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Reseña patriótica en California

Por Marta Guerrero González

Por primera vez en la historia sucede que nuestros paisanos en la capital de California logran hacer de la ceremonia del grito de independencia toda una experiencia que merece la pena reseñar. Todo el mundo puso su granito de arena y ahí tienen que una comitiva de más de 50 personas, incluido Carlos Caso, gerente regional de Mexicana de Aviación, salen el viernes con destino a Guadalajara.

Gran recibimiento al estilo inigualable de los mexicanos, algunos tequilearon hasta altas horas de la madrugada mientras las glorias de nuestros héroes crecían con las horas. El sábado por la mañana el gobernador Francisco Ramírez Acuña, con su escolta y banda de guerra, hizo honores a la bandera con el escudo bordado en oro y la otorgó en custodia para que se llevara a Estados Unidos.

Cuentan que más de uno derramó lágrimas de emoción y que la piel se ponía chinita de tanto orgullo. A la llegada de tan digna comitiva ya estaba la banda y guardia de guerra de Tijuana, que amablemente hospedó a la Academia de la Patrulla de Caminos que dirige Manny Padilla. Se rindieron honores. José Luis Soberanes, cónsul general, la recibió para depositarla en el Capitolio.

Vieran qué bien se veía nuestra bandera en suelo americano y mejor dentro del recinto donde residen los poderes del Estado. Ahí quedaron las tres banderas: la de Sacramento, la de Estados Unidos y la nuestra, en el centro. Daban ganas de aplaudir. No nos dieron recibo, pero igual se la confiamos por veinticuatro horas. Después de todo ahí estaba el jefe de policía de Sacramento, Arturo Venegas, eficiente y buena gente. Efectivamente nos la cuidaron.

Ya el domingo, desde las seis, empezaron los bailes y la música del Mariachi Zacatecas y de la Banda Centenario. La explanada del Capitolio (hagan de cuenta el de Washington, pero más pequeño) estaba llena de mexicanos y amigos gringos muy bien sentaditos en sillitas blancas: todos con sus banderitas de papel y sus ganas de patria y Libertad.

El gobernador Davis, que ya sabemos se quiere religir, mandó a Paula Negrete con la declaración y reconocimiento de tan importante fecha en pergamino y piel muy bien firmada. Rogelio Ortíz, empresario de origen mexicano (más movido que un ciclón, pertenece al Comité Patriótico Mexicano) se esforzó para que todo saliera de lo mejor.

Por fin llegó la hora. Los balcones iluminados con los colores nuestros nos hacían vibrar. En manos del cónsul, en el centro de ese impresionante edificio, estaba la bandera que nos une, que nos hermana y que nos obliga a decir con el corazón «¡Qué viva México!»

Todos de pie, los ojos encendidos y vueltos a la altura del balcón central, el alma ardiendo y la garganta apretada oímos y contestamos el grito. Sinceramente no creo que otra embajada o consulado haya logrado ondear con tanto respeto y honor nuestra bandera nacional. No habrá dinero, pero recursos claro que los hay, y de qué forma: de diez. ¡Qué Viva!

       
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