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Usan ejércitos el SIDA como arma biológica

Por María Elena López Segura

Símbolo de la fertilidad, adorado por escultores, pintores y poetas, el cuerpo femenino ha sido convertido en un medio para realizar uno de los peores crímenes contra la humanidad: la limpieza étnica que sin compasión realizan grupos armados de todos los bandos por medio del SIDA.

¿Cómo le va a las mujeres en la guerra?, esta pregunta es respondida con crudeza en el libro Mujeres, Guerra, Paz, editado por el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo de la Mujer (UNIFEM en inglés), y basado en una investigación de campo hecha por Elizabeth Rehn y Ellen Johnson, quienes visitaron 14 zonas de conflicto, desde Ruanda hasta los territorios palestinos ocupados por Israel.

No hay cifras exactas sobre cuántas mujeres pueden estar infectadas con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), causante del SIDA a causa de la guerra, aseguran las autoras, pero la población femenina enfrenta riesgos particulares por su fragilidad física, su lugar en la sociedad y el uso de esa enfermedad como arma para llevar a cabo un genocidio.

De acuerdo con UNIFEM, a finales del año 2001 había en el mundo alrededor de 40 millones de personas infectadas con el . VIH/SIDA. Desde que el virus fue identificado, en la década de 1990, unos 20 millones de personas han muerto por ese mal, para el que no existe cura aún en los países más desarrollados.

AFRICA, UN CONTINENTE DE MUERTOS

El 70 por ciento de la población infectada a nivel mundial vive en el Africa Subsahariana, donde la pobreza extrema, pero sobre todo los abusos contra la población femenina cometidos durante los conflictos bélicos, así como la inequidad de género, han llevado la pandemia a niveles trágicos.

Ante la mirada inerte del mundo, todo un continente es presa de uno de las peores males del siglo XX y quizá del incipiente XXI. El que sabe y no hace nada también es cómplice.

Las mujeres son infectadas a propósito por las tropas enemigas. Así se garantiza que si de la violación surge un embarazo, el niño también morirá, tarde o temprano, lentamente, sin medicinas, sin ayuda, sin compasión. Nacerá muerto.

Verónica, voluntaria del grupo de apoyo llamado AVEGA, que auxilia a las mujeres en Ruanda, relató a las autoras algo sobre el conflicto entre las étnias hutu y tutsi en 1994:

«El genocidio fue planeado durante mucho tiempo. Las armas fueron traídas de otros países con ese propósito. Empezaron matando a todos, incluso a los bebés que estaban en el vientre de sus madres. Grupos de 30 a 50 hombres violaban a una sola mujer, hacían fila. Así empezó el contagio del SIDA, ahora casi todas nosotras estamos infectadas porque fuimos violadas».

Cuando los hombres hutus se enteraron de que tenían SIDA decidieron infectar a las mujeres de la etnia rival, las tutsis, como parte de su estrategia de guerra. Los líderes militares exhortaban a sus «soldados» a violarlas para desaparecer a su enemigo, relatan Rehn y Johnson.

LA PROPAGACIÓN

En los conflictos bélicos la forma generalizada de propagación del SIDA es el sexo. Sin infraestructura de Salud, sin medicinas, casi sin agua ni comida, el contagio por compartir jeringas es marginal, aunque real.

Minados por el hambre, el cansancio, largas caminatas para conseguir comida para sus familias y la esclavitud sexual –lo único que pueden hacer para conseguir algo de ayuda o alimentos para ellas y sus seres queridos- los débiles organismos de las mujeres no oponen resistencia al VIH.

Esta situación es exacerbada por los desplazamientos internos de la población que huye de los enfrentamientos, y por el movimiento a través de las fronteras de personas en cuyos lugares de origen la pandemia se ha extendido, y que además pretenden también escapar de la guerra.

La presencia del SIDA entre las tropas regulares de Tanzania podría ubicarse en el 30 por ciento; en Angola se estima que entre el 40 y el 60 por ciento de los soldados están infectados, mientras en Zimbawe el virus puede estar presente en el 70 por ciento de los uniformados, agregan las autoras.

Pero las tropas de mantenimiento de la paz, integradas usualmente por soldados de varios países cuya misión es separar a las partes enfrentadas, también son un foco de propagación, ya que muchos de ellos carecen de los conocimientos necesarios para evitar el contagio.

¿LA HISTORIA SIN FIN?

Rehn y Johnson presentaron ocho recomendaciones al secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, para proteger aunque sea un poco a las mujeres de los abusos en los conflictos armados, entre ellos el contagio deliberado del SIDA.

Crear todos los programas y fondos que sean necesarios para detener el alarmante número de muertes femeninas a causa del SIDA en las guerras y elaborar una estrategia que permita a las mujeres evitar el contagio, tener acceso a tratamientos y apoyo si ya están infectadas.

Realizar campañas de prevención del SIDA antes y después de los conflictos, en las que participen los gobiernos nacionales, la sociedad civil y todas las agencias de Naciones Unidas.

Eliminar las situaciones que favorezcan la propagación de la enfermedad durante una emergencia humanitaria y determinar los vínculos entre conflictos, desplazamientos y género.

Líneas claras de acción para prevenir el contagio en las operaciones de paz. Todas las tropas de paz deben ser sometidas a la prueba del SIDA en forma confidencial por sus propios gobiernos.

La creación de políticas claras que permitan evitar la propagación del SIDA y el cuidado de los enfermos en emergencias humanitarias.

El Fondo Global de Lucha Contra el SIDA, de la ONU, deberá tomar provisiones para apoyar programas en situaciones de conflicto, sobre todo en países cuyos gobiernos son incapaces de manejar la situación.

La Hermandad para el Desarrollo de Africa (NEPAD en inglés), deberá encabezar las políticas de prevención del mal en el continente.

Creación de códigos de conducta que impidan a las fuerzas de paz abusar o explotar sexualmente a las mujeres de los países a los que son destinados.

MEL

       
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