Inicio Niñez y prostitución en la frontera sur, el costo de llegar a EU

Niñez y prostitución en la frontera sur, el costo de llegar a EU

Por Manuel de la Cruz/corresponsal

Leticia, como miles de púberes y jóvenes en el submundo de la explotación sexual infantil en México, sobrevive entre ebrios, en esta zona de 700 kilómetros de frontera con Guatemala y Belice.

Tenía 12 años cuando llegó sola a Chiapas por primera vez, con la ilusión de continuar viaje y cruzar la frontera estadounidense en busca de un mejor futuro. Ahora, en su sexto intento, trabaja en una cantina de la zona. Apenas ha cumplido 14 años de edad.

Es común encontrar hombres armados en las cantinas que abundan en este municipio, considerado uno de los más peligrosos del estado.

Leticia cuenta que no tuvo que vender su virginidad, como muchas de sus compañeras, que cobran entre 2 mil 500 y 3 mil pesos a su primer cliente. «Yo quería casarme con mi novio, pero me dejó cuando supo que estaba embarazada; aborté a los dos meses, de decepción», expresa Leticia, en cuyos ojos infantiles se proyecta una madurez postiza y, por eso, más desamparada.

Ella es una es de las adolescentes más requeridas en esta cantina a orillas del río Suchiate. Vive librada a sus propias fuerzas, entre la violencia, el abuso y la soledad, como muchísimas más menores de edad quienes obtienen dinero a cambio de ser prostituidas para juntar el dinero que les permita continuar su camino a Estados Unidos.

Leticia asegura que muchos clientes no sólo quieren tener sexo, sino que los fotografíen o los graben en cintas de video o en teléfonos celulares, a cambio de una cantidad adicional. Y por las buenas o por las malas. Las jóvenes que no acceden son lastimadas. Añade que en los hoteles hay cámaras ocultas en puntos estratégicos, para que no se den cuenta que las graban.

Los cónsules de Centroamérica admiten que el fenómeno de la explotación sexual y pornografía infantil es tan delicado como complicado, por lo que su abordaje requiere la colaboración de las autoridades del hemisferio para combatir y castigar ejemplarmente a los responsables.

Ciertamente, los legisladores mexicanos han aprobando leyes que castigan con mayor severidad estos delitos, pero las redes criminales cuentan con la protección de miembros de las mismas corporaciones policíacas, que reciben dinero o incluso los servicios sexuales de las adolescentes. No es casual que los policías municipales y agentes de migración acumulan el mayor número de denuncias.

LA ZONA MÁS PELIGROSA

Expertos en asuntos fronterizos como la académica alemana Katherine Dorotea Zeiske, considera que la porosidad de la frontera la convierte en la zona más peligrosa para los inmigrantes.

Hoy, la gente indocumentada explora nuevos caminos para internarse en México; los que existían fueron modificados por el paso del huracán Stan que ocasionó inundaciones en 45 municipios en 2005.

Zeiske dice que a lo largo de los 300 kilómetros que recorría el ferrocarril de Tapachula a Arriaga operan asaltantes de caminos a mano armada, pandilleros de la Mara Salvatrucha o agentes policíacos o de inmigración corruptos que centran sus ataques en los aspirantes del sueño americano.

Por su parte, la Procuraduría de Justicia estatal ha desmantelado este año tres bandas dedicadas a la explotación sexual de menores de edad en Tapachula, Tuxtla Gutiérrez y Rayón. Al menos 14 detenidos enfrentan cargos por lenocinio, asociación delictuosa y lesiones, entre otros.

Las menores liberadas eran obligadas ha ejercer más de 12 horas al día como esclavas sexuales; debían cubrir una cuota de 2 mil pesos diarios y a cambio recibían un plato de arroz con frijoles. Son, apenas, la punta de un ominoso iceberg.

Andrea y Dulce, de 13 y 17 años respectivamente, inmigrantes salvadoreñas, llegaron con sus padres hace más de cinco años a Tuxtla Gutiérrez. Aseguran que su padre las obligó a trabajar en la prostitución porque necesitaba dinero para beber. La madre de las niñas no opuso resistencia.

La inexperiencia las llevó a convivir con clientes de manera habitual. La primera tiene un bebé de ocho meses que procreó con un muchacho que la abandonó a su suerte. La segunda, ahora está embarazada; desconoce quién es el padre de su hijo.

Como Leticia, las dos menores de edad aceptan ser prostituidas porque no conocen otro mundo. Y siguen soñando con llegar, un día, a Estados Unidos.

09/MC/RMR/GG

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