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Tita Radilla habló hoy ante la CoIDH sobre la desaparición de su padre

Por Nancy Betán Santana

«Nada me hace feliz desde que mi padre fue desaparecido. Tengo sólo breves momentos de alegría, como los nacimientos de mis nietos, pero siempre traigo en la mente a mi padre: no se va cuando viajo a otro lugar, porque por él viajo, por él ha sucedido toda la lucha».

Los pies de Tita Radilla Martínez se cruzan bajo la mesa y su cuerpo pequeño se acomoda, mientras narra a Cimacnoticias su niñez, al lado de su padre Rosendo Radilla, antes de que fuera desaparecido, en los años de la llamada guerra sucia emprendida por el Gobierno federal en contra de los críticos u opositores políticos.

Sobre esos años previos a la desaparición de Rosendo habló hoy Tita, hace apenas hace unas horas, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH), durante la audiencia que inició a las 10:00 de la mañana, en San José, Costa Rica, como parte del juicio contra el Estado mexicano por la desaparición forzada de Rosendo Radilla, ejercida por personal del Ejército en 1974 en el municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.

«Yo lo acompañaba a vender la carne de los animales que mataba, la leche que ordeñaba y la que me enseñó a ordeñar. Lo acompañaba todo el día, feliz, hasta los 16 años, cuando mi madre vio peligro por los militares y ya no me dejó salir con él», dice la mujer.

No puede detener las lágrimas que resbalan sigilosas detrás de sus anteojos y paran en sus labios, hacen estragos en su nariz y la obligan a hacer pausas, para luego continuar la conversación. Ay, disculpe, dice Tita y explica que los familiares de desaparecidos viven todos sus días así, «chillando».

«Como la mayoría en la familia éramos mujeres (once), mi padre nos enseñó a hacer todas las labores para que supiéramos qué hacer sin la necesidad de tener un hombre al lado. Desde cambiar un foco y un tanque de gas, hasta sembrar y preparar la montura de los caballos. Cocinábamos porque también él nos lo enseñó».

Atesorar memorias es una forma, un método, que mantiene con vida a Tita: «Era un hombre muy amoroso. Jamás recibí un golpe suyo ni un maltrato». Y aunque hay mañanas en que el dolor la invade, tiene la certeza de los meses felices que pasó con él, pese a la época convulsa que les tocó vivir.

Recuerda Tita que en los años 60 y 70 los militares hacían una especie de desfiles silenciosos por veredas o en la plaza principal, exhibían al pueblo quiénes mandaban y lo que podían hacer. Todos debían mantenerse quietos, madres, padres, hijos y hermanos tenían que contenerse y negar su parentesco si se les preguntaba, por temor a las represalias.

«Los niños de la guerra sucia no podíamos salir a jugar, afirma. Ahora, ya mayores, platicamos y recordamos perfectamente el toque de queda a las 10 de la noche: la vida anormal que se vivía en Atoyac. El Ejército convirtió un pueblo pacífico en un territorio militar con habitantes aterrorizados. Eso no se menciona en ningún libro, pero cada una de las personas que vivimos en el municipio lo recordamos».

Tita describe la guerra sucia en Atoyac de Álvarez como un permanente estado de alerta, de miedo e incertidumbre. Las imágenes de las tanquetas, de los miembros de la comunidad atados de pies y manos, caminando uno tras otro hacia el cuartel militar, escoltados por soldados con armas largas, aún en la actualidad, a sus 56 años, la siguen. «Para bien y para mal», enfatiza.

«Un Día de las Madres, mis hijos me dijeron: ‘olvídate de todo’, fui al festival de la escuela, pero los maestros comenzaron a hablar de las madres de los desparecidos y de los asesinados en la Plaza de mayo. Y yo me dije: «¿Por qué? ¿Por qué hacen eso?». No puedo alejarme de lo que pasó, de la ausencia. No hay espacio para olvidar».

LA AFADEM

Madre de cinco hijos y abuela de 15 nietos, Tita reconoce que, de no haber sido por la desaparición forzada de su padre, no sería la mujer que hoy es y que, gracias a las enseñanzas de Rosendo Radilla, ha logrado enfrentar los problemas de diversas formas, la viudez, por ejemplo, que la condujo a hallar nuevas formas de ganarse la vida.

«De la ausencia de mi padre, he aprendido a ser más sensible al dolor de los demás. Cada persona que llega a Afadem tiene una historia distinta que no deja de ser importante únicamente porque no ha sido llevada a la Corte. Al ser apoyada, la gente apoya. Y aunque me pregunten cómo va el caso de mi padre y me recuerden el dolor, yo sé que es porque lo quieren y saben que su caso puede abrir las puertas al de todos los demás desaparecidos».

Actualmente, cose por encargo para los demás habitantes de Atoyac, y con el dinero que le pagan por ello, subsisten sus dos nietas y su hija que viven con ella.

Respecto a los gastos que ha traído consigo su lucha, comenta que han sido físicos los más, pues, favorablemente, organizaciones civiles como el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil), el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos (Limeddh) y la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH), la han apoyado con transportes, hospedaje y alimentos cuando se ha trasladado a otro estado o ahora, con el juicio, a otro país.

VIVIR CON LA AUSENCIA

A las seis y media de la mañana Tita despierta para iniciar su jornada. Sus dos nietas parten a la escuela y su hija al trabajo, ella se dirige a su oficina en Afadem para recibir a quienes buscan orientación, apoyo y ayuda.

Tiene el respaldo de sus hijos María Natividad, Karla Alejandra, Diana María, Italia y Alejandro. Sin embargo, acepta haberlos hecho a un lado cuando apenas iniciaba su labor en el Comité y se vio en la necesidad de dejarlos encargados con una de sus hermanas que vivía cerca. «Mis hijos se casaron muy chicos. A veces me dicen en broma que fue porque los tenía abandonados», comenta, mientras condensa en sus labios una sonrisa vaga, culposa.

Su última nieta nació el pasado viernes tres de julio. Ella se hallaba en Chilpancingo y recibió la noticia vía telefónica. Cada año que pasa se suma otra celebración, otro acontecimiento familiar al que no asiste por sus compromisos con Afadem y con el proceso de su padre.

«Me he perdido fiestas de tres años, bautizos, cumpleaños, terminación de estudios, etc. Mis hijos lo comprenden. Alejandro, por ejemplo, me dijo esta última vez: «Tienes que ir a saber qué pasa con mi abuelo. No te preocupes. La que va a pujar es mi esposa».

«Mi trabajo es acompañar a las familias de las víctimas cuando se deciden a hacer las diligencias respecto a sus familiares desaparecidos, pero también Afadem acompaña a víctimas de detenciones arbitrarias y a mujeres que son violentadas física, sexual y psicológicamente por sus maridos, para que denuncien».

Cuando su padre convocaba a reuniones en su casa, las personas no cabían, narra Tita, y había muchas mujeres, porque Rosendo Radilla Pacheco era un hombre atípico, en una época en que no creían en la capacidad y el valor de las mujeres.

«A él no le interesaba que fueran hombres o mujeres sus compañeros. Consideraba que la gente debía educarse, independientemente de su sexo. Era diferente, a las mujeres que estaban solas con sus hijos las ayudaba. En Atoyac lo tienen muy presente. Todos tienen una historia con él que contar».

Para Tita, el único líder comunitario que ha conocido Atoyac de Álvarez ha sido su padre, y cuando la comparan con él y le piden asesoría, le causa gracia, dice que no tiene conocimientos tan amplios como su padre, quien consultaba y compraba montones de libros (sobre todo leyes) y se documentaba para saber qué decirles a las personas y ayudarlas.

«Mi padre asesoraba muy bien, pero yo no lo sé hacer tan bien como él. Además, aprendió a escribir a máquina y les hacía escritos a las personas. Yo sólo estudie la primaria, y ha sido a través de los talleres de la CMDPDH y otros organismos nacionales e internacionales que me he instruido», explica.

LO JUSTO

La comparecencia ante la CoIDH es una de las etapas más significativas para ella y su familia. Están a un paso de conseguir la dignificación del sufrimiento de su padre, de su familia entera que también ha sido torturada por el Estado, vía sus instituciones.

«Uno piensa: ¿qué va a pasar ahora? Siento una responsabilidad enorme al ir a Costa Rica, porque yo convenzo a las personas que no creen en las instituciones, de que denuncien, y tengo el compromiso de no fallarles. Espero que la Corte emita en su sentencia lo justo».

— ¿Qué es lo justo, Tita?

— Lo justo es investigar; lo justo es que se entregue a los familiares los restos de los desaparecidos; lo justo es saber su paradero; lo justo es que se repare a la comunidad de Atoyac de Álvarez que es tan pobre. Lo justo es conocer la verdad».

Se espera, dice, que la CoIDH emita una sentencia favorable para la familia Radilla Martínez en un lapso aproximado de tres meses, por la clara responsabilidad internacional de México de dicha desaparición.

— ¿Creerás algún día en el Ejército?

— Por supuesto que no. No reconocen sus responsabilidades y no cumplen con las funciones para las que fue creado. Los soldados deberían estar en cuarteles, no en las calles deteniendo gente, violando mujeres ni continuando la guerra sucia en los estados.

Tita se endereza sobre la silla, mira a través de la ventana, después, se disculpa por haber llorado tanto, pero quien esto escribe se disculpa por haber provocado su llanto. «No, no, no, dice, mientras manotea de izquierda a derecha para acentuar su negación, somos los afectados quienes no podemos evitarlo».

— ¿Cuándo estarás tranquila Tita?

— Cuando la Corte resuelva a favor y nos digan dónde están nuestros familiares. Hasta que vea resultados, podré dar por cumplida mi misión, y morir en paz. Quiero verlo antes de morir.

09/NBS/GG

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