Inicio Nuestros sueños son sus pesadillas, sonó en Cancún

Nuestros sueños son sus pesadillas, sonó en Cancún

Por Lydia Cacho

A nombre de la población femenina del mundo, las mujeres de Cancún enviaron un mensaje imborrable para la Historia de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Este sábado un centenar de mujeres feministas encabezadas, entre otras, por la gran investigadora y escritora Francesca Gargallo marcharon al ritmo de dos consignas: «Nuestros sueños son sus pesadillas» y «Ustedes siembran muerte, nosotras esperanza».

En sus manos llevaban pinzas para cortar metal y como estrategas escindieron las vallas ante la mirada atónita de los casi mil elementos de la Policía Federal Preventiva y cuerpos policíacos locales, así como militares vestidos de overol caqui. Los tambores sonaban al ritmo de las consignas.

Como las mujeres mayas del sur de Quintana Roo que ven a sus criaturas desnutridas sin servicios médicos de calidad, cortaron la barrera del silencio; como las migrantes de todo el país que viven en la región de Las Culebras y han tenido que robar el agua para llevar cubos del líquido vital a sus palapas, rompieron las rejas de la pobreza que las expelió de sus pueblos natales.

Como las mujeres asesinadas en Juárez y como chiapanecas que han sido sistemáticamente violadas por los militares que «cuidan» las montañas mexicanas de la violencia, rompieron las barreras que acallan su lengua tzotzil y tzeltal.

Por las miles de mujeres de Calcuta que viven con 30 centavos de dólar al día; por las obreras chinas que trabajan 12 horas al día en fábricas del estado a cambio de una taza de arroz y te verde; las mujeres de Cancún enviaron un mensaje imborrable para la historia de la OMC.

El mensaje también fue dedicado a las mujeres del Africa negra quienes cargan 40 cubetas de agua al día caminando 23 kilómetros para bañar a sus hijos y esposos, enfermos a consecuencia del Sida y de la carencia de antirretrovirales que los norteamericanos venden en ocho mil pesos mensuales.

Las barreras y las campañas contra los movimientos por una globalización humanista que defiende los derechos humanos y las autonomía cultural y alimentaria de los pueblos, cayeron sin violencia poco a poco, en manos de las mujeres cuyos sueños de libertad son pesadillas para la tiranía de una creciente corriente política de ultraderecha Internacional.

Centenares de hombres y mujeres, mientras tanto, unían cuerdas de fibras naturales tejidas por obreros mexicanos, las ataron y ante la mirada azorada de los mal pagados y explotados policías mexicanos, derribaron la barrera; sólo para sentarse frente a los hombres de negro, que con sus cascos y escudos, respaldados por los grandes tanques grises antimotines parecían personajes de un teatro del absurdo.

Por unos segundos al menos, en los ojos de varios policías se percibió la mezcla de miedo y emoción, ellos son parte de las víctimas de la violencia de Estado, muchos lo saben, sus sueldos miserables, la falta de capacitación, los malos servicios de salud para ellos y sus familias se los han demostrado cotidianamente.

Pablo, así sin apellido, piensa que las «viejas son una valientes, saben lo que quieren pero no nos atacaron, eran cuatro o cinco veces más que nosotros, y no nos atacaron» repetía incrédulo.

Ya las y los especialistas escribirán centenares de ensayos sobre las políticas económicas y el fracaso parcial de la reunión ministerial. Utilizarán leguajes elevados para economistas y especialistas en relaciones internacionales, mal citarán a Adam Smith para justificar el control de las y los pobres a través del libre comercio, la explotación, la pobreza y la falta de servicios básicos.

La historia de la humanidad es cíclica, somos sin duda alguna una raza bastante predecible. Aunque siempre surge un golpe de timón, en cada vuelta de tiempo, cuando un líder megalómano, guerrero sangriento, racista y ultraconservador quiere dominar al mundo uniéndose a sus iguales, un movimiento social despierta, se fortalece y va concretando nuevos ideales.

Es así que esta vez no fue la violencia de los «locos de Seattle». Esta vez se evidenció claramente la violencia estructural de unos cuantos líderes mundiales, de un gobierno mexicano sumiso, conservador, autoritario y neoliberal.

Se mostraron, como son, los promotores de un mundo donde quienes confabulan sienten necesario esconderse en una fortaleza y crear barreras por miedo a mirar la realidad que les rodea.

Quienes con recursos públicos multimillonarios detienen el paso de las mujeres y hombres que con sus diario sudor pagan impuestos para mantener a sus líderes que toman decisiones por ellos y ellas, sin escucharles.

Esta vez las mujeres marcharon unidas, adelante, rompieron las barreras y sobre ellas cantaron lo que será un canto de libertad al que millones se unirán en el mundo para globalizar la esperanza de la independencia de elegir un mundo diferente, humanista, equitativo; un mundo donde los bosques, el agua, la vida y la libertad de elegir no están en venta.

Hoy, después de este mensaje, las calles de nuestra ciudad volverán a su ritmo natural. Las y los turistas con cuerpos bronceados saldrán a pasear por el Boulevar Kukulcan sin enfrentarse a los retenes policíacos, a las vallas de tres metros de altura y doble reja.

Terminó la publicidad oficial y el doble discurso del gobierno mexicano en todos sus niveles, incluyendo el municipal, que enviaban a la gente local a encerrase a sus casas para evitar que los «globalifóbicos» les atacaran en las calles; la inducción al rechazo hacia la resistencia civil tuvo resultados medianos. La hora de las lecciones está aquí para mirarla, escucharla y hacer historia.

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* Lidia Cacho es periodista y escritora.

2003/LC/MM/MEL

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