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Posibilidad de futuro

Por Cecilia Lavalle

Miles cruzan. Miles sueñan con cruzar. Miles intentan cruzar. No importa el riesgo. No importan las condiciones. No importa el presente. Sólo importa la posibilidad de futuro. Son personas, con nombres y apellidos, que apenas si conocemos con el nombre genérico de migrantes y que año con año dan mucho de qué hablar.

Ya lo habían advertido con toda precisión la Organización de Naciones Unidas (ONU), analistas, especialistas. El prestigiado politólogo Federico Reyes Heroles, en su libro Memorial del mañana (México, Ed. Taurus, 1999) afirma: «Hoy se levantan muros o murallas con alambradas, pero también con ideas. La xenofobia es una de ellas. Buscan impedir lo que será una vivencia cotidiana del siglo XXI: la migración. Naciones Unidas nos ha alertado. El siglo XXI será el siglo de las migraciones. De Sur a Norte. De los países pobres a los ricos».

Y henos aquí, iniciando el segundo lustro del siglo XXI y constatando la profecía. Se levantan muros, con piedras o con ideas. Siglo de las migraciones. De Sur a Norte. De los países pobres a los ricos.

En el mundo hay 190 millones de migrantes. Casi la mitad, mujeres. Y entre ellas, más de la mitad, originarias de América Latina; región del mundo que, dicho sea de paso, en 2003 recibió un tercio del total de remesas transferidas en el planeta y en 2005 recibiría, según estimaciones previas del Banco Mundial, 41 mil millones de dólares.

México contribuye notablemente con esas cifras. Aproximadamente 11 millones de compatriotas viven en Estados Unidos; dos de cada diez migrantes son mujeres. Del total de migrantes, más de la mitad carece de documentación legal. Y, nuevamente, en el año que recién concluyó, rompieron la marca anual de remesas, renglón en el que son campeones mundiales: enviaron algo así como 20 mil millones de dólares a sus familias, 25 por ciento más que en 2004.

Al margen de las constantes que se presentan en el fenómeno migratorio, especialistas en población nos tienen dos revelaciones: 1) Cada vez más las mujeres mexicanas migran por su cuenta, y ya no sólo con sus parejas. 2) La mayoría de las mujeres que se van no vuelven.

Hay otras novedades. Tradicionalmente, se pensaba que en México migraban quienes carecían de empleo. Pero un reciente estudio aplicado por el Pew Hispanic Center a 4 mil 800 solicitantes de matrícula consular revela que sólo uno de cada diez no tenía empleo antes de emigrar. Su decisión se basó, en mayor medida, en la diferencia de salarios entre México y Estados Unidos, los lazos afectivos y las perspectivas de oportunidad. Es decir, mis compatriotas arriesgan la vida en busca de la esperanza que aquí se les ha arrebatado.

Las y los migrantes mexicanos en Estados Unidos pueden tener ingresos tres veces superiores a los de una persona asalariada en México con todas las prestaciones de ley (Reforma, diciembre 8 de 2005). Del otro lado del río, un campesino puede ganar en la pizca de naranja y tomate mil 100 dólares mensuales (12 mil 100 pesos, si calculamos a 11 pesos por dólar). En cambio, una profesionista que labora en el aeropuerto capitalino gana al mes 6 mil 500 pesos. Y mejor ni hablamos de lo que ganaría un campesino en México cosechando naranjas y tomates.

Eso explica porqué entre siete y diez por ciento de profesionistas mexicanos tituladas y titulados ya residen del otro lado de la frontera. Más las y los que se sumarán cada año, porque apenas el 35 por ciento de los que se quedan trabajan en lo que estudiaron (Reforma, diciembre 3 de 2005).

Anualmente, desde la década de 1990, emigran alrededor de 350 mil personas. Y nada, absolutamente nada, indica que la cifra decrezca en los próximos años. Podrán poner muros. Podrán levantar paredes construidas con xenofobia. Nada impedirá que año con año miles intenten cruzar y, de hecho, crucen. Porque el presente no tiene nada que ofrecerles. Y al cruzar tienen posibilidad de futuro.

Yo supongo que nadie arriesgaría su integridad y abandonaría a su familia, su tierra, sus certezas, si en su patria tuviera no un presente favorable, sino apenas una posibilidad de futuro promisorio. Esto es particularmente cierto en el caso de las mujeres. Las mujeres están mucho más expuestas que los varones a las agresiones físicas, las violaciones sexuales e, incluso, a caer en las redes de tráfico o trata de personas.

¿Qué condiciones, entonces, habrían de obligar a que miles de personas y cada vez más mujeres arriesguen todo para cruzar el río? Sólo la fundada certeza de que, hágase lo que se haga, no hay ninguna posibilidad de prosperar en nuestro país: la ausencia de esperanza.

De este lado del río, de muchas maneras, a millones de compatriotas nos han secuestrado la esperanza de un país mejor. ¿Qué tal si este año empezamos a negociar el rescate?

Apreciaría sus comentarios: [email protected]
*Periodista mexicana

06/CL/YT

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