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Saldos pendientes de los procesos de paz para las mujeres

Por Anaiz Zamora Márquez
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Los procesos de reconstrucción de paz tras conflictos armados en América Latina han permitido a las mujeres acceder a la vida pública, ingresar al mercado laboral, e incluso conquistar escaños políticos, pero aún no consolidan su participación plena en la toma de decisiones.

En ello coincidieron la doctora en Literatura y experta en cultura de paz, Beatriz Nájera Pérez y el doctor en Sociología y ex miembro de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas para El Salvador,  Ignacio Cano, quienes en entrevista con Cimacnoticias hablaron sobre la guerra civil salvadoreña (1981-1992), y la participación que tuvieron las mujeres, tanto en la guerrilla como en el proceso de paz.
 
Ambos especialistas estuvieron en esta capital para participar en el foro “La extorsión, el gran desafío para las sociedades latinoamericanas”, organizado esta semana por la Fundación Heinrich Böll Stiftung.
 
En la charla con esta agencia, Cano recordó que generalmente las mujeres viven las guerras de manera “silenciosa” al ser las víctimas indirectas, lo que implica que sean ellas las que pierdan el poder adquisitivo, el acceso a recursos y materiales, y vivan los sentimientos de pérdida ante la muerte de sus esposos, hijos y demás familia.
 
Sin embargó señaló que en El Salvador las mujeres participaron activamente en las fuerzas rebeldes al régimen. “Fueron médicas, comandantas, estrategas, muchas libraron batallas a campo abierto”, los que las llevó a tomar también un papel preponderante en los procesos de reconstrucción y cese de hostilidades.
 
De acuerdo con informes de la Comandancia del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) –principal fuerza guerrillera durante el conflicto salvadoreño–, en los campamentos la presencia femenina ascendió al 30 por ciento.
 
Según el mismo reporte, no todas las mujeres guerrilleras tuvieron mandos militares, sino que algunas de ellas realizaron tareas de apoyo como cocineras y médicas o en el trabajo político.
 
El también profesor de la Universidad de Río de Janeiro recalcó que a nivel global, “de manera curiosa”, las guerras han sido fundamentales para la incorporación femenina al mundo laboral, “pues son situaciones de emergencia que permiten la integración de grupos vulnerables, minorías étnicas y colectivos discriminados”, para desarrollar ciertas labores que es necesario cubrir.
 
Señaló que los procesos de paz sirven para desmontar las guerras, pero no garantizan la existencia de una sociedad tranquila, serena y protegida en todos sus aspectos, ya que “el fin de la guerra es un principio, pero no es el final del proceso de construcción de una sociedad más justa”.
 
Por ello destacó que es de celebrar que las mujeres tuvieran un papel fundamental en la construcción de los acuerdos de paz, pero lamentó que éstos no se hayan traducido aún en la eliminación de la violencia y la implementación de la igualdad de género.
 
COMPROMISOS INCUMPLIDOS
 
Beatriz Nájera dijo que en un principio se creía que las mujeres habían ganado escaños políticos a raíz del proceso de paz que comenzó en 1991, pero lamentablemente –criticó– eso sólo ocurrió en los partidos de izquierda y abarcó únicamente a las mujeres que habían sido guerrilleras, con la consecuente exclusión del resto.
 
“Ellas jugaron un papel fundamental (en el conflicto armado), por lo que después fue imposible invisibilizarlas”, y hubo un escalamiento político para la población femenina, pero “no dio paso a que las mujeres se apoderaran de los espacios públicos importantes y accedieran a la toma de decisiones”.
 
La también experta en prevención de violencia explicó que en un análisis de los “Acuerdos de Paz de Chapultepec” (como se conoce al pacto signado entre el gobierno salvadoreño y el FMLN en México en 1992, para poner fin a la guerra), se observa que 80 por ciento de los compromisos firmados aún siguen pendientes.
 
“El 80 por ciento de lo que no se ha cumplido es la deuda con los Derechos Humanos de la sociedad civil que resultó afectada”, lo que –aseveró– puede explicar por qué el pueblo salvadoreño no vivió un proceso de sanación y reconciliación que resolviera de fondo los conflictos que dieron origen a la guerra civil.
 
A decir de Nájera Pérez, los actuales índices de violencia en el país centroamericano están arraigados a los conflictos históricos. A nivel continental, El Salvador tiene la tasa más alta de homicidios dolosos.
 
“De alguna manera los excluidos de ayer son los delincuentes de hoy; son personas que han encontrado un espacio en donde hacerse escuchar aunque sea a través de la delincuencia”, abundó.
 
Por ello recomendó a los países de otras regiones del mundo que realizan (o están próximos a llevar a cabo) procesos de paz, a incluir de manera igualitaria a mujeres y hombres en la construcción de acuerdos.
 
Aclaró que es “altamente peligroso” aseverar que con la participación única, ya sea de mujeres u hombres, se podrán sentar las bases para una nueva sociedad lejos de la violencia y con pleno respeto a los Derechos Humanos.
 
Se estima que la guerra en El Salvador dejó 75 mil muertos, en su mayoría civiles. En la década de 1980 la población salvadoreña rondaba los 4.5 millones de habitantes, por lo que en ese entonces casi el 2 por ciento de las y los habitantes perdieron la vida.
 
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