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Reflexiones sobre la muerte

Por Marta Guerrero González

La muerte es un sustantivo contundente, pero en su conjugación verbal es una acción de larga duración. Me explico: quien se muere termina con su vida, pero para las personas que lo amamos, se nos sigue muriendo a cada rato. No es exactamente una memoria, ni un recuerdo de esa tarde en que falleció, nada de eso, es la realización de la verdad; de hacer sentido al hecho de la muerte, es decir la determinación absoluta del momento mismo de su muerte. Por eso nuestros muertos se nos mueren a cada rato. Y cada vez, es el mismo dolor y prevalece el sentimiento de impotencia, y no nos ampara, por supuesto que no, la suerte de una resignación a golpe de receta religiosa.

Funda, en cambio, su ausencia (su muerte), un hábitat en cada departamento de nuestro cuerpo. Hace colonia en nuestra mente y escarba en la misma entraña de nuestra alma. Y nos ponemos a soñar con ellos durante el sueño. En el día todo nos los recuerda. Vamos con el féretro a cuestas. En el mercado ponemos la urna a un lado para verificar el precio de esa fruta que tanto le gustaba, aunque ya no la vamos a comprar. Por casa oímos su voz, también vemos pasar su silueta de un cuarto a otro, nos decimos que nada de eso está ocurriendo, pero empezamos a ser escritores surrealistas. ¿Locos? No creo, quizás gente desesperadamente sola, indefensa frente a ese cariño que no murió, ni morirá mientras vivamos.

Lo vuelvo a decir: nadie merece morir y menos de manera indigna.

La muerte es un asunto fatal en la medida de que debe ocurrir. Sea, pues. Pero cambiemos las reglas del juego; convoquemos a una marcha mundial. Que no falte un solo ser humano en la protesta contra el universo. Hemos de terminar de una vez por todas con el atropello de la muerte, nadie debería de volver a pasar por ese espantoso trámite mortal y mucho menos a consecuencia de una nefasta enfermedad, dolorosa, indigna y cansada, donde se violan todos y cada uno de los derechos del ser humano.

Si hemos de irnos de aquí queremos hacerlo de una manera mejor, algo más generoso, como elevarse por los aires y desaparecer agitando la mano a la hora de la despedida.

Arriba, al lado, en medio o donde sea que exista el «Más allá», alguien tiene que comprender que los humanos ya no estamos dispuestos a sufrir, sin por lo menos presentar una muy seria queja. Va por todos: niñas, niños, ancianas, ancianos, las y los jóvenes, guerras, epidemias, enfermedades, hambre, asesinatos, etcétera. No podemos continuar de esta manera. ¡Queremos que se nos abran otra vez las puertas del paraíso terrenal! Exigimos respeto.

Mientras se da curso a la Huelga Universal para salir con vida de este mundo, espero que estas líneas logren un abrazo que dé calor a ese vacío tan lleno de dolor y tan solitario.

* Periodista y escritora mexicana

2004/MG/GV/SM

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