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Souad, un testimonio de violencia

Por Fabiola Calvo

Souad, una mujer de Cisjordania, Palestina, fue quemada viva por su familia por quedar embarazada. Casos como el suyo, crímenes contra el honor son practicados en Oriente Medio, Pakistán, algunas regiones de Brasil, Turquía y más países.

Me impresionó un CD que llegó con la convocatoria para la presentación del libro Quemada Viva, un testimonio de Soudad. Ella aparece con una máscara, hace su denuncia al mundo arriesgando su vida.

«Por motivo de seguridad es imprescindible acreditarse», aparece con letra resaltada en color rojo en la invitación que envía el Fórum de Mujeres Periodistas del Mediterráneo. ¡Qué dolor! La familia, los hombres de su familia, no descansarán hasta ver restituido el honor. El Tribunal de la Santa Inquisición palidece.

La fundación suiza Surgir denuncia que son cinco mil 500 casos por año, teniendo en cuenta los que se conocen porque muchos cadáveres no son encontrados, muertes de las que nunca se habla, asesinatos que aparecen como muertes naturales por «ingerir bebidas» o «caer» por una escalera.

Mujeres como Souad, las de Ciudad Juárez, están sometidas a leyes retrógradas e inhumanas o a las leyes de la oferta y la demanda más degradantes, que no eximen ni al ser humano de convertirse en vulgar mercancía dentro de los cánones de las mafias legales o ilegales.

Las mujeres de todos los lugares del mundo, de todos los colores y creencias deben tener el más elemental de los derechos: vivir, y vivir con esperanza, reír, amar sin arreglos matrimoniales y sin el sometimiento a la familia. Vivir con derechos.

También en el reino de la razón de Occidente se dan casos de horror como el de Souad, pues en lo que va del año 70 mujeres han sido asesinadas en España por sus compañeros sentimentales o ex parejas. Para estos hombres existen leyes, que débiles o justas van en dirección de una justicia.

Las mujeres conocemos los excesos de los hombres en el poder, en nuestro deseo de construir el mundo de otra manera estamos llamadas a buscar una aplicación justa de la justicia (y no es redundancia), a un cambio sin odio. A los culpables no se les puede ver al margen de su herencia, de sus religiones excluyentes, de la sociedad y de un sistema económico.

En un juicio a un nazi, alguien dijo refiriéndose a él: «Es un monstruo», Hanna Arendt se limitó a decir: «es un hombre». Las mujeres debemos mostrar otra manera de hacer.

03/FC/GMT

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