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Para mis amigos

Por la Redacción

Recibí un correo electrónico de un amigo mexicano que vive en Nueva York. La tristeza y el asombro me inundaron al leerlo. Su hermana fue asesinada en la ciudad de México, en Polanco. El móvil, según la policía, fue robarle un automóvil de lujo. Venía con su pequeño de tres años, sentado en el asiento trasero, con el cinturón de seguridad puesto.

Los asaltantes la amagaron con un arma, era una mujer bella de 40 años, decidieron, antes de matarla de tres balazos, abusar sexualmente de ella. Todo esto sucedió frente al bebé. Al llevarse el auto dejaron a la criatura el la calle. El dolor de algo así resulta inenarrable, pero la reflexión secundaria, después de contarme la tragedia, no lo es.

Enrique habla de su dolor, del miedo, el coraje y la angustia del futuro de su sobrino, de la memoria que quedará para siempre de lo sucedido a su madre y, luego, habla de aquellos artículos que le he enviado sobre las mujeres víctimas de violencia, sobre las muertas de Chihuahua, sobre las mutiladas en África y las que mueren apedreadas en países musulmanes por el hecho de sentirse individuas libres.

Repentinamente las palabras escritas sobre la discriminación y la violencia hacia las mujeres cobraron un sentido diferente para mi amigo. Y él reflexiona sobre la diferencia. «Me horroriza que a un hombre lo asesinen por su auto, pero a la mujer la violan y humillan frente a su hijo, es siempre doblemente violentada», dice; ¿qué clase de seres humanos son capaces de semejante crueldad?, se pregunta.

Y sigue así hablando sobre el golpe de realismo que le dio la vida, promete a la memoria de su hermana, a través de una carta a mí, su amiga de la infancia, que nunca más ignorará el dolor de otras y otros, que siempre se sumará a las cartas petitorias de Internet para evitar que los árabes asesinen mujeres a pedradas, me pregunta donde y cuándo firma para sumarse a la protesta por las muertas de Juárez.

Le doy nombres y datos al tiempo que reflexiono sobre la incapacidad de millones para entender que cuando evidenciamos las desigualdades sociales y otros se burlan, fortalecen la violencia de los crueles y alientan la indiferencia pública. Es una pena que tenga que llegar el golpe a casa para que miremos el dolor ajeno. Lo mismo sucede con la drogadicción, la violación, con las muertes por abortos mal practicados, con el estupro y la violencia en el hogar.

Una evidencia clara de la abulia con la que muchos toman la violencia en nuestro país, son los casos de las muertas de Juárez. El mes pasado, el jefe del FBI en El Paso, Texas, Hardwrick Crawford, sentenció que «los homicidios de mujeres en Juárez no son un crimen contra Ciudad Juárez, sino contra la humanidad». 280 mujeres, en su mayoría trabajadoras de la maquila, han sido asesinadas en esa ciudad fronteriza.

En noviembre de 2001 encontraron, en un lote en construcción, los cuerpos de ocho mujeres que fueron asesinadas con una violencia extrema. Dos días después, un grupo de personas encapuchadas sacó violentamente de su domicilio a dos hombres, sin identificarse ni mostrar una orden de aprehensión.

Fueron presentados a declarar ante el juez tercero de lo penal del distrito judicial Bravos quien les acusó por los delitos de homicidio, violación y asociación delictuosa. Sobre las lesiones que presentaban (quemaduras en el pene, testículos, bajo vientre, pecho y abdomen, además de los golpes en todo el cuerpo), el juez dictaminó que dichas lesiones se debían únicamente a una enfermedad y al uso del reloj que les apretaba la muñeca.

Luego Mario César Escobedo Anaya, abogado defensor de uno de los dos presuntos responsables, fue asesinado por policías judiciales, «por una confusión». Todas las mujeres de Juárez han sido morenas, jóvenes y pobres. Todas fueron asesinadas, destazadas y violadas; sin embargo, la justicia mexicana sigue actuando de forma machista y misógina, fabrica un par de confesos y les tortura para que asuman los crímenes, para poder cerrar el incómodo caso.

Hace unos días, Eduardo Suárez aseguró que esta es la mejor forma de evidenciar la discriminación hacia las mujeres. Si alguien hubiese asesinado a 280 hombres de manera sistemática, ¿qué harían las autoridades? Él, igual que yo, está seguro de que habrían investigado a fondo el caso.

Solamente el 11% del Congreso está conformado por mujeres en México, y han sido ellas quienes se han manifestado para que se investiguen estos crímenes. ¿Dónde están los hombres con poder? ¿Esperarán a que sea su hermana una de las mujeres de Juárez para involucrarse? ¿Qué acaso no somos prójimos si no nos une la sangre?

No se trata, como algunos hacen creer con sorna, que escribimos contra los hombres cuando hablamos de violencia, sólo reflejamos la realidad: el 95% de los casos de violencia contra las mujeres son cometidos por hombres, en contraste con el 0.2% ejercido por la mujer. El 21% de las mujeres que utilizan los servicios de cirugía de emergencia de los hospitales han sido golpeadas por su pareja.

¿Qué clase de país construimos cuando la violencia hacia las mujeres sigue siendo un tema secundario? ¿Qué pasa con mi México?, me pregunta Enrique. Indiferencia, insensibilidad, respondo yo.

* Correo electrónico: [email protected]

       

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