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Territorios de conquistas

Por Argentina Casanova*
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Decir que “las leyes son como las mujeres: hechas para violarse”, mereció que el personaje de un partido político en Chiapas se hiciera famoso en las redes sociales.
 
El comentario entraña en sí y sintetiza la visión patriarcal respecto al papel pasivo-receptivo de las mujeres; el símil entre las leyes –no en balde la justicia es una mujer con los ojos vendados– y el cuerpo de las mujeres como territorio de conquista, de subyugamiento y campo de batalla, es y ha sido el discurso que hay detrás del control sobre ellas y negarles a decidir sobre sus propios cuerpos.
 
No es casual que precisamente cuando el hombre logra el “control” de la producción, es decir cuando domina y subyuga a la tierra, a la naturaleza mediante la creación de la agricultura, es cuando surge el patriarcado y se deja atrás, junto a la recolección que realizaban las mujeres, la noción de las diosas.
 
La conquista y el control instrumentan en sí mismos el eje de la dominación del patriarcado, el colonialismo es la puesta en práctica de los discursos hegemónicos frente al otro (otra) que necesita ser subyugada para encontrar su verdadera vocación.
 
Es el mismo discurso de las naciones que colonizaron a América Latina para traerle cultura, religión, civilización… y con ello sometimiento y obediencia.
 
Cuando el indígena se rebelaba se convertía en el malo y desobediente, en el extraño que no responde a la buena voluntad de la cruz. La mujer “es buena” en tanto no se rebele.
 
Y en medio de la conquista: el robo y saqueo, pero también la violación de las mujeres. Una herencia muy europea que viene de las viejas conquistas bárbaras, la idea de subyugar y dominar al otro, al extranjero sometido y conquistado mediante la violación y el quebrantamiento de las mujeres.
 
Y desde entonces para acá el patriarcado asume que la mujer, la naturaleza, la tierra son territorios de conquistas, sea por el medio que sea: la violencia, la pobreza, el dominio o el colonialismo ideológico patriarcal.
 
Una frase así, que resume y sintetiza tan bien el discurso patriarcal merece ser analizado a fondo porque en realidad hay voces y muchas detrás de ella, millones de personas pensando así, entendiendo así la realidad y eso se traduce en la realidad que viven miles de mujeres en el territorio nacional y en el mundo.
 
Desde la antigüedad la violación de las mujeres forma parte del inventario de herramientas de la conquista, del coloniaje y las formas de asumir el control de los territorios de una nación, de un pueblo; el cuerpo femenino forma parte de los espacios o territorios para violentar a las sociedades y al mismo tiempo a la ley, cuya indemnidad otorga a una nación la condición de Estado de Derecho.
 
Bajo esta lógica, todo acto de violencia contra las mujeres, contra sus cuerpos, constituye por sí mismo un acto contra la soberanía, contra la dignidad de un Estado, y en medio las mujeres como “objetos”, sin ser personas en medio de la batalla, su cuerpo como botín de todas las guerras, incluso de los hombres contra la ley y lo representan en la violencia contra ellas.
 
Los relatos de los soldados que colonizaron México están llenos de violaciones contra mujeres, no en balde se trata de un relato de la “conquista”, y no es casualidad que en los feminismos los colonialismos constituyen una pieza fundamental para entender la relación de los hombres con el poder, y ahí en medio como objetos o cosas cuyos derechos son tutelados están las y los niños, las personas adultas mayores, las discapacitadas, las y los retrasados mentales y las mujeres, como eran consideradas en las leyes de los Estados nacionales en América Latina hasta antes del siglo XX.
 
Aún hoy, la violencia contra las mujeres es la consumación del ejercicio del poder y el control sobre lo que el patriarcado presenta, entiende y refuerza como “débil”, cuya subyugación se consolidó a través de los años apoyada en estructuras, la vulneración de los derechos a la libertad, a la autodeterminación, a una vida libre de violencia y al respeto al cuerpo femenino.
 
De ahí por qué (el patriarcado) persiste en mantener los esquemas de control a través del Estado mismo, su perpetuidad y salud depende en gran  medida de la posibilidad de continuar conquistando los territorios representados en los países pobres, pero también en el control sobre los cuerpos femeninos a través de leyes que nos prohíben la autodeterminación y todo un engranaje ideológico que nos hace sentir vergüenza de nuestros cuerpos, y nos enseñan que cuestionar no está bien, que la obediencia forma parte de ser un buen territorio conquistado.
 
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
 
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