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Triste mañana

Por Cecilia Lavalle

La mañana está ligeramente fría, pero me gusta esa sensación. El sol aún no hace por entero su aparición, pero está lo suficientemente claro como para percibir su innegable aliento de vida. Me subo al auto, voy a llevar a mi hija a la escuela. Prendo la radio. Están las noticias. El locutor lee testimonios de algunos sobrevivientes al atentado terrorista en España. Mi hija, que en cuanto se sube al carro cambia de estación para escuchar música en el trayecto, se queda inmóvil, escucha la voz del locutor citando a un tal Fernando que describe la explosión, el humo, los llantos, los gritos y cómo, por encima de los muertos, empezaron a ayudar a los vivos. Me mira con sus grandes ojos y pregunta ¿qué paso?

Le cuento que hubo un ataque terrorista en España, que una serie de bombas colocadas en trenes hicieron explosión pasadas las siete de la mañana, le digo que a esa hora había mucha gente en los trenes porque iban a su trabajo, le cuento que hay casi 200 muertos y más de mil heridos. ¿Quién puso las bombas? Le digo que por el momento se cree que fue el grupo terrorista vasco ETA, pero que cada vez cobra más fuerza la versión de que haya sido un ataque de Al Qaeda, la red terrorista comandada por Osama Bin Laden. ¿Por el que Estados Unidos invadió Afganistán? El mismo. ¿Y qué culpa tienen los españoles?, pregunta. Supongo que los terroristas lo hacen en venganza por la invasión a Irak. ¿Y qué culpa tienen los españoles?, vuelve a preguntar. Supongo que vengándose porque el gobierno español apoyó a George Bush en la invasión a Irak y hay soldados españoles participando aún en la ocupación, respondo. ¿Y qué culpa tienen los españoles que iban en el tren?, vuelve a preguntar. Ninguna, respondo con tristeza, ni las personas que iban en el tren, ni el pueblo iraquí, ni el pueblo afgano, ni quienes trabajaban en las torres gemelas de Nueva York, ni millones de hombres y mujeres que habitan este planeta y están pagando los platos rotos que no rompieron. Sigue la voz del locutor leyendo testimonios, unos más desgarradores que otros. Es injusto, mamá. Sí, muy injusto, coincido. Llegamos a la escuela. Mi maestra de historia tiene razón, comentó al salir del auto, dice que somos más felices porque no leemos las noticias. Se alejó, y me pareció ver que caminaba con pesadumbre.

Hubiera querido abrazarla y protegerla. ¿Y de qué la protejo? ¿De las noticias o de un terrorismo que nos acecha incluso por televisión?, ¿de la radio o del mundo que heredará?, ¿de los terroristas con banda presidencial o de los que matan sin ella?, ¿de los que matan en nombre de Alá o de los que matan en nombre de Dios, la libertad y la democracia? ¿Y cómo la protejo? Imagino que en ese momento algo similar debe estarse preguntando una madre en España. Ahora no tengo respuestas. Acaso ella tampoco. Sólo tengo tristeza. Acaso ella más.

Abrazos solidarios.

Desde estas líneas abrazo solidaria a las mujeres y hombres y jóvenes y niñas y niños de España. Lloro con ustedes y les abrazo con el alma.

*Articulista y periodista de Quintana Roo.

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04/CL/GBG/SM

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