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¿Regreso a casa?

Por Juana Eugenia Olvera*

Pronto sobrevolábamos sobre Delhi, que vista desde el aire, en la noche, lucía como cualquier ciudad moderna. No me extrañaba, dado que finalmente es la capital de ese país contradictorio llamado la India.

Lo que sí me extrañó, y muchísimo, fue que en mi plexo solar se sintiera un gusto explosivo porque sentía que regresaba a mi hogar, mi casa. Ya se imaginarán mi sorpresa. Me cuestionaba interiormente: «¿Cómo es que regreso a mi casa si esta es la primera vez que estoy acá?».

Bajamos del avión, eran como las 3 de la mañana, nada comparado con mi llegada a Madrás: aquí todo era orden, el aeropuerto moderno, no había caos, ni ruido, ni mugre. Todo impecable. Me pareció un aeropuerto mejor del que teníamos en México, en ese entonces.

Nos llevaron al pequeño autobús que nos transportaría al Ashram. Los compañeros voluntarios se hicieron cargo de las maletas y pronto llegamos a nuestra nueva casa. Nada que ver con el Ashram de Ganeshpuri. Este era como una casa moderna, sin jardines, un poco alejada de la zona comercial como una ciudad cualquiera. Nos fuimos a dormir para en un rato más pasar por las oficinas y registrarnos.

Ahí me designaron como seva limpiar los ventanales que daban al frente de la oficina administrativa, porque habían enviado a otros devotos a realizarla y no dejaron los cristales como se esperaba.

Dado lo maniático de mi signo (Virgo) por la limpieza, fui dejando cada cristal, como su nombre lo sugiere: transparente, sin manchas. Pronto la supervisora quedó sorprendida y lo que no sucedía: me felicitó.

Yo seguí con mi labor en solitario, meditando en lo que hacía y encontrando las analogías con la vida. Cualquier mancha por pequeña que fuera, le resta lucidez al cristal y pensaba que así era la vida. Sentía que debía llevarla limpia, transparente, sin nada que ocultar. Lloraba, recordaba a mis hijos y deseaba que estuvieran conmigo.

Sentía que esa limpieza que le estaba dando a los cristales me la estaba aplicando a mí misma, a fin de borrar el sufrimiento, el desamor y la «soledad» que sentía interiormente. Pronto había terminado con los deberes encomendados y estuve libre para hacer lo que deseara.

Pedí permiso para ir a las oficinas en donde renovaría mi visa y creí que debería estar temprano para ser de las primeras. La sorpresa fue que iniciaban labores como a la una de la tarde y yo, la previsora estaba ahí como a las 9:30 de la mañana. Así que no me iba a regresar al Ashram para volver tres o cuatro horas más tarde.

Salí de las oficinas, y empecé a ubicarme. Delhi me pareció muy similar al México de los cincuentas. Las glorietas sobre las avenidas, llenas de flores, que yo conocía como perritos, me remontaron a mi nativa y lejana ciudad, sin embargo me sentía verdaderamente en casa.

Muy cerca de la oficina estaba una librería y entré a ver libros; en realidad no compré tantos, pero la bronca era la cargada. Los empacaron bien a excepción de uno que dejé libre para leer en el «parque» que sabía estaba por ahí.

Todo en automático, salí y me dirigí a ese lugar de descanso que sabía estaba a la vuelta. Cuando llegué efectivamente a un parque parecido a Chapultepec, con lago, bandadas de pericos y pájaros a cual más de hermosos, árboles varios, fue que caí en cuenta de cómo era que ese espacio estaba ahí.

Recuerdo que sentada en una banca, frente al lago, empecé a llorar porque pensé que me estaba volviendo loca.

Me puse a leer la historia de Lord Ganesh, en el primer tomo de los Shiva Sutras que había adquirido. Me tranquilizó, me hizo recapacitar, centrarme y disfrutar aquel espacio mítico que me brindaba seguridad.

Por la hora, supongo muy temprana, para los estándares de la India, todo estaba desierto. El espacio era totalmente para mi, disfrutable, tranquilo, hermoso. Cuando el sol empezó a sentirse, mi hambre también dio muestras de necesitar algo de comida.

Salí de aquel lugar paradisíaco y unos cuantos pasos más adelante, sin alejarme mucho de las oficinas gubernamentales, encontré unos como restaurancitos donde por tres o cuatro rupias tomabas un chai (thé), unas samosas, como tres y era suficiente.

Las samosas son como los bocaditos chinos, rellenos de verdura, curry, o cualquier pasta de garbanzo, que a esas horas, sabían deliciosos.

* Narradora oral, astróloga y terapeuta.

11/JEO/RMB

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