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Una nueva posibilidad de vida para las niñas de la calle

Por Lourdes Godínez Leal

Víctimas de violencia intrafamiliar, abuso sexual, drogadicción o simplemente del abandono, las menores que habitan en la casa de Ayuda y Solidaridad con las Niñas de la Calle IAP han encontrado aquí un hogar cálido, a diferencia con las coladeras de la ciudad donde muchas de ellas vivían antes.

Fundada desde 1993, esta casa de ventanales grandes por donde penetra fácilmente la luz, ubicada en La Raza, ciudad de México, es iluminada además por la presencia de las 72 niñas de entre tres y 18 años de edad, quienes parece que siempre hubieran habitado aquí.

María Mar Estrada, directora general de Ayuda y Solidaridad con las Niñas de la Calle IAP, comenta en entrevista con cimacnoticias que la institución tiene el objetivo de proporcionar a las pequeñas en situación de calle los cuidados y el apoyo que no reciben en otro sitio, para que se reintegren a la sociedad como personas independientes y productivas.

El de La Raza es un hogar temporal, de transición: aquí las niñas reciben atención médica y psicológica, trabajo social para encontrar a sus familiares en caso de que los tengan, y participan en talleres para aprender oficios como costura, belleza, panadería o computación.

Posteriormente son trasladadas a otro hogar de la misma institución ubicado en Jilotepec, Estado de México, donde pueden llevar una vida más estable. Ahí hay otras 70 menores; de ellas, cinco están por egresar y se preparan ya para una vida independiente.

Las menores llegan a La Raza canalizadas por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), las agencias del Ministerio Público o por gente que tenga a una niña en riesgo de calle; esas dependencias trabajan conjuntamente con la institución, explica Estrada.

Hoy Janet cumple 17 años; ella habita en la casa para niñas de Xilotepec y vino al Distrito Federal para una revisión médica:

«Me salí de mi casa desde muy chica, estuve viviendo en un internado ahí estudié la primaria y hasta primero de secundaria, me salí y anduve en la calle, me drogaba, pedía dinero en el Metro y robaba, no dormía, no me bañaba, no comía… Después me fui a un anexo, un grupo de Alcohólicos Anónimos y de ahí me trajeron para acá, ya no quería drogarme porque me aburrí…»

Cuando las niñas llegan, explica la directora, se les aplican una serie de exámenes: psicológicos y médicos, entre otros; las niñas que consumen drogas o alcohol no pueden ingresar en ese momento, «primero las mandamos a desintoxicación y cuando están mejor se quedan en la casa y se inicia el trabajo con ellas».

Entonces comienza una investigación sobre quiénes son y de dónde vienen las pequeñas: las trabajadoras sociales se dan a la tarea de buscar actas de nacimiento, a sus familiares, etcétera, además de que laboran con ellas en la búsqueda de su identidad, de sus necesidades y en el trazo de un proyecto de vida.

Una vez detectados a sus familiares también se trabaja con ellos aunque no siempre manifiestan disposición, pues muchos las han abandonado. Sólo alrededor de siete por ciento de las niñas logra restablecer contacto con sus familias y reintegrarse a ellas.

«Mis papás se murieron –narra Yesi, habitante de La Raza— y mis tíos me pegaban mucho; un domingo me salí de mi casa, salí temprano, tomé un taxi y después estuve con una señora que me llevó a la agencia, de ahí me mandaron a una casa hogar pero no quise estar y una licenciada me trajo; dijo que acá me iban a apoyar y sí, me están apoyando».

En cuanto a la ayuda médica que reciben, indica la directora general, María Mar Estrada, ésta es especializada pues la institución tiene convenios con hospitales, dado que es necesaria una valoración médica de todas las niñas que llegan.

Mencionó como ejemplo el Hospital de la Mujer, donde atienden a varias pequeñas puesto que 70 por ciento de las niñas fueron víctimas de abuso sexual; muchas llegan con infecciones vaginales, han tenido casos de gonorrea, sífilis e incluso el virus del papiloma humano.

«Ahora empecé a trabajar en un taller de joyería en Jilotepec y me siento mejor, ya no me drogo y aquí me tratan bien…», concluye Janet.

       
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