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Primer Año del ¿cambio?

Por la Redacción

Hoy cumple un año la administración foxista, y el fracaso es la palabra que mejor describe el saldo.

Durante los últimos 365 días, el gobierno de Vicente Fox ha recibido un baño de realidad que contrasta con el optimismo de quienes creían que la alternancia política basada en el «voto útil» traería beneficios automáticos en los niveles de bienestar de la población y en la marcha del país en general, como lo había prometido su candidato.

Quizá sea en lo económico en donde los resultados han provocado mayor desilusión. Sepultadas quedaron las expectativas de crecimiento económico y de mayores índices de empleo. El gobierno, desde luego, se preocupa más por fabricar culpables como la desaceleración en Estados Unidos o los atentados terroristas de septiembre.

En lo social, el débito foxista con los mexicanos va también en aumento. Siguen incrementándose la desigualdad, la injusticia, la miseria, la marginación, o la cobertura educativa.

Y en el aspecto político, el ciclo anual que hoy se cumple, tampoco arroja cuentas positivas. Y acaso sea ahí en donde está el fondo de todos los problemas que originan el fracaso del «cambio».

Nada se ha logrado para atenuar ya no digamos eliminarla inseguridad, la corrupción.

Ni siquiera se ha cumplido la promesa de «sacar al PRI de Los Pinos», pues las oficinas presidenciales están repletas, a todos los niveles, de priistas cuyos méritos profesionales nadie conoce.

A mediados del mes pasado, tuvo lugar en Mexicali una balacera que duró casi un día, en la que cuatro pistoleros del Cártel de Sinaloa se resistieron a ser capturados por más de 200 policías y soldados.

Días antes, habían sido asesinados en Mazatlán, los magistrados federales Jesús Ayala Montenegro y Benito Andrade. Ambos atendían casos que tenían que ver con el narcotráfico.

Y en Monterrey, la abogada Silvia Raquenel Villanueva era víctima por cuarta ocasión de un atentado en su contra.

Esos hechos ocurrieron sólo durante el mes de noviembre. Junto con todos los demás que tuvieron lugar en el año, como la fuga de la cárcel del Chapo Guzmán, el asesinato de Digna Ochoa y las amenazas de muerte contra otros defensores de derechos humanos, además de los petardos colocados en cajeros automáticos, por citar sólo algunos, constituyen los eslabones de una cadena que pretende desestabilizar la gestión foxista, independientemente de los múltiples dislates que por sí misma ha cometido y que de suyo serían suficientes para comprometerla.

Estos acontecimientos obligan a recordar lo que ocurrió en 1994, conocido como el «año en que vivimos en peligro».

La violencia generó y problemas económicos generaron más violencia, mientras el gobierno era rebasado en su capacidad para controlar y contener tanto las turbulencias políticas como las económicas.

Por más que se ha visto que el presidente Fox está empeñado en conducir una transición aterciopelada, colocando y premiando a hombres y mujeres que fueron piezas esenciales del régimen priista en cargos de primer nivel en su gobierno, los problemas propios de cualquier transición están cada vez más presentes y no hay indicios de que el foxismo se encuentre en condiciones de controlar las principales variables que le permitan sostener la cada vez más precaria estabilidad.

Fox está atrapado en un falso dilema. Piensa que necesita a los priista para sacar adelante sus reformas. Y para ello, les ha concedido cuotas de poder y garantías de impunidad.

Pero los caciques priista no se conforman con esto. Quieren regresar al poder. Están atrincherados y ya han dado muestras de que están dispuestos a librar una batalla por conservar y recuperar lo que perdieron el 2 de julio.

La carambola es de varias bandas pues de paso, le añaden componentes adicionales de inestabilidad al proceso de cambio político, y alientan la apuesta del fracaso de la democracia foxista.

El problema de fondo consiste en creer que puede haber una transición de terciopelo.

Partir de ese supuesto implica confiar en que el viejo régimen terminará de entregar las riendas del poder y renunciará a sus privilegios, a cambio de que algunos de sus miembros sean premiados con cargos de primer nivel en el gabinete legal y ampliado.

Si bien el 2 de julio terminó con la era del Partido del Estado, el PRI no sólo no murió, sino que permanece vivo, como una compleja red de intereses.

Esa red de intereses y complicidades se encuentra vigente, y a la vista está el sistema de impunidad que la protege. Mientras el gobierno foxista arropa a exfuncionarios priistas, no se ha cumplido ninguna promesa respecto de llamar a cuentas a los «peces gordos».

Desde la debacle electoral priista del 2 de julio, se ha advertido aquí, que no se debe descartar el escenario de la balcanización, si se radicaliza la lucha por el poder que en las urnas sólo vivió su primer capítulo.

Los caciques locales están pertrechándose en sus parcelas, y la red de complicidades del viejo régimen sigue operando y controlando sectores estratégicos del poder real. Y como ya lo ha demostrado, tiene una evidente capacidad desestabilizadora y de chantaje.

Mientras, el foxismo le echa la culpa del derrumbe de su popularidad a los medios de comunicación.

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