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Ser mujer y vivir en reclusión

Por Redaccion

«Aquí todo es violento», masculino, según la norma. Se trata del penal de Santa Martha Acatitla, la cárcel de mujeres donde los roles de género tradicionales se desdibujan, se reacomodan y muestran una diversidad que delata su origen cultural. Adentro, ser mujer es diferente, dice un reportaje de NotieSe.

Cárcel de Mujeres es un punto de referencia para la populosa zona oriente de Iztapalapa en la Ciudad de México. El Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla nos recibe con su gigantesca torre que custodia más de 10 muros de concreto, dice la reportera Carole Joseph. Todos están cubiertos de pequeños orificios circulares, el único acceso tangible de las internas a la ciudad de afuera.

Una robusta custodio de uniforme negro –las internas les llaman «jefas»– nos guía a la dirección del plantel.

Mujeres vestidas de azul (sentenciadas), y de café (procesadas) nos inspeccionan con la mirada. De cuando en cuando chiflan o llaman a los que pasan: «¡Güero!», «¡Hola, morena!», «¿A qué vienen?». Una de ellas nos pide que la fotografiemos, «pero que salga mi cara». Otra, que la entrevistemos: «Soy inocente, no sabía lo que hacía».

IMAGÍNATE SI NOS DESCUIDAMOS

La cocina huele a grasa. El rancho hierve frente a nosotros, enormes ollas de arroz, frijoles, chicharrón. Una fila de unas ocho internas espera a que les sirvan su ración. «A veces la comida les aburre, pero tienen la opción de comer otro tipo de cosas –tacos, gorditas o quesadillas– pagando», nos explican.

En los patios no hay árboles, ni áreas verdes. Dicen que porque las ramas podrían servir como armas en los pleitos entre las internas, aunque en las mesas de las áreas comunes, decenas realizan labores manuales con herramientas como navajas y pinceles.

El salón de belleza está a reventar. Algunas mujeres se arreglan el cabello, otras ponen uñas de acrílico a sus compañeras.

«Somos mujeres, imagínate si nos descuidamos. Aunque fuéramos lesbianas es rico oler bien y verse bien. Si estás aquí, al menos tienes que tener tu autoestima alta».

Leticia Cruz tiene 42 años y es la encargada del salón de belleza. Su condena es de 40 años. «Nada se gana con angustiarse? te haces un ritmo, como si estuvieras en la calle. Te arreglas, te sientes bien, empiezas a ver a la visita, qué tipo de ropa trae o en las revistas. Empiezas a modernizarte para verte bien. El chiste es sentirte mujer como te sientes afuera».

A simple vista todo parece calmado. Las internas juegan basquetbol, comen en la cocina, platican en los patios, rezan en las iglesias, cuidan a sus hijos, toman clases de arte o de manualidades. Pero no impera. La violencia psicológica y la agresión física son constantes. «Si no eres fuerte, te lleva la chingada».

ESTOY APOYANDO A MI NOVIA

Paula tiene 22 años de edad. Dice que perteneció a una banda en Nueva York y muestra sus tatuajes en los brazos como prueba. Más abajo luce dos cicatrices, señales de un intento de suicidio.

Está en las canchas, sentada, mirando a otras mujeres jugar. «Estoy apoyando y viendo a mi novia». Fue condenada por fardo (robo en una tienda de ropa) y por robo a transeúnte; cumple una condena de 4 años, 10 meses y 26 días. Ya ha cumplido un año y dos meses. Tiene afuera una hija de dos años de edad y un esposo que solía maltratarla.

«Una aquí se siente muy sola, necesitamos sentir el cariño de alguien, que esté contigo, que te diga ?échale ganas?. La verdad a mí las chicas femeninas no me gustan, me gustan las que parecen hombres. Cuando estuve detenida en el Reclusorio Oriente nunca estuve con una mujer, pero aquí está más pesado, y pues te sientes sola y encuentras a alguien que te da su apoyo y caes rendidita.

«Hay días en los que de verdad sientes mucha desesperación. Hace algunos meses intenté suicidarme. Siempre defendiéndote, cuidándote. Es muy difícil. Un día me llevaron al apando, que es un cuartito donde te castigan, te dan de comer por un puertita como si fueras perro. No te da la luz del sol. Me mandaron un día porque traía pique con una chava, nos peleamos y me castigaron por un mes».

UNA «PAUSA»

Como Paula, numerosas internas mantienen relaciones sexuales con otras mujeres. Ellas le llaman «una pausa», un receso a su vida heterosexual. Para contar con privacidad y que nadie perturbe el intercambio sexual, cubren sus camas con mantas, a manera de cortinas, simulando un cuarto dentro del propio dormitorio, compartido por cinco o seis internas.

«Con mi chica estoy todo el día en su dormitorio o ella en el mío. Todas las literas tienen sus cortinas y nadie ve nada, aunque el cuarto esté con gente. Sólo tratamos de no hacer ruido», cuenta Paula.

— ¿Qué pasará cuando estés fuera?

Paula se queda pensando un momento. «Yo tengo a mi esposo y él ya empieza a venir otra vez. Mi familia lo sabe, yo le he dicho a mi mamá: ?Déjame vivir mi cárcel, déjame vivir mi cana, deja me las cotorreo?. Y pues me apoya. No sé si vaya a volver con mi chico, porque me gustó ser lesbiana. A fin de cuentas sigo siendo mujer; ahora sí que yo soy la femenina. Las mujeres son más tiernas, la forma de tocarte es con más delicadeza y saben cómo hacerlo. Pero ahora que me busca mi chico pues tendré que pensarlo. Ya estando afuera es otra cosa».

BONITA, PERO FUERTE Y DURA

Tener a alguien dentro de la cárcel puede ser la diferencia que permite sobrevivir. Además del cariño, el sexo y la compañía, la protección marca mucha de las relaciones entre mujeres en reclusión.

Dice Paula: «Yo ya estuve de protección un tiempo, o sea me cuidaban jefas, porque habían mujeres que me querían picar. Aquí siempre tienes que estar cuidándote la espalda. Si tienes a alguien que te defienda y lo haga contigo pues es mejor. Por eso tienes a tu pareja, ya no estás sola.

«Pero también te tienes que cuidar sola. Te haces más fuerte, te tienes que defender a como dé lugar. Todo el mundo te agrede, por el ambiente, por el lugar, pues estás encerrada. Te ves bonita, pero eres fuerte, tienes que ser muy fuerte y dura».

Inocentes o no inocentes, todas aspiran a ser libres. Ya afuera, Paula verá qué hacer con su vida.

«Quiero salir porque extraño a mi hija. No sé si regresaré con mi esposo, sería volver a la agresión. Cuando salga, quiero encontrar una persona que me quiera, hombre o mujer. No sé, quiero a alguien que quiera a mi hija y que me ayude a salir adelante. Estar con la banda, la verdad ya no. Mientras eso pasa pues a defenderte duro aquí».

EN PRISIÓN, PERO LIBRES

En 2004 abrió sus puertas el Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla, en la zona oriente del Distrito Federal. Hoy lo habitan 1 mil 608 internas en instalaciones más amplias y funcionales.

Como comenta una de sus habitantes: «Aquí hay más libertad. Hay drogas y sigue siendo violento, pero estamos mucho mejor».

Recientemente se aprobaron las visitas conyugales entre parejas del mismo sexo –gracias a la Ley de Sociedades de Convivencia–, con los mismos requisitos que para las parejas heterosexuales.

Asimismo, según refiere la directora del reclusorio, Margarita Malo, a las internas se les proporciona información sobre prevención de infecciones de transmisión sexual y prevención de embarazos no deseados.

El espacio de reclusión funciona también como refugio frente a la discriminación de afuera. «Yo era lesbiana afuera, pero no podía vivirlo, aquí me siento más libre», cuenta una de las internas, sentenciada por robo. «Aquí nadie me dice algo por la forma tan masculina en la que visto, y a mis otras compañeras que se arreglan muy bonito tampoco, somos nosotras mismas».

«Las internas viven su sexualidad libremente, algunas saben que son lesbianas y lo seguirán siendo fuera y dentro de la cárcel, otras forman una pareja con otras chicas del plantel, pero será momentáneo, por protegerse o simplemente por mantener una vida sexual activa», asegura Margarita Malo.

De acuerdo con cifras del propio Centro de Readaptación Social, 20 por ciento de las internas que se relacionan con otras mujeres dentro del reclusorio se han declarado lesbianas, mientras que el otro 80 por ciento lo conforman mujeres heterosexuales que buscan relaciones substitutas o secundarias que les permiten cubrir necesidades sexuales, de protección, atención y amor.

«900 internas tienen visitas conyugales, 600 no, y son muchas de éstas últimas las que buscan el mantener una relación lésbica dentro del plantel», acota Malo.

07/GG/CV

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