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Seis generaciones han vivido terrorismo y guerrilla en Colombia

Por Redaccion

En Colombia, ya son 6 las generaciones que han nacido y se han criado en el contexto de la guerra y han tenido que acostumbrarse a magnicidios, violencia, desapariciones, desplazamiento y secuestro.

A decir del periodista italiano Simone Bruno, en el artículo enviado por Alai-amlatina, un conflicto tan largo demuestra que existe en las clases dominantes una incapacidad cuando no una falta de voluntad para poner fin al conflicto, cosa que contrasta fuertemente con las ganas y la ilusión de la mayoría de la población, de vivir en un «país normal».

Por esto, las fuertes reacciones frente a las inhumanas condiciones de los rehenes en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es positiva y podría marcar un despertar de la sociedad. Es un raro momento de espontáneo y genuino rechazo a la violencia que vive el país.

Sin embargo, es un rechazo a un conflicto que la gente no conoce, indica el periodista italiano, la mayoría de las y los colombianos ignoran las formas, los números de la violencia de su país y la naturaleza de los actores en armas.

«No existe una sociedad civil organizada y consciente que haga un llamado a una multitudinaria marcha de rechazo, existen poderes fuertes que aprovechan este espontáneo sentimiento para encaminarlo hacia sus intereses», dice.

LA MANIPULACIÓN

El presidente Uribe llegó al poder en el 2002 después de 4 años de un infructuosos e interminable proceso de paz. Un proceso nacido con gran expectativa, transformado en un engaño y enterrado indudablemente como consecuencia de los hechos del 11 de septiembre en Estados Unidos, en 2001.

Así las elites colombianas se convencieron que en el nuevo escenario internacional, era posible derrotar militarmente a la guerrilla, evitando un ajuste social que inevitablemente hubiera conllevado un acuerdo de paz con el grupo guerrillero.

Uribe niega la existencia de un conflicto, trasforma a los actores armados de políticos a simples terroristas, y hace de la opción armada la única solución. Construye un discurso político en donde todo tiene sentido y se justifica en cuanto existe un enemigo terrorista que se tiene que aniquilar, a continuación vienen los planes militares, las batallas se intensifican y la victoria final parece siempre cuestión de días, puntualiza, Simone Bruno.

Sin embargo, esta postura no permite soluciones negociadas y no prevé terceras posiciones. Existen solo uribistas o guerrilleros. Pero, sin un enemigo, el presidente podría retirase junto con su gobierno; sin un conflicto, el ejército colombiano tendría que renunciar a las enormes cantidades de ayudas de los EU que asciende al 6.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y a su poder casi ilimitado sobre la población civil.

«La realidad es que la paz no la quiere nadie en el gobierno y en las elites colombianas. Mientras que hay guerra hay negocio», agrega.

Uribe se transforma en el bien absoluto contrapuesto a la guerrilla que se vuelve simple terrorismo y encarnación del mal. El conflicto armado se banaliza y el paramilitarismo se tiende a justificar como un mal menor frente al horror de las FARC

Para poder sustentar este discurso, el presidente hace una utilización masiva de los medios de comunicación complacientes.

La mayoría de las y los colombianos que vive el día a día ni se entera de lo que está sucediendo fuera de las pantallas de la TV. La visión oficial del conflicto armado se vuelve la única realidad, la guerrilla y sus crímenes el único enemigo, comenta.

Para Simone Bruno, cuando las y los colombianos bajan a la calle a marchar, lo hacen en contra del único enemigo que conocen. Consecuentemente humillan a las víctimas de los otros actores y legitiman el proyecto beligerante del presidente.

Es claro, opina, que el Gobierno quiere aprovecharse de la jornada para afianzar su imagen como el principal referente anti-FARC en el país, y por esa vía abrirle paso a una eventual segunda reelección presidencial.

EXPROPIACIÓN DEL DOLOR

Cuando las y los organizadores se niegan a marchar contra todas las violencias y deciden marchar sólo contra las FARC, desconocen a las víctimas de los otros actores armados y las vuelven invisibles, considera.

Se reconoce, dice, la atrocidad que viven los más de 700 secuestrados en mano de las FARC, pero se suprime la realidad de un país destrozado por las violencias paramilitar y estatal: «Peor aun, éstas se legitiman. Prueba de ello, es que los jefes paramilitares respaldaron, en un comunicado, la marcha del 4 de febrero».

En Colombia 120 mil personas, según cifras de la Comisión Nacional de Reconciliación y Reparación (CNRR), se han identificado como víctimas del paramilitarismo ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación.

Se piensa que los desaparecidos a manos de los paramilitares de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) podrían llegar a 14 mil. «Las AUC no tienen rehenes, llenan fosas comunes», denuncia Bruno.

Con las AUC, el gobierno de Uribe ha adelantado un proceso de paz muy cuestionado, en este marco, una sentencia de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) «ha declarado que no se puede aplicar el crimen de ‘sedición’ a los integrantes de las AUC, porque no se levantaron en contra del Estado, sino a su favor», apunta.

Efectivamente, más de 60 congresistas y políticos uribista están involucrados en el escándalo conocido como la «parapolítica» y se les acusa de haber financiado y creado grupos paramilitares. Entre estos se encuentra el primo del Presidente, Mario Uribe.

Tan sólo en el 2008, entre el 31 de diciembre y el 14 de enero, el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) reportó que presuntos paramilitares de ultraderecha han asesinado a 12 personas, han desaparecido a nueve, han obligado a 120 a desplazarse y han herido a otras tres.

«Pareciera que esas víctimas son inexistentes», escribió Iván Cepeda Castro, presidente del Movice, en una carta al presidente Álvaro Uribe.

«Ni los gremios empresariales, ni la Iglesia ni los alcaldes, ni los gobernadores, ni los grandes medios de comunicación convocan a marchas de rechazo ciudadano ante esos crímenes», agregó, en referencia a la manifestación del 4 de febrero.

En la carta, Cepeda continúa: «¿Cuándo se pronunciará usted sobre los crímenes contra la humanidad que siguen cometiendo los grupos paramilitares? ¿Cuándo hará una alocución solemne para condenar las desapariciones forzadas masivas que han llevado a miles de compatriotas a fosas comunes y cementerios clandestinos?».

La marcha del 4 de febrero expropia a todas la víctimas del conflicto de su dolor. No es casual que ninguna organización de víctimas, o de derechos humanos la haya apoyado, enfatiza Simone Bruno.

08/GT/GD/CV

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