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Trabajo domestico permite el avance de la sociedad

Por Sara Más

Cerca de un millón de cubanas se dedican hoy, en cuerpo y alma, a las labores de la casa, la mayoría de ellas con 45 y más años de edad, según estimados no oficiales. A ese grupo habría que sumar las que trabajan fuera y luego, cuando llegan a sus viviendas, tienen que encargarse de casi todas las tareas domésticas.

Un trabajo que de acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) se debe reconocer como tal, una jornada importante para el avance de la sociedad y de la cual persiste la creencia que es sólo responsabilidad de las mujeres.

Con una población de 11, 2 millones de habitantes, Cuba tiene una relación de masculinidad de tres varones por cada mujer y una tasa de fecundidad de 1,63, entre las más bajas de América Latina y el Caribe, de acuerdo con los últimos datos emitidos por la ONE.

La esperanza de vida de las cubanas es superior a la de los hombres y ellas los aventajan también con el 66, 2 por ciento de los puestos como profesionales y técnicas y el 63, 6 por ciento de las graduadas universitarias.

Sin embargo, el mundo de las mal llamadas «reinas del hogar» parece inamovible. Sin suficiente reconocimiento social y ninguna compensación económica, ellas se encargan de sostener y reproducir las fuerzas y energías de la sociedad, desde el ámbito de la familia.

LO COTIDIANO

Empatan un día con el siguiente y un trabajo con el otro, en jornadas consecutivas. Apenas conocen el descanso y al final de agotadoras tareas, sin pago ni vacaciones, siguen diciendo que ellas no trabajan.

Las amas de casa viven, casi siempre, en un laberinto interminable de labores domésticas y rigen sus destinos por una cargada agenda diaria que apenas les deja tiempo para sí mismas. Repartidas entre labores infinitas, complaciendo los gustos, demandas y necesidades de sus hijos, padres y esposos, parecen ser «la última carta de la baraja».

Así, se define Vivian Hernández, una habanera de 45 años que estudió, se hizo licenciada en Química, trabajó como universitaria asalariada en un laboratorio y desde hace 15 años, cuando nació su segunda hija, abandonó su puesto de trabajo para convertirse en lo que nunca soñó ser: ama de casa.

«No me quedó otra opción», dice ahora cuando recuerda los días en que, como a muchas cubanas, la crisis económica la llevó a cambiar el mundo laboral por el ámbito doméstico.

Prácticamente desaparecieron los medios de transporte y me era casi imposible llegar al trabajo. Por si fuera poco, tampoco tenía quien me cuidara la niña. Entonces decidí olvidarme de mi título universitario y quedarme en la casa, explica Hernández.

El retorno al hogar fue por entonces un paso que dieron no pocas habitantes de la isla, en medio de la crisis económica iniciada en los años noventa del pasado siglo. Especialistas e investigadores reconocieron en esa postura cierto retroceso en la vida de las mujeres, que ya eran mayoría entre las graduadas universitarias y presencia importante en el mercado del trabajo.

UNA HISTORIA TRAS OTRA

«Para mí lo peor es que no termino nunca y pocas veces puedo hacer lo que yo quiero», se lamenta Georgina Suárez, de 65 años, quien se declara una «ama de casa frustrada».

Sin más estudios que el bachillerato y la Escuela del Hogar, donde se adiestró en cuanta costura, receta y labor femenina la convertiría en una excelente esposa y madre de familia, Suárez intentó trabajar una vez en una escuela, como auxiliar pedagógica, pero fue todo un fracaso, reconoce.

No me adapté nunca –comenta-. El tiempo no me alcanzaba y en la casa todo se hizo un caos. Perdí el control, no atinaba a cumplir bien con mi trabajo en la escuela ni alcanzaba a terminar las cosas de la casa. No quedaba bien con nadie.

En su lista de pendientes, Suárez lleva años acumulando deseos incumplidos: irse un día entero de paseo por la ciudad, visitar a una antigua vecina en un alejado reparto capitalino, leerse una buena novela en menos de un mes y no perderse los estrenos del cine. Pero nunca tengo tiempo para eso, asegura.

ES UN TRABAJO

La subdirectora de la ONE, Teresa Lara, asegura que hay que reconocer, primero, que se trata de un trabajo y un trabajo importante, cuando habla del trabajo doméstico, el «no remunerado».

Que las propias amas de casa valoren poco su labor no es culpa sólo de ellas. Por una parte, se trata de un trabajo que ellas mismas no reconocen porque no está económicamente aquilatado: no reciben a cambio ningún ingreso económico.

Lara añadió que también existe la vieja creencia de que lo que se hace en casa no crea un valor económico, cuando es todo lo contrario: si no se limpia, se lava la ropa o se hace la comida, la sociedad se destruye y esas mujeres son responsables de la reproducción social que hace que la sociedad avance.

Como sucede en otras partes, las cubanas emplean más tiempo y esfuerzos que los hombres en las labores del hogar no remuneradas, según indica una encuesta sobre el uso del tiempo que la ONE aplicó en 2001 en cinco municipios del país.

El estudio comprobó que, en todos los casos, ellas emplean más tiempo que los varones en el trabajo no pagado: un promedio cercano a las tres horas en las zonas urbanas y rurales estudiadas.

Sin embargo, los valores económicos que crean las amas de casa no suelen aparecer en las cuentas nacionales, en el Producto Interno Bruto ni en las riquezas de sus países. A ellas, carentes de independencia económica y patrimonio propio, no sólo se les ignora su condición de obreras sin salario, sino que se les clasifica como «población inactiva», que no busca ni tiene empleo, cuando no como «desempleadas».

En opinión de Arelys Santana, integrante del Secretariado Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, la tradición ha enraizado la idea de que el trabajo del hogar es coto exclusivo de la mujer.

2005/SM/SJ

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