Inicio «¿Si las tecnologías evolucionan, porque las mentalidades no?»

«¿Si las tecnologías evolucionan, porque las mentalidades no?»

Por Coralie Faure

Tienen entre 18 y 25 años, son jóvenes estudiantes, de clase media, viven en el mismo mundo pero en dos países diferentes; Francia y México, mayores pero jóvenes, se están independizando de sus padres y construyendo su propia vida.

Son también las futuras trabajadoras, esposas, ciudadanas, madres, amigas… en una palabra las actoras de una generación.

Chicas del siglo 21, son también las hijas de la generación de sus padres. En la busca de independencia y construcción personal, se están enfrentando a los valores de una sociedad pasada, que se imponen de manera más pesada y directa en México que en Francia.

«Cuando tenga un trabajo, lo primero que quiero hacer es vivir lejos de mi mamá. La adoro pero quiero vivir mi vida y no la que mi mama quiere que vive» explica la mexicana Jessica.

«Soy totalmente libre de mis salidas porque no vivo en casa de mis padres, sino en un piso compartido con otros jóvenes, y mejor así» describe Muriel (Francesa).

Así, la primera gran diferencia es que las becas del gobierno permiten a las francesas vivir fuera de la casa paterna (solas, en pareja o entre amigos) mientras que las mexicanas no tienen otra que quedarse con ellos.

No es solo cuestión económica sino también cultural: «cuando encontré un trabajo, y me fui de la casa a vivir sola, mi mamá no me habló en 6 meses» explica Daniela. En efecto, la dependencia de las chicas con sus padres no es sólo económica, afectiva, sino también socialmente construida.

La sociedad francesa se caracteriza por la caída de los valores tradicionales como la religión, la familia, el trabajo y la aparición de tesoros individuales como la realización personal y la diversión.

En el otro lado del Atlántico, las jóvenes Mexicanas viven en una sociedad a dos velocidades: por un lado un ámbito muy tradicional, conservador en sus valores (familia, catolicismo) y por otro lado un entorno más liberal a través de la escuela, Internet o las reuniones.

Viviendo en casa de los padres, se enfrentan todos los días y directamente al «modelo pasado» de la «chica bien» presente en la sociedad e impuesto por los padres.

Cuando en Francia, las chicas viven una parte importante del día en las relaciones sociales, o las actividades extraescolares; el espacio reservado a la chica mexicana, es el de la casa, del quehacer, a veces el novio, mientras que ella aspira a más vida social, o a una vida social más libre cuando los padres «se meten en todo».

«Según nuestros padres, hoy estamos bajo su responsabilidad y mañana del esposo». Pero «no tenemos que depender de nadie para vivir» enfatiza Andrea. En efecto, ¡Es tiempo reconocerlas como personas capaces para enfrentar la vida solas o acompañadas.

«Pura» o «puta», «limpia» o «rogona», «digna» o «sin valores», unas palabras muy violentas son suficientes para hacer el juicio de la chica. En efecto, en el mismo sentido, parece que el cuerpo de la chica pertenece primero a sus padres, después a su marido y ¿cuando a ellas mismas?

«A mi hermano, casi le dan una caja de condones antes de irse a las fiestas mientras que a mi, me prohíben pasar una noche fuera de la casa», describe Miriam, que deplora la falta de transparencia entre ella y su madre como la hipocresía de la sociedad en general.

«Una vez es suficiente para destruir una vida» afirma una mamá mexicana preocupada tanto por su chica que por «lo que la gente va a decir» en la colonia, o la familia. ¿Pero hacer de la sexualidad un tema tabú o una prohibición no es el mejor medio destruir vidas?

«¡Que nos dejen hacer nuestros propios errores!», pide Vale, que se siente sobreprotegida. En efecto, la vida se vive, no se enseña. Y es fragilizar a la chica el prohibirle tener sus propias experiencias.

Así, viven hoy las chicas mexicanas lo que nuestros padres franceses vivieron hace 30 años. Y cuando las chicas francesas reivindican más respeto y consideración en el espacio público, las mexicanas intentan conseguir respeto y un mínimo de libertad en el seno mismo de sus relaciones privadas.

«También nosotras tenemos la culpa: nuestros hermanos si se rebelan, nosotras siempre aceptamos» dice Linda, consciente de ser cómplices de su situación, consecuencia de la educación recibida.

Pero «tenemos una boca para hablar» afirma Vale, y «ser mujeres responsables de nuestros actos, nuestra vida»

Así a la pregunta de Itzel «¿entonces quien tiene que cambiar primero: nosotras, nuestros papás, nuestros novios o nosotras mismas?», todas se pusieron de acuerdo: «nosotras mismas»

Y decididas a vivir la vida que elijan, concluyeron «¿si la tecnología evoluciona, porque las mentalidades no?».

06/CF/LR

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