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Partidos conservadores podrían capitalizar feminización de pobreza

Por Carmen R. Ponce Meléndez*

La crisis económica que viven las economías del mundo, aunada a las condiciones críticas propias de nuestra economía, constituyen un escenario político y económico de difícil tránsito, en donde las organizaciones y partidos políticos representan una opción urgente de definiciones y propuestas, que se traduzcan en nuevas políticas públicas.

Si bien es cierto que la feminización de la pobreza no es un fenómeno nuevo, las condiciones actuales de la economía mundial, sumada a las condiciones políticas, -gobiernos conservadores-, así como políticas económicas tardías y erráticas, aplicadas en un universo económico de severa crisis, nos da un resultado de nivel y composición de la pobreza y su feminización, nunca antes visto.

Se advierte y con razón un compromiso de las mujeres y de las feministas en particular, que debe traducirse en propuestas alternativas de política económica y de una defensa a ultranza de todos los logros hasta ahora alcanzados por el movimiento feminista, tanto a nivel nacional como internacional.

Hoy, en México se señala que el PIB decrecerá en un 1.2 por ciento; se estima que el empleo formal perderá 201 mil plazas; la inflación tendrá un piso del 4.1 por ciento; la inversión extranjera directa (IED), descenderá 3 mil 298 millones de dólares, al pasar de 18 mil 836 en 2008, a la cifra de 15 mil 548 en 2009.

Uno de los espejos más nítidos, donde se reflejan estos indicadores económicos, es el mercado laboral. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), para enero del 2008 el desempleo alcanzó una tasa inédita del 5 por ciento. En los hombres. la TD (tasa de desocupación) se incrementó de 4.8 a 4.84 por ciento y en las mujeres el crecimiento de la TD fue mayor, ya que pasó de 3.97 a 5.26, (2007-2008).

Esta cifra sobre desempleo en las mujeres es muy grave y desafortunadamente no es real, ya que esta TD es únicamente para el mercado formal de trabajo, hay que sumarle el desempleo que se está generando en el mercado informal de trabajo.

Cabe recordar que el en el sector informal urbano (SIU), y específicamente el comercio ambulante, existe un empleo de 6.3 por ciento en mujeres y 3.8 por ciento en hombres desde el 2003; es decir el doble de empleos en mujeres, respecto a la ocupación masculina.

Lo que nos da como resultado una feminización considerable del SIU y, por lo subsecuente, una creciente presencia femenina en los segmentos más precarios del mercado laboral; lejos de trabajo y salario dignos, al margen de la protección sindical y de prestaciones.

Este mercado de trabajo precario no solo se alimenta del comercio ambulante, también se nutre de la flexibilización laboral que México ha experimentado desde la década de los 90 y que se manifiesta claramente en la reducción de la TMCA de la población sindicalizada del sector industrial, la cual experimentó una reducción significativa al pasar de 22.1 a 11.6 por ciento, en el periodo comprendido de 1992 a 2002. Al respecto, la ocupación femenina tuvo una tasa negativa del -2.3 por ciento.

De cada cinco personas que son despedidas, cuatro son mujeres, esto se explica por el nivel de prestaciones que tiene en el país la población ocupada (PO). Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), más de la mitad de la PO, el 56.2 por ciento, carece de cualquier prestación laboral y se señala que la tercera parte son mujeres.

Además, durante los primeros cuatro años del milenio, las mujeres con percepciones menores a dos salarios mínimos era de 69.4 a 72.5 por ciento; y hasta 2007, el costo de la canasta básica mensual era equivalente a dos salarios mínimos.

Estos indicadores son elementos básicos para ejemplificar la feminización de la pobreza y su crecimiento.

El resultado es inmediato: menores oportunidades de empleo, menor ingreso salarial, cero protección social, alta concentración del ingreso y del capital; escasas opciones de un trabajo digno, fuerzas políticas debilitadas en lo económico y social; mayor pobreza alimentaria que es la más radical de las pobrezas y, desde luego, la escenificación de una nueva feminización de la pobreza.

La violencia económica de que es objeto la sociedad con estas medidas de política económica tiene un costo, un costo de oportunidad muy alto que sufragan las mujeres en primer término y que nos obliga a explicitar claramente una posición feminista y socioeconómica.

El impacto social de la feminización de la pobreza se puede visualizar desde varios ángulos, en lo económico significa un mayor volumen de pobres.

Es sabido que el salario que genera el empleo femenino tiene un mayor efecto multiplicador en la economía que aquel que genera el empleo masculino. Al reducirse éste, automáticamente estamos generando una menor derrama en la economía a través del consumo público y privado.

Por otra parte, cabe la posibilidad de que las redes sociales se debiliten, como sucede con el núcleo familiar, al intensificarse la feminización de la pobreza, Algunos partidos políticos y organizaciones sociales podrán capitalizar en su favor, con posiciones altamente conservadoras, la situación de crisis económica.

Pero siempre deberán estar acotados por la respuesta de las fuerzas progresistas del país, como lo son las organizaciones democráticas y muy en especial las que enarbolan la bandera del feminismo.

* Economista, especializada en temas de género.

09/CP/GG

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