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Ser mujer

Por Cecilia Lavalle

En mi país, ser mujer puede doler, puede frustrar, puede matar. Y también en mi país, ser mujer puede ser gozoso, puede ser todo un reto y puede ser motivo de orgullo. Ya lo sabía, pero hace poco esas certezas se reunieron en una charla. Platiqué con una mujer cuya vida corre peligro.

Se llama Lydia Cacho, y no es una mujer cualquiera, por más que ella insista en que lo es. No cualquiera hace lo que ella hace; no cualquiera acepta como misión lo que ella asume como filosofía de vida; no cualquiera está dispuesta a enfrentarse al gobierno; no cualquiera tiene ese valor, esa templanza, esa congruencia. No, Lydia no es una mujer como cualquier otra.

Su nombre representa lo que ella ha hecho durante media vida. Lidiar contra un sistema que menosprecia a las mujeres; pelear contra aquellos que asumen que una mujer es un objeto del cual se puede ser propietario; hacerle frente a hombres y mujeres que creen que ante la agresión hay que callar, ante las amenazas hay que agachar la cabeza, ante el delincuente hay que huir.

Periodista con una larga trayectoria de lucha a favor de las mujeres, Lydia fundó en Cancún, Quintana Roo, el Centro Integral de Atención a la Mujer (CIAM), asociación civil que atiende a mujeres que viven violencia familiar o víctimas de violencia sexual. Se brinda asesoría legal, terapia psicológica, asistencia médica y ayuda en casos de crisis por violación a abuso sexual infantil.

El CIAM cuenta, además, con un refugio para proteger a mujeres, con sus hijos e hijas, cuya situación de violencia ponga en riesgo su vida o su integridad física. En resumen, hacen el trabajo que el Estado debería hacer, y literalmente salvan la vida de mujeres.

Por ello la vida de Lydia corre peligro. Para empezar, su nombre figura en una lista de personas que el empresario acusado de pederastia y prostitución infantil, Jean Succar Kuri, mandó matar.

¿Por qué? Porque Lydia y el personal del CIAM brindaron protección a niñas y adultas violentadas por este sujeto, y en las investigaciones se descubrió que detrás de él hay una red en la que están involucrados connotados políticos y hombres de las finanzas mexicanas. Y para terminar, porque el CIAM refugió a la esposa de un policía que se ostenta como miembro de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y también a la esposa de un conocido narcotraficante de la zona sur de Quintana Roo. Ambos sujetos la han perseguido y amenazado de muerte a ella y al personal del CIAM.

Todo está documentado y denunciado.

No obstante, el agente de la AFI sigue libre, el narcotraficante sigue libre y distintas autoridades policíacas estatales y federales le han dicho a Lydia que lo mejor que puede hacer es devolver «sus» mujeres a estos sujetos e irse del país.

Ante esto la sociedad civil organizada, nacional e internacional, ha iniciado una intensa movilización, visibilizando el caso ante los medios de comunicación, enviando cartas al presidente Fox y al gobernador de Quintana Roo exigiendo un alto a la impunidad y protección para el personal del CIAM.

También, gracias al apoyo de senadoras comprometidas, el caso llegó a la relatora de la ONU sobre la Violencia hacia la Mujer, y gracias a diputadas comprometidas, el Pleno de la Cámara de Diputados aprobó tres puntos de acuerdo que exhortan al procurador general de la República a realizar acciones para proteger al personal del CIAM, crear una Fiscalía especializada en delitos violentos contra las mujeres que tenga nivel de subprocuraduría, y un exhorto a los congresos del país para sumarse a la Campaña Nacional de apoyo a los Refugios para mujeres.

Ya le asignaron a Lydia cuatro policías para cuidarla; tres de ellos sólo por 15 días y pertenecen a la AFI. «¿Van a asignarle un agente de la AFI a cada mujer que padece violencia?, preguntó Lydia, porque entonces no les van a alcanzar los que hay en el país para proteger a las mujeres de mi estado. No se trata de protección –resaltó- se trata de detener a los agresores.

Lydia está conciente del riesgo que corre. Pero mientras me contaba todo esto, no le tembló nunca la voz, no se asomó ni media lágrima por sus hermosos ojos, no vi una pizca de duda o de miedo.

Seguramente ha llorado y se ha enojado y ha sentido miedo en las largas horas que ha vivido desde hace meses. Sin embargo, tiene clarísimo lo que quiere y debe hacer.

«Mira -me dijo- si cierro el CIAM y me voy del país, estaríamos haciendo justo lo que combatimos: el silencio, la sumisión ante el agresor, la parálisis ante la impunidad; estaría contradiciendo todo lo que creo.

Lo peor es el mensaje que manda el Estado. Es como un marido violento, enojado porque nos hemos rebelado, porque estamos señalando que nos menosprecia y que lo que importa es que estemos calladitas en nuestra casa.

Pero ¿sabes qué es lo mejor? Que hay muchas mujeres diciendo ¡basta de violencia contra nosotras!, ¡basta de impunidad! En todo el país se está dando esa batalla, ya hay más de 30 refugios de la sociedad civil para mujeres; y son mujeres las que están impulsando medidas de equidad y alzando la voz por otras. El Estado debe saber que No nos van a callar. La sociedad está harta de la impunidad. No estamos solas».

Ser mujer en mi país puede doler, puede frustrar, puede matar. Pero cuando escucho a mujeres como Lydia, y miro de cerca su lucha, su valor, su templanza, su congruencia, no puedo sino sentirme profundamente orgullosa de ser mujer y vivir en una época en la que mujeres como ella están dispuestas a dar la batalla por defender a otras. Sí, ser mujer puede ser motivo de orgullo.
Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodista de Quintana Roo.

2005/CV/LR

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