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Sin lugar reservado

Por Cecilia Lavalle*
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¿Cuál es el lugar de las mujeres?
 
Una amiga de mi hija está próxima a contraer matrimonio. Y, como regalo de bodas, uno de sus parientes cercanos le obsequió un libro que se titula algo como: “El lugar de las mujeres modernas”.
 
Mi hija, que hojeó el libro, me dijo: “Después de dar muchas vueltas y decir que las mujeres modernas estamos en crisis, el autor afirma que nuestro lugar es la familia”.
 
A reserva de conseguir y leer el libro en cuestión, me parece que podría coincidir con el diagnóstico, pero no con la medicina y, muy seguramente, tampoco con los argumentos.
 
Las mujeres del siglo XXI estamos metidas en un lío. Particularmente las jóvenes occidentales. Porque viven en un contexto en el que ejercen una serie de derechos, pero se insiste en que su lugar es el siglo XVIII.
 
Es decir, pueden estudiar, trabajar, ganar dinero, utilizar las nuevas tecnologías, gozar de cierta independencia y autonomía, pero…
 
Pero se afirma que su “verdadero lugar” es el cuidado del hogar y la familia. Esa es la prioridad y su real función en el mundo. Todo lo demás es lo de menos, es accesorio, es complementario.
 
En otras palabras, tienen un pie en el siglo XXI y otro en el siglo XVIII. Y ahí tenemos a legiones de mujeres multiplicándose, dividiéndose y restándose para cumplir bien en los dos mundos.
 
Por eso las mujeres de este siglo suelen sentirse divididas y frustradas. Con ningún mundo quedan bien. Además, están agotadas.
 
¿La prueba? Los niveles de estrés se han disparado, el consumo de antidepresivos ha aumentado y el de las adicciones también. ¿Qué hacer?
 
Algunas personas abierta o disimuladamente afirman que lo que debemos hacer es “ocupar nuestro lugar”. Y, ¿cuál es ese lugar? ¡El siglo XVIII!
 
Nos gritan: Mujeres del mundo, olvídense de todo, que lo suyo es el sagrado hogar. ¿Se siente deprimida? Olvídelo. “Su misión” es servir a otros. ¿Tiene aspiraciones personales? ¡Es usted una egoísta! (la culpa siempre sale a relucir a la hora de recordarnos “nuestro lugar”).
 
Otras personas sostienen que las mujeres somos una especie de robotinas de última generación que podemos to-do con sólo or-ga-ni-zar-nos.
 
Y nuestra esmerada organización a menudo se va al caño porque hay una serie de imponderables que no controlamos, como el clima, el bloqueo de una calle o la alergia de una de las crías que impidió que la recibieran en la guardería.
 
Pero en las dos posturas hay una constante. Ninguna cuestiona lo que se ha decidido como nuestro lugar: el cuidado del hogar y la familia.
 
¿Y si empezamos por cuestionar ese lugar? ¿Si decidimos que no vale tal cosa como “el lugar de las mujeres”? ¿Si el hogar y la familia fueran por igual lugar de las mujeres y los hombres?
 
No se trataría de no tener hogar, sino de compartir en partes iguales todas sus tareas. No se trataría de no tener hijas, hijos, sino de compartir en partes iguales todas las tareas de cuidado y formación.
Se trataría de no tener un lugar asignado sólo por nacer con el sexo con el que nacemos.
 
La idea es que no haya lugares reservados. Para que así, con plena libertad, cada mujer pueda elegir, de entre todos los lugares, los que le cuadren, en distintos momentos de su vida.
 
La idea es que nadie vuelva a decirnos cuál es nuestro lugar, porque todos son nuestros lugares.
 
Apreciaría sus comentarios: [email protected].
 
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
 
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