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Se unen haitianos y dominicanos en la lucha contra el sida

Por Mirta Rodríguez Calderón

En un trozo de tierra de algo más de 500 metros donde convergen los territorios de Haití y República Dominicana se produjo ayer la más significativa conmemoración del Día Mundial de Lucha contra el Sida de que se tiene memoria en uno y otro países, cuando alrededor de 20 ó 25 mil nacionales de ambos lados, jóvenes en su mayoría, decidieron expresar su unión en esta lucha y presionar a sus gobiernos.

Sobre un río aparentemente muy contaminado pero con buena corriente, el Masacre, se halla el puente que cruzaron los dominicanos con banderolas, carteles y manifestaciones de conciencia ante una situación terrible que para Haití significa que 4.5 por ciento de su población está infectada (y en algunas provincias entre siete y 10 por ciento) según registros oficiales probablemente muy disminuidos; y entre 2.2 y el 2.5 por ciento de dominicanos y dominicanas.

Aunque existe un acuerdo intergubernamental que justamente los manifestantes quieren presionar para que se cumpla, lo cierto es que las personas que viven con sida tienen mucho menos que lo que necesitan, algunos y algunas absolutamente nada; y la acción preventiva se queda en la superestructura de vallas de carretera y panfletos de propaganda con poca acción.

De la parte haitiana, con ese maravilloso sentido del color y del ritmo que les caracteriza, los jóvenes aportaron también símbolos, letreros, bandas de música, danzantes; y proclamaron desde sus suéteres esta inscripción en créole: «¡La vi a bél; kore m pou m viv!»: la vida es bella, ayúdame a vivirla, mientras que en las playeras de la parte dominicana se lee: «Con sida o sin sida se tiene derecho a la vida».

Para el subsecretario de Salud Pública dominicano, Manuel Tejada, presente en el acto, «esta manifestación ha sido la más relevante conmemoración del Día Mundial de Lucha contra el Sida y también de toda la historia de los esfuerzos por combatir la epidemia».

Pero el punto de análisis más ilustrativo lo ofreció una periodista belga que trabaja del lado haitiano y no quiere ser mencionada: «entre Haití y República Dominicana todas son tensiones y enfrentamientos: por el paso de drogas, por la migración, por la transmisión de enfermedades, por la política, por acciones policiales: esto que vemos –y se refería a la presencia multirracial de centenares de personas, incluidos niños y niñas– es absolutamente nuevo y diferente: no es común tener una causa conjunta que estreche a la gente».

El capítulo de las tensiones tiene en el presente un episodio fuerte que todavía no se sabe a dónde irá a parar por la llegada de marines estadounidenses a la frontera dominicana, quienes ocupan posiciones en la parte sur. Las cifras especulativas dicen que serán ocho mil.

Figuras del gobierno desmienten que se trate de «una ocupación». Pero un comentarista reconocido ofreció la grabación de lo que conversaron el ministro de Defensa y el jefe del ejército visitante, de la cual se desprenden incrementadas dudas sobre las verdaderas intenciones de esa presencia.

Los dominicanos más benévolos consideran que es «algo necesario» porque la frontera dominico-haitiana ofrece un tránsito aparentemente incontrolado para narcóticos y otras muchas cosas.

Sobre esas realidades tremendas se yuxtapuso el domingo esta actividad contra el sida que pretende, como lo declaró a cimacnoticias Niclas Ansy, del Voluntariado para el Desarrollo de Haití, «demostrar que ambos pueblos hemos decidido andar juntos, y si hemos dado el paso ahora tenemos que forzar a los gobiernos a cumplir los acuerdos para enfrentar el sida».

En la mesa presidencial ocuparon sitios numerosas representaciones del lado dominicano; pero las figuras haitianas fueron pocas, llegaron tarde y hablaron escuetamente, salvo las voces de unas pocas organizaciones civiles. Sin embargo, la vitalidad de la concentración que vino de Haití no dejó lugar a dudas de que hay un enlace real entre los pueblos.

El elemento de ponderación del hecho lo ofreció a cimacnoticias Bruno Oudmayer, director en la Dominicana de Plan International, organización que trabaja con niños en muchos países y que aquí hace grandes esfuerzos «porque ellos son las víctimas que no pueden defenderse».

Realista en extremo, Oudmayer declaró que esta manifestación es realmente impresionante; pero «tenemos que saber si va a pasar algo más que esto; convencernos de que el gobierno haitiano y el dominicano se pondrán a la cabeza. Creo que sí, que tanta gente reunida le dará a los gobiernos ese mensaje de fuerza que se necesita».

Discursos demasiados y largos conceptualizaron en todos sus matices el problema. El punto de humanización lo aportó Yudelka Fernández, una mujer que vive con sida y que representa a la organización que en República Dominicana los agrupa: «de nada valen medicamentos efectivos si la sociedad no nos hace un espacio».

Mientras, Betania Betances, directora de la Coalición ONG-Sida, también de República Dominicana, se mostró muy confiada en que «estrategias comunes han sido decisivas para contener esta epidemia en otros países; por eso considero que algo como esta concentración multitudinaria de la que no se tienen precedentes en ninguno de los dos lados de la frontera, puede impactar a los gobiernos para que trabajen en las cuatro áreas fundamentales del problema: la transmisión de madre a hijos e hijas, la infectación en los jóvenes, la vigilancia epidemiológica y el trabajo sexual».

Justo en la carpa donde ocuparon sitio las autoridades –la manifestación fue bajo un sol crudelísimo– estaba Jacqueline Magalón, una mujer luchadora y vital que ha capacitado y organizado, del lado dominicano, a trabajadoras sexuales. Aunque no ocupó la tribuna, Jacqueline estaba allí con algunas compañeras, como también las representantes haitianas del programa PEC del Club Cool, que trata con este problema.

La presencia de soldados norteamericanos; el avance de la epidemia de sida, la insuficiencia de recursos y de conciencia sobre el mal; la crisis haitiana, el narcotráfico, una cultura que ha forjado un siglo de divisiones entre estos pueblos: demasiados y muy graves problemas para dos naciones que ocupan los territorios de una misma isla y tienen algo más de ocho millones de habitantes de lado y lado.

       
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