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Son mujeres sin conciencia víctimas preferidas de la violencia

Por María Elena López Segura

Tumbada en el piso, una mujer con las ropas rasgadas se retuerce y gime de dolor. «Estoy en un lote baldío, me duele, qué me hicieron». Entre sombras recuerda haber sido subida a un automóvil por varios hombres. Golpeada, violada varias veces por quién sabe cuántos.

Medio muerta se arrastra en un movimiento instintivo, casi sin fuerzas se pregunta ¿ahora que voy a hacer? «nadie me va a creer, si voy a la policía van a decir que yo los provoqué».

Esta cruda escena es parte de la obra teatral Las Voces Secretas, que escrita y actuada por Metztli Adamina, Verónica Contreras y Eugenia de la O, se presenta desde el viernes pasado en el Museo Universitario del Chopo como parte de los festejos por el aniversario número 100 de ese recinto.

Historias de mujeres sin opciones, esas que soportan todo, toda la violencia, el desprecio y los engaños de sus parejas porque no saben qué hacer. A quién acudir. «A dónde voy con mis hijos, en qué voy a trabajar si no tengo estudios. A tus espaldas, pienso. Eso no me lo puedes prohibir».

Obra en tres actos, el primero de ellos llamado Sombras sin Rostro, se refiere a las mujeres sin voz, a las que son maltratadas en cualquier forma, física, sicológica. Las mujeres que se olvidan de sí mismas y pasan todo el día, todos los días, inmersas en atender a los demás.

Sé una buena madre, una excelente hermana, una increíble amante, una abnegada esposa, limpia la casa, ama a tu hombre, educa a los niños, cuida a las niñas, sé maravillosa. ¿a qué hora, cómo hace uno para ser sexy y tener ganas si está tan cansada?

Tienes que ser bella, delgada, inteligente, cocinar como una diosa, ejemplar para tus hijos y sensual….pero no mucho para que no parezcas puta.

FLORES PARA EL PANTEÓN

«Hoy recibí Flores» frase que parece hermosa, condensa en Las Voces Secretas el sufrimiento de las mujeres que son recompensadas por sus parejas después de la paliza del día anterior. Esas que disculpan todo «por amor», las que carecen de conciencia sobre sí mismas y su valor.

Pero las flores que se reciben pueden llegar al panteón, donde el último ramo es depositado, mientras ella, ya muerta, lamenta no haber pedido ayuda a tiempo, no haberse ido a tiempo, no haber reaccionado antes de morir por amor.

La segunda parte llamada Soy, es acerca de las mujeres que luchan desde cualquier trinchera, aquellas que inciden en la sociedad, tanto las anónimas como las famosas, las guerrilleras en el sentido más amplio del término.

El tercer acto refleja a las mujeres que han sido capaces de salir del círculo de la violencia, de la opresión, las que luchan desde cualquier trinchera y han logrado un nivel de conciencia que les permite ser independientes y encontrar el amor con respeto a las diferencias, pero sobre todo, las que han aprendido a amarse a sí mismas como principio para amar a los demás.

«Bebe agua hermano, padre, amante, pero no te la termines para que yo también pueda calmar mi sed».

Y al final un debate. El público tiene la oportunidad de platicar con las actrices, que aún fatigadas por el esfuerzo escénico aceptan las críticas, pero defienden como lobas los derechos arrebatados a las mujeres de todas las latitudes.

«Ustedes hacen aparecer a las mujeres como víctimas», afirma un joven estudiante, y la respuesta es contundente :¿te parece que una mujer violada no es una víctima?.

El público se agita y quiere hablar, hablan más los hombres. Algunos se sienten cuestionados pero otros admiten que el feminicidio que ha costado la vida a casi 300 mujeres en Ciudad Juárez ha servido para despertar la conciencia masculina sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres.

Y los asistentes se van, algunos con la semilla de la conciencia sembrada, cada quien pensando en sus propias historias, en las mujeres y los hombres de su casa, de su vida.

MEL

       
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