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Presidenta Michelle, deferencias merecidas

Por Cecilia Lavalle*

Pocas personas generan tal interés. Pocas, tal atención. Menos si es mujer. Y, sin embargo, a su paso por México, Michelle Bachelet, presidenta de Chile, fue escuchada en las más altas tribunas, fue homenajeada y tratada con respeto y admiración.

Me dirá usted que en México somos muy buenos anfitriones. Y sí, pero eso no explica que se le haya entregado la Orden Mexicana del Águila Azteca, máxima distinción que otorga nuestro país a extranjeros por los servicios prestados a nuestra nación o a la humanidad.

Me dirá, entonces, que es el trato que solemos darle a mandatarios de otros países, especialmente latinoamericanos, con quienes nos une el idioma, la historia y los distintos problemas que comparten los países subdesarrollados. Y sí, pero eso no explica las tribunas que se le concedieron para expresar sus ideas. Habló ante el Congreso de la Unión y ante empresarios de la rama minera, financiera, industrial y de servicios.

Me dirá, tal vez, que debo recordar que fuimos profundamente solidarios con habitantes de Chile cuando el golpe militar de Augusto Pinochet, y que asilamos a personas cuya vida corría peligro. Y sí, pero eso no explica que el rector de la UNAM le entregara la medalla Sor Juana Inés de la Cruz por su trayectoria ejemplar y su labor a favor de la equidad de género. Medalla, además, que por primera vez se entrega a alguien que no es miembro del Claustro.

No, Michelle Bachelet recibió un trato que no ha recibido ninguna otra mandataria que haya visitado nuestro país. Y creo que las deferencias provienen de dos factores. Uno, es una mujer excepcional. Dos, dirige un país al que los especialistas se refieren como «el milagro chileno».

Parte de su historia la comparten muchos y muchas jóvenes de Chile. Pertenece a la clase media de su país. Durante la dictadura, su padre, militar leal a Salvador Allende, fue apresado, torturado y murió tras un interrogatorio. Su madre, arqueóloga, y ella padecieron encarcelamiento y tortura. Luego el exilio, primero en Australia, después en Alemania.

Acaso, a partir de su regreso, durante la dictadura, comienza a escribir su excepcionalidad. Graduada como médica cirujana, trabajó para una organización no gubernamental que apoyaba a hijos e hijas de detenidos o asesinados por el régimen militar.
Restaurada la democracia, laboró en áreas relacionadas con la medicina. Experiencia que en 2000 le serviría para realizar varias modificaciones al sector como Ministra de Salud.

Previamente, ganó una beca para realizar un curso en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington DC. Así se convirtió en asesora del ministro de Defensa de Chile.

Y no dejará de sorprenderme su capacidad de perdón. Qué otra cosa, si no, le permitió ser la primera mujer en la historia de América Latina en ocupar el cargo de Ministra de Defensa.

Luego vino la campaña política, reñidas elecciones, y en segunda vuelta un triunfo que le permite ser la primera mujer presidenta de su país y la segunda en Latinoamérica en llegar al poder vía elecciones.

Y que conste que su país también tiene fama de ser machista. Y que Chile es, según la escritora chilena Isabel Allende, más católico que Irlanda y que el Vaticano. Y que conste que es de izquierda. Y que conste que está separada. Y que conste que es madre soltera.

Congruente, nombró un gabinete paritario, mitad hombres y mitad mujeres, e impulsa una decidida campaña anticonceptiva entre adolescentes, para supiritaco de la Iglesia de su país.

Todas estas características, más, claro, su gran carisma, la hacen una mujer excepcional.

Adicionalmente, es presidenta del único país de América Latina que ha reducido la pobreza a la mitad en los últimos 17 años, crece de manera sostenida y ocupa el lugar 38 en el Índice de Desarrollo Humano de las ONU 2006, por encima de todos los países latinoamericanos.

A mí me alegra que se le haya tratado con tanta deferencia. Lo merece. Me alegra también que le vaya bien a su país. Pero he de confesar cierta envidia. Me gustaría que algún día nuestro país sea calificado como «el milagro mexicano».

A lo mejor para eso necesitamos primero que una mujer de ideas liberales presida la Secretaría de Salud, así no tendríamos que estar regateando presupuesto para evitar la vacuna contra el papiloma humano, o defendiendo cada centímetro ganado en salud reproductiva.

A lo mejor, después, deberíamos tener una mujer con sentido social como titular de la Secretaría de la Defensa Nacional. Así, las violaciones cometidas por militares no acabarían en el archivo de la impunidad.

A lo mejor, luego, en campaña por la presidencia, las mujeres deberíamos presentar un solo bloque para llevarla a la victoria.
A lo mejor, sólo entonces, sabríamos que el milagro mexicano ha comenzado.
[email protected]

* Periodista mexicana en Quintana Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Perspectiva de Género.
07/CL/GG

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