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¿Qué significa adorar en espíritu y en verdad?

Por Cuicuizcatl (golondrina viajera)*

«La hora ha llegado para ustedes de adorar al Padre. Pero no será en este cerro, ni tampoco en Jerusalén… Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad. Son esos adoradores los que busca el Padre». (Biblia Latinoamericana. Juan 4, 21-24)

México, DF, 14 dic 07 (CIMAC).- Era el año 2003 iba en un taxi, de noche. Observé que, en el espejo del auto, el chofer llevaba colgado un escapulario café de la Virgen del Carmen, un trozo de tela bendito que se usa para protección. Pero al mirarlo bien, descubrí un pequeñísimo bulto más adherido ahí, que no alcancé a distinguir en la penumbra…

En el siguiente semáforo, pregunté al taxista por el bulto. «Es un arete» y, al ver mi cara de asombro, agregó: «Es de una señorita a la que llevo todos los días a su trabajo. Ella está haciendo una manda, por eso me pidió poner su arete ahí».

Miré de nuevo el extraño conjunto, escapulario y arete. Pensé en la sencilla espiritualidad de aquella mujer y en que cada quien tiene su camino –personal y único– de relación con Dios.

Ella pone su arete ahí y con eso tiene. No necesitó ir peregrinando a Chalma o a algún santuario importante; no necesitó traer un escapulario puesto, no necesitó poner una ofrenda o encender una veladora como compromiso de que cumplirá su sacrificio. Quizá algo de esto –o todo– ya lo hizo alguna vez, pero ahora, en esta manda, en esta promesa, con dejar su arete «en prenda» es suficiente.

Mi mente voló, me pregunté cuántos aretes tendrá ella. Si tiene muchos, dejar uno aquí es intrascendente. Si tiene pocos, o este par de aretes es su favorito, la ofrenda vale mucho más, porque no va a recogerlo hasta que ella cumpla lo que le prometió a Dios.

¿Quién puede medir el peso del amor? Dios, el absoluto que nos trasciende y envuelve.

Al llegar a casa, miré mi propio escapulario, lo tengo colgado en la pared. Recuerdo el día en que me lo dieron, aún estaba yo con los danzantes yendo a dar «mi ofrenda» de la danza en las fiestas patronales de los pueblitos del Estado de México. Mi escapulario café…

Me trasladé mentalmente a Amecameca, afuera de la capilla que está en la punta del cerro, enfrente del Señor del Sacromonte.

Cuando me «impusieron» el escapulario, el jefe, Juan Manuel Miranda, heredero de la tradición, me dijo palabras de fuerza al oído. Me dijo que el camino del guerrero es difícil, que exige compromiso, que yo me comprometiera hasta las últimas consecuencias.

Han pasado ocho años desde entonces, me pregunto si lo he cumplido.

Cuando estaba con los danzantes, era una manera «apasionada» de creer en Dios, con todo, en todos los actos… cuando estaba en el noviciado para ser religiosa, era una manera «fanática» de creer en Dios. «Cada puntada, un acto de amor a Dios», nos decían. Toda tu vida, todas tus palabras, referidas a Dios directamente, desde el saludo a las otras novicias…

Hoy eso ha cambiado. Los fanatismos, definitivamente, no funcionan conmigo, nunca funcionaron.

Estar «de lleno» con las religiosas, a punto de hacer mis votos de castidad, pobreza y obediencia, me hizo mucho daño… no porque sea malo, hay gente a la que le funciona… a mí me hizo mal porque me lo tomé demasiado en serio… y la maceta acabó ahogando a la flor…

Enamorarme de un seminarista me hizo más daño aún, me llené de culpas y de miedos que no venían al caso.

José Alberto había preferido seguir en el seminario que colgar los hábitos y casarse conmigo. Después de haberle entregado mi virginidad a los 31 años, que era algo intocable y sagrado, después de eso la relación no cuajó y no lo soporté. Veía a los curas y creía que todos tenían una «querida» en algún lado, sentía que ninguno, ¡ninguno! era coherente con lo que predicaba.

Y me enojé con Dios. Me enojé con la iglesia católica. No podía estar ahí con tanta represión y ese «doble discurso» institucional. Entonces empezó mi búsqueda por otros lados.

Entrar con los danzantes fue muy bueno en su momento; por mis sentimientos encontrados, no podía estar «adentro» de la iglesia, pero sí podía estar todo el día danzando afuera.

Estaba «peleada» con los curas, pero rescaté mi relación con Dios. Me alejé de la religiosidad católica institucional y me sumergí en la religiosidad popular. Fue maravilloso, aprendí, crecí espiritualmente estuve año y medio con los danzantes hasta que hubo un accidente en la carretera y murieron cinco de mis compañeros y el grupo se desintegró, coincidió con que me lastimé la rodilla izquierda al caer de unas escaleras y me prohibieron danzar.

Luego, año y medio en el grupo espiritista, luego mi búsqueda desesperada de quien sabe qué «caminos espirituales», mientras más lejos estuviera de la iglesia católica, mejor.

Sólo «picoteaba», no me quedaba de lleno en ningún grupo. Participé en encuentros de Siddha yoga, de budismo zen, de trabajo con música, en temazcales, en cursos de metafísica, en curaciones mágicas con chamanes y también me eché un superviaje con hongos alucinógenos.

Después de todo eso, regresé a la Iglesia católica, pero ya nada era igual. Ahora me pregunto: ¿Qué quedó? ¿Qué queda? ¿Qué busco?

Regreso al cuarto, con la veladora encendida en el altar. Recuerdo cuando me dieron el escapulario y pienso que mi vida ha dado muchas vueltas desde entonces, pero que yo no debo olvidar lo que prometí cumplir. Miro el pequeño altar que tengo en mi habitación, con elementos de aquí y de allá, es un altar raro.

Ya no estoy de lleno en la iglesia católica, ya no es mi fervor como antes, pero elementos quedaron en el altar. Ya no estoy de lleno con los danzantes, ya mi compromiso no es como antes, pero pequeños objetos quedaron en el altar. Y de mi paso por otros grupos, también hay huellas. Ya no estoy de lleno en ningún grupo, pero empiezo a estar «de lleno» conmigo misma, en la soledad, que se vuelve espacio de encuentro.

Pienso que mi espiritualidad, hoy, se parece a la de la mujer del arete en el escapulario, no en el sentido de hacer yo una manda y dejar algo como prenda, sino en el sentido de usar elementos sencillos, cotidianos, para elevar el alma a lo alto.

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/GG/CV

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