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Para ella, la migración fue «como volver a nacer»

«Es como volver a nacer», dicen las que se van de su lugar de origen, las que emigran en búsqueda del tiempo perdido y se incluyen en la historia de este país de inmigrantes.

Ella, quien a siete años de haber emigrado a este país por las obvias razones que prevalecen en México, su país: pobreza, desempleo, corrupción y desigualdad genérica que trastoca lo más profundo de su Carta Magna, por fin hoy vive sin miedos ni temores a las redadas o deportaciones.

Este país le dio su «Welcome to the United States» con su nueva identificación.

No así a las y los más de 12 millones de inmigrantes sin papeles, quienes vieron trastocadas hace un año en el Senado sus esperanzas de legalización. La Reforma Migratoria Comprensiva fue sepultada por los radicales republicanos y George Bush se fue sin cumplir su promesa.

Ella nunca perdió, ni por un momento, detalle alguno del proceso de reforma migratoria aunque, pese a sus temores por las redadas y razones de salud, no fue a las marchas, pero sí cuidó a los y las niñas de quienes marcharon por los derechos humanos de los y las inmigrantes.

«No somos criminales, somos seres humanos», recuerda que escribió en las pancartas que les dio a los y las asistentes. Su voz, fue mayor. Buscó resonancia. Hizo ruido con lo que sabe hacer, al lado siempre, mano con mano, de las mujeres.

Ella vio pasar los apretones de mano de los ungidos como presidentes de su país cuando visitaban ésta que es también su tierra. Vio a los gobernantes, de extracción panista, a Vicente Fox como con Felipe Calderón, con sus solas declaraciones.

Fox, que dizque quería «la enchilada completa».

Calderón, que «detendrá la inmigración con creación de empleos», aunque acá, del otro lado de la frontera, se llena el espacio con los millones que nunca vieron cumplida la promesa.

A ella la enfermedad la obligó a permanecer en este país. Luego le siguieron tragedias, la pérdida de sus más apreciados seres queridos, allá en su tierra natal. «No pude ir a los sepelios. Y no por falta de ganas. Eso fue porque allá la miseria se agrava».

En este estado jardín, habitan cerca de un cuarto de millón de inmigrantes sin papeles, principalmente en Paterson, Paseik, Elizabeth y Newark. Aunque, por todos lados se les ve transitar. Ellos, en bicicleta y ellas en los autobuses o caminando.

Entran y salen de las casas, factorías o restaurantes, siempre mirando hacia todos lados. Cuidándose las espaldas. A las vivas.

Ella cuidó niños ajenos, limpió casas y trabajó horas eternas, con salario muchísimo menor que el mínimo.

«Seguido me daba la enfermedad de mi tierra. Aquí le llaman home sick. Le da a uno por llorar, por irse. Por regresar. Pero eso es pasajero. Luego la depresión. Sin embargo el ánimo llega nuevamente a uno. ¿A qué te vas? Allá no hay futuro».

Hace cuatro años, ella estaba decidida a regresar. Pero un ángel se le presentó. Un americano le habló de amores. «Mi sueño de hombre», dijo. «Aunque, bueno, él republicano por naturaleza y yo, confesándole mi amor por Fidel y por Cuba».

Estados Unidos se empezó a radicalizar con medidas antiinmigrantes, con propuestas locales de expulsión de los y las sin papeles. Los medios de comunicación no se daban abasto informando las posiciones polarizadas. Se intentó criminalizarlos: «indocumentado=criminal».

Ella se casó. Tuvo que esperar a cumplir dos años de casada para que su esposo la pidiera y demostrara a su gobierno que es lo suficientemente solvente para mantenerla. Y, más aun, que se casó por amor.

Los costos de los trámites migratorios aumentaron y además, para evitar pormenores contrató abogado. El costo se elevó a cuatro mil dólares.

«Uno aquí, tiene que ir a lo seguro. Sobre todo porque el sentimiento antiinmigrante se apoderó de más de la mitad de los y las habitantes de este país. Y no digamos de los de migración», dice.

Ella y su esposo iniciaron una compañía. Y por supuesto, ayudando a los y las sin papeles, proporcionándoles trabajo seguro y digno, atención medica. Y lo más importante, lo esencial, hablándoles en el mismo idioma, enseñándoles inglés.

«Llegó la notificación de la cita con migración. Los nervios. Las preguntas capciosas. Fotos de boda. Cuentas de cheques conjunta. Comprobante de pago de impuestos. Cartas. Subscripciones. En fin. Un interrogatorio y la revisión de su amor en dos horas eternas.

La respuesta. Le sellaron su pasaporte. «Ya puede salir y entrar al país libremente», le dijo la agente migratoria. Y agregó: «Ya puede llevarla de luna de miel».

Ella, con todo y su sello, no salió del país. Esperó a que le llegara su «green card».

No llegaba. Otro trámite. El seguro social para poder trabajar con documentos. Le dijeron que no se lo daban porque no aparecía en el sistema. «Me puse nerviosa. Pues qué problema», recuerda.

Por Internet hizo cita. Nuevamente a migración. Ahí, la misma agente: «Fue un error mío. Disculpe. Los trámites migratorios tardan por falta de personal, pero también por errores humanos o «a propósito».

Su vida cambió. Regresó a su mundo y en el 2005 se reincorporó al periodismo. Volvió a lo suyo. Así, ahora hace historia compartiendo su oficio de periodista con el de creación y destrucción de espacios interiores, con la brocha gorda, el rodillo de pintar, la mezcla.

Y desde aquí, desde este país, logró su más grande anhelo profesional: ver publicada su información de denuncia en Proceso, la revista electrónica más importante de México.

Y, por supuesto, en su casa Comunicación e Información de la Mujer, en CIMAC.

Así, ella, hace historia. Ella soy yo, Leticia Puente Beresford.

Ahora, camino en búsqueda de las demás: María, colombiana, ya se va. Se cansó. Diez años y sin papeles. Se va a finales de mes, pero no para Colombia, sino para Canadá.

08/LPB/GG

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