grupo de agentes Federales involucrados en el padrinazgo de narcotraficantes en Quintana Roo luego de las ejecuciones de 12 integrantes de la Agencia Internacional de Investigación (AFI) e individuos relacionados con el narcotráfico el 25 de noviembre del 2004.

Lo cierto es que, mientras los empresarios se indignan por las declaraciones oficiales, a la vez reclaman públicamente un mejor combate directo al narcotráfico. El problema es serio, y cualquier intento por solucionarlo arrojará en los medios una realidad innegable: Quintana Roo se ha convertido en un paraíso para los narcotraficantes, al igual que Ibiza o Marbella.

Basta ver los diarios españoles de ayer para entender que los sitios turísticos del mundo, en especial los costeros, son ideales para que los lavadores de dinero, los jefes de los cárteles que trafican hacia fuera y adentro de los puertos, sienten sus reales. Digamos que Cancún no es el único, pero tal vez sí el que más temor tiene al «qué dirán los medios».

Cancún es idóneo porque fue creado hace treinta y cinco años por emigrantes de todo el país y del extranjero. Es un sitio de desconocidos por excelencia al cual llegan curiosos multimillonarios que se construyen palacetes frente al mar y en dos semanas son festejados y aceptados por la alta sociedad cancunense.

Si esto fuera Tlaxcala y un sujeto con una mansión de dos millones de dólares e inversiones extraordinarias en restaurantes y hoteles con dinero que sale y entra de bancos extranjeros se paseara en Hummers con una decena de gorilas y rubias acompañantes, la sociedad entera estaría en guardia. Pero estos personajes existen en ciudades turísticas como Cancún, Playa de Carmen, Mallorca, Ibiza Nueva o la Riviera francesa.

Es innegable que México es el segundo productor regional de marihuana, así como de amapola y sus derivados (heroína) pero, sobre todo, es ya una de las principales rutas del tráfico de cocaína colombiana hacia Estados Unidos, el principal consumidor del mundo. Quintana Roo es una ruta perfecta: los cárteles ya están aquí desde tiempos de Mario Villanueva, marcando territorios y montando laboratorios. Sabemos que parte de la inversión hotelera está sustentada en recursos producto del lavado de dinero.

Según estimaciones oficiales, entre 70 y 75 por ciento de la cocaína que llega a Estados Unidos pasa por la frontera mexicana. El negocio ya no puede pasar inadvertido: la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reporta que el narcotráfico mueve unos 500 mil millones de dólares al año en el mundo. Las cifras son aproximadas, pero se estima que sólo por tráfico de cocaína los carteles mexicanos se embolsan ganancias anuales del orden de los 70 mil millones de dólares, y que 30 por ciento de esta suma se queda en el país para fortalecer las redes delictivas.

Lo cierto es que para que la PGR logre desentrañar los hilos del patrimonio de los narcotraficantes -estrategas tanto de la exportación como el consumo de locales y turistas- precisa detectar las sociedades empresariales utilizadas para el lavado del dinero procedente del narco. Y otra vertiente: los cárteles han fundado sus propias empresas inmobiliarias para asegurar el flujo de dinero con secrecía en las ventas. Marbella se convirtió en el gran lavadero turístico del crimen organizado internacional a través del mercado inmobiliario.

Cancún y la Riviera maya tienen muchas puertas abiertas para estos inversionistas del crimen. La corrupción, tanto política como empresarial, les da la llave. Quintana Roo debe prepararse y aceptar su realidad como zona de riesgo, lo cuál no necesariamente implica que baje el flujo turístico. Sin embargo, esa aceptación exige un mayor compromiso de los grupos empresariales y del gobierno para enfrentar las consecuencias locales de este fenómeno, que implican un incremento en la violencia social y en el consumo de drogas.

A las autoridades federales les toca combatir e investigar los negocios sucios de los traficantes, y a los medios, evidenciar la realidad para que no quede impune. Por lo que toca al sector hotelero, la ética, la transparencia y la congruencia serán buenas aliadas para diferenciarlo de los contaminadores de destinos turísticos, ¿no cree usted?

[email protected]

*Periodista mexicana

05/LC/YT

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