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Ochenta palabras, ¿para qué mas?

Por Lydia Cacho

Un reciente estudio de la UNAM determinó que las y los jóvenes mexicanos tienen un repertorio vocal de 80 palabras. Esto quieres decir que su vocabulario es sumamente restringido y que para expresar su decir y sentir se apoyan en una serie de muletillas tales como: no wey, si wey, pus no me digas wey, y el florido ¡no manches wey!, entre otros.

Ante la presentación de dicho estudio, miles de padres y madres de familia se han mostrado horrorizados, incluso aquellos que conviven con adolescentes cuyo lenguaje escuchan a diario en casa. Preconizando los tiempos mejores, buena parte de estos adultos argumentan que no tienen ni la menor idea de los orígenes de esta terrible pérdida de palabras que asola a la juventud mexicana.

Una buena amiga, madre de una adolescente estupenda, dice que tal vez la razón de esencia es que estos jóvenes, hombres y mujeres, no tienen mucho que decirle al mundo o a esas personas adultas que les juzgan como pecadores del abecedario.

La verdad es que pensándolo bien tal vez tengan buena razón. Las palabras floridas han caído en desuso, especialmente las palabras bellas y las verdaderas. Si estas nuevas generaciones del siglo XXI han visto a sus padres y madres vivir en la mentira disfrazada de verdad a medias.

¿para que habrían de preocuparse en elaborar un lenguaje para repetir un discurso agotado?. ¿Para que aprender a decir que ya no hay moral si quienes hacen negocios sucios son los que la predican? ¿para que habrían los jóvenes de creer en la sagrada palabra del cura cuando descubre que es pederasta y que el otro párroco, que no lo es, lo acoge en su mentira y se hace cómplice?.

Por que habría la juventud precisar de miles de palabras para nombrar la cocaína si con un vocablo y 50 pesos la compra en la zona hotelera y en casi cualquier taxi de Cancún, Acapulco o el DF, aunque muchos hoteleros digan que no es cierto.

A qué necesidad de verbos y sustantivos apelar cuando las estadísticas de la Secretaría de Salud, para ser precisa de PROMSA, demuestran que Quintana Roo es el estado con mayor índice de violencia sexual y doméstica en el país, pero no solo eso, sino además duplica la violencia de otros estados al 100%, si al decirlo salen corriendo los adalides de la decencia aparente para declarar a los medios que es una mentira, que no hay violencia.

Salen unos cuantos aterrados hombres probos a declarar que si se sigue diciendo la verdad sobre nuestro destino ya no vendrán más turistas, entonces acusan de mentira a la verdad por miedo a perder lo suyo. Para eso ya no hay pobres, ni enfermos sin medicamentos, ni pemexgate, ni foxamigos corruptos.

Si Fox dice que el cambio es real, pero al igual que el PRI supo usar el detergente para allegarse de recursos por alcanzar la meta del poder ¿para que habrían las y los jóvenes de usar la palabra transición democrática, si no la creen?.

Tal vez tengan razón las y los jóvenes mexicanos, tal vez ellas, ellos, sí han comprendido que el lenguaje no basta para recrear el mundo. Hace falta decir la verdad, ser congruente, dejarse de parapetos lingüísticos para decir, cada vez que un adulto con poder miente, disfraza la verdad y antepone el bienestar de su cartera al bienestar de su comunidad ¡no manches wey!

Darse la media vuelta y saber que la generación con verdaderos problemas es la mayor, esa que es corrupta vestida de Hugo Boss y manejando un BMW, esa generación que perpetúa la violencia y el delito, que nombra «muertas» en vez de «asesinadas» a las jóvenes de Juárez, que acalla la venta de drogas y las violaciones a los derechos humanos para no arriesgar su alta ocupación, sus ventas, sus acciones en la bolsa.

Esa que compra tantos libros lindos para explicarse el mundo dañado que recrea. Que se pregunta con azoro ¿qué pasará con al juventud de hoy?.

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