«Provengo de una familia extensa. Al principio vivíamos mis padres abuelos y tíos, después sólo estábamos mis padres, mis hermanos y yo. Luego decido tener mi familia religiosa –porque entro de misionero– y finalmente formo mi propia familia con mi pareja Alfredo, a quien amo y me ama profundamente», cuenta Pedro Jiménez del Grupo Ecuménico Cristiano Génesis.
Este es uno de los testimonios de los participantes al foro ¿Qué significan nuestras familias para las católicas y católicos?, realizado anoche en la plaza Hidalgo de Coyoacán, organizado por la asociación civil Católicas por el Derecho a Decidir (CDD).
Con respecto al recién concluido Tercer Congreso Mundial de las Familias organizado por grupos conservadores internacionales y nacionales; María de la Luz Estrada, coordinadora del área de jóvenes de CDD, comentó que el pretender imponer un sólo modelo de familia es discriminatorio y excluyente, cuando la sociedad ha cambiado.
Otra joven integrante de CDD relata: «Mis padres no son los padres tradicionales, no estuvieron preparados para formarme, educarme y mantenerme. La gente me decía que parecían tener más un deber que un deseo. Mis tíos, al ver cómo se complicaban mis padres al educarme, decidieron intervenir y me criaron».
Durante el foro, Guadalupe Cruz, coordinadora del área de Iglesias de la CDD, dijo que actualmente alrededor de siete millones de personas viven solas, y en 1.5 millones de hogares algún miembro de la familia está ausente.
Cruz recordó los datos de la encuesta realizada el año pasado entre dos mil 328 católicas y católicos, la cual reveló que el 65 por ciento de las y los entrevistados considera que la iglesia debe aceptar el derecho de los homosexuales a expresar abiertamente su orientación sexual.
Además, 53 por ciento, expresaron que la iglesia debiera permitir a las y los católicos divorciarse para volver a casarse y que las y los homosexuales no deben perder sus derechos por su orientación sexual por lo que deben contar con facultades para heredar a sus parejas, adoptar y contraer matrimonio si así lo desean.
De tal forma que, enfatizó Cruz, al gobierno no le toca decidir lo que es una familia sino erradicar la discriminación y reconocer la diversidad de la sociedad.
«Las familias se desintegran cuando los esposos se van para el Norte a buscar trabajo. El gobierno se preocupa por la familia pero la está desintegrando al abandonar el campo; la iglesia no debe decidir cuántos hijos deben tener las mujeres indígenas ni condenarlas al pecado porque no tienen los hijos que Dios les manda, porque ellas no sabe cómo van a manternerlos», remató Antonia Hernández, indígena tzeltal.
2004/BJ/SM