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Somos la Utopía

Por Cecilia Lavalle

¿Cuando en 1793 Olimpia de Gouges estaba apunto de ser decapitada en Francia por haber defendido la idea de que las mujeres debíamos tener derechos iguales a los varones, habrá pensado por algún minuto que su muerte era en vano?

¿Cuando Susan Anthony y Elizabeth Cady gritaban a los cuatro vientos en Estados Unidos que las mujeres debían tener derecho a votar y ser electas, habrán sentido alguna vez que los obstáculos eran de tal magnitud que nunca lograrían su objetivo?

¿Cuando en 1904, Columba Rivera, María Sandoval, Dolores Correa defendían en México el derecho de las mujeres a divorciarse, a la administración de sus propiedades, a decidir sobre la educación de sus hijos, habrán pensado alguna vez que su lucha era inútil?

¿Cuando Elvia Carrillo Puerto o Hermila Galindo o Rita Cetina en la década de 1910 organizaban grupos de mujeres para crear un amplio movimiento sufragista en México, habrán sentido en algún minuto que el suyo era un sueño imposible?

¿Cuántas veces ésas y muchas otras mujeres en Europa, Asia y América, en el siglo XVIII, XIX y XX, deben haber escuchado que estaban locas, que su lucha por alcanzar la ciudadanía estaba perdida, que su afán por gozar de algunos derechos igual que los varones era irrealizable?

¿Cuántas veces ésas y muchas otras mujeres habrán pensado que sus anhelos eran una utopía?

Pues bien, yo y muchas mujeres como yo somos la personificación de su utopía, somos la imagen de sus conquistas, somos su sueño hecho realidad. Hoy millones de mujeres podemos vivir de otra manera gracias a sus luchas.

La mayoría podemos casarnos con quien elijamos, podemos no casarnos si eso deseamos, podemos divorciarnos, podemos administrar nuestras propiedades, podemos ingresar a las universidades y egresar de ellas con licenciaturas y posgrados, podemos trabajar fuera de casa, podemos reivindicar el enorme valor que tiene el trabajo que hacemos en casa.

Podemos ejercer el poder en altos cargos públicos, podemos ejercer el poder en el ámbito privado, podemos decidir si queremos tener hijos, podemos decidir no tenerlos, podemos decidir cuándo y cuántos queremos, podemos hacer una lista de nuestros derechos y defenderlos en los más altos foros internacionales.

Podemos hablar en voz alta, pensar en voz alta, escribir en voz alta, disentir en voz alta, podemos hacer uso de la palabra y reivindicar el femenino, podemos exigir ser sustantivo y dejar de ser el eterno adjetivo.

Podemos eso y más de lo que muchas mujeres antes que nosotras soñaron, antes que nosotras lucharon, antes que nosotras imaginaron posible.

Somos las herederas de esas mujeres que no creyeron que la utopía no existía, que se negaron a pensar que la utopía era un sitio en ninguna parte, que supieron en el fondo de su corazón que en algún lugar de la esperanza la utopía tenía su residencia.

Nosotras somos las directas beneficiarias de sus luchas, y, por tanto, somos las directas encargadas de su estafeta, porque cada conquista ha sido a la vez punto de partida y no de llegada.

Si algún valor tiene darse cabal cuenta que somos el producto de la esperanza de miles de mujeres, es saber que nuestra utopía también es posible y también tendrá herederas y beneficiarias.

Si aquellas soñaron con un mundo en el que la mujer podía votar ¿por qué no soñar en un mundo en el que mujeres comprometidas con su género ocupen en forma paritaria con los varones los más altos cargos de representación popular y de poder público?

Si aquellas imaginaron un mundo en el que tuvieran voz para denunciar las injusticias de que eran objeto ¿por qué no imaginar un mundo en el que ninguna mujer sea acosada, golpeada, violentada, violada, asesinada, sin que sea considerado un grave delito de alta prioridad nacional?

Si aquéllas se figuraron un mundo donde las mujeres podían elegir libremente con quien casarse, ¿por qué no figurarse un mundo en el que los varones sean corresponsables de las tareas domésticas y del cuidado y formación de hijas e hijos?

Si aquéllas vislumbraron un mundo en el que podían decidir cuándo y cuántos hijos deseaban, ¿por qué no vislumbrar un mundo en el que las mujeres, y sólo ellas, decidan lo que puede suceder o no en su cuerpo?

Si aquellas pensaron que era posible un mundo donde su opinión contara, ¿por qué no pensar en un mundo donde nuestra voz y pensamientos y realidades y deseos y aspiraciones tengan el mismo valor que las de un varón? Si aquéllas pudieron conquistar muchos de sus sueños ¿por qué no luchar para conquistar los nuestros? Somos la personificación de su utopía.

Y saber aquilatarlo nos permitirá vivir haciendo que valga la pena cada gota de las muchas lágrimas que seguramente derramaron. Y saber dimensionarlo nos permitirá asir fuertemente la estafeta que nos legaron para llevarla al siguiente punto de partida.

Y saber entenderlo nos permitirá tomar impulso, porque todavía muchísimas mujeres esperan hacer realidad los sueños que hoy encarnamos. Y saber ponerlo en perspectiva nos permitirá no claudicar, porque las beneficiarias y herederas de nuestras conquistas ya nacieron, las herederas de nuestras luchas y de nuestra estafeta ya tienen nombres y apellidos.

Saber todo eso nos permitirá hoy, a medio siglo de haber conquistado la ciudadanía formal, renovar el compromiso con nuestro género porque somos la prueba de que las utopías son posibles.

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