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Oaxaqueñas mantienen viva la tradición del tejate

Por Ernestina Gaitán Cruz

El tejate es una bebida prehispánica que se conserva hasta nuestros días gracias a la labor de las mujeres que han preservado la tradición de prepararlo con los ingredientes ancestrales que van desde el cultivo de su elemento básico, hasta el gusto con que lo ofrecen en celebraciones familiares y comunitarias.

La elaboración de la llamada «bebida de los dioses» tiene como elemento esencial la rosita blanca o rosita de cacao, además de cultivos originarios de América como el maíz y el cacao, que mezclados dan como resultado un líquido refrescante, nutritivo y de suave sabor a chocolate.

Su característica es la espuma blanca o en tonos un poco oscuros, dependiendo del maíz usado en su elaboración. Se prepara a mano en apaxtles o cazuelas de barro y se sirve en jícaras, que son vasijas hechas con la corteza de la calabaza.

Su consumo es común en Oaxaca. Se le puede degustar en mercados, calles, poblaciones y ferias, pero de manera especial en San Andrés Huayapam, la cuna del tejate, porque en esa comunidad ubicada a cinco kilómetros de la capital del estado, el árbol del rosital del que proviene la rosita de cacao es una especie endémica.

A quien no lo ha probado se le ofrece como «agua fresca de maíz», así dicen las mujeres que lo preparan, las que desde niñas aprenden a cuidar su árbol de rosital, el que les hereda su familia o el que les regalan sus maridos para que inicien su negocio, porque si bien preparan el tejate por tradición, también lo hacen como medio de subsistencia económica.

Cuentan que les gusta prepararlo porque saben que es una herencia que viene de mucho tiempo antes, les gusta que la gente lo saboree y diga que les gusta, que tiene un sabor exquisito, pero también que lo puedan vender y obtener dinero para complementar los gastos de sus casas.

Eusebia Ruiz Hernández tiene 78 años de edad y más de 60 los ha dedicado a elaborar el tejate. Explica que le gusta prepararlo para compartirlo porque es muy rico, pero también para venderlo.

«Empecé por la necesidad económica; cuando tuve a mis hijos me obligaba a traer un pan, comida. En mi pueblo todas preparan tejate, es una manera de vivir, casi todo el pueblo lo hace», comenta.

«Tengo mi árbol de rosital. Mi esposo difunto lo sembró para mí y ahora yo lo estoy cortando. Viven hasta 60 años. Mi familia no tenia árbol, unos del pueblo no tienen y compran las flores que se pueden vender a 200 pesos el kilo. Se necesita como un cuarto para un apaxtle», abunda.

El sabor depende del cariño que una le pone, el entusiasmo; se nota, la gente se da cuenta porque saborea. Es un trabajo pesado para prepararlo. Antes sí molíamos en el metate, a las 2 de la mañana, a las 3 y a las 7 u 8 ya estaba la masita, y luego de prepararla salía una a vender al centro. Ahora todas van al molino, señala.

Las actuales hacedoras del tejate no saben cuándo inició la tradición de preparar la bebida, sólo pueden decir que desde siempre se ha hecho en la comunidad y ellas aprendieron de sus abuelas y, al igual que ellas, desde niñas aprendieron a reconocer el árbol de rosital, a cuidarlo, a apreciar que siempre les dé flores, a seleccionarlas, a saber cuántas se necesitan para un apaxtle.

Conocieron el proceso de cortar las flores una por una, deshidratarlas y tostarlas en el punto preciso, lo mismo que el cacao, el maíz y el hueso de mamey.

Las vieron hincarse para moler en metate los ingredientes y después batirlos con fuerza, para formar la masa que poco a poco diluían con agua fría hasta obtener la bebida de los reyes zapotecas.

Como en toda preparación culinaria, saben que cada mujer le da un sazón especial que depende del grado del tueste de los ingredientes, del tiempo de batido, del ánimo en que se encuentren al momento de la preparación, y del gusto con que lo hagan y aunque tienen medidas precisas, pueden variar en algunos gramos y eso ya hace la diferencia, apunta.

Para elaborar un apaxtle de unos 25 litros, se requiere aproximadamente una hora en batir. «Ya tenemos el brazo ejercitado, ya estamos acostumbradas. ¿Enfermedades? Después de años de trabajo sí nos dan reumas, porque luego de tener las manos calientes, mezclamos con hielo para que esté más fresco, pero en el proceso no lo sentimos», detalla doña Eusebia.

Al paso del tiempo las condiciones han cambiado y también han aprendido a innovar, a experimentar para ofrecerlo en diferentes presentaciones como nieve, galletas, pasteles, gelatinas, mezcal, tejate de coco y en polvo, y al menos unas 300 mujeres se asociaron en la Unión de Mujeres Productoras de Tejate de San Andrés Huayapam.

Juntas han pugnado desde hace una década por obtener la denominación de origen. No lo han logrado por los usos y costumbres de la población y porque, dicen, no han tenido el suficiente apoyo de las instituciones. Actualmente exportan alrededor de mil paquetes al año a Estados Unidos y otros mil son colocados en centros comerciales.

Maricela Pacheco Santiago, presidenta de la Unión de Mujeres Productoras de Tejate «Guiebdie», señala que buscan espacios en centros comerciales para expender sus productos que dejan a la asociación un ingreso mensual de 5 a 6 mil pesos.

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