Inicio Valentina, violada por militares en La Montaña, espera la justicia

Valentina, violada por militares en La Montaña, espera la justicia

Por Sandra Torres Pastrana/enviada

Cuando vivía en mi pueblo, Barranca Bejuco, en La Montaña, tenía mi casa, mis animales, no tenía que comprar agua, hay de todo. Por eso salir de ahí y vivir en una ciudad fue como llegar a un mundo extraño, tengo que comprar todo, he tenido que aprender español, entrar a trabajar y enfrentar el abandono de mi esposo. Y así como fui fuerte para denunciar lo que me pasó con los soldados que me violaron, ahora tengo que serlo más para salir sola adelante con mi hija.

Son palabras de Valentina, indígena Me´phaa (tlapaneca) oriunda de la Comunidad de Caxitepec, municipio de Acatepec, Guerrero, quien en entrevista exclusiva con Cimacnoticias narra cómo cambió su vida a partir de que fue torturada sexualmente por militares el 16 de febrero de 2002, cuando apenas tenía 17 años de edad.

El caso de Valentina, junto con el de Inés, también Me´phaa igualmente atacada sexualmente por soldados del Ejército Mexicano el 22 de marzo de 2002, en la comunidad de Barranca Tecuani, municipio de Ayutla de los Libres, fue llevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a donde llegan los casos que han agotado las instancias nacionales de justicia.

Las denuncias de Valentina e Inés se hicieron ante el Ministerio Público (MP) del fuero común de Ayutla de los Libres, pero este se declaró incompetente y fue turnada al Ministerio Público Militar. Y aunque se buscaron amparos para que fueran las autoridades civiles quienes juzgaran a los militares, no procedieron, detalla a esté medio Teresa de la Cruz, coordinadora del área de difusión del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan.

Destaca de la Cruz que pronto la justicia militar cerró los casos porque supuestamente las víctimas no estaban interesadas en el caso, al no responder a sus citatorios. Pero si Inés y Valentina no acudieron, fue porque era infundada la competencia militar en el caso, además de que cualquier investigación sería parcial.

El caso de Valentina se presentó ante la CIDH en noviembre del 2003 y el 12 de octubre del 2007 acudió a la sede del organismo en Washington a una audiencia pública del organismo.

Teresa de la Cruz, coordinadora del área de difusión del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, señala que Valentina y ese organismo, que es peticionario ante la CIDH, están en espera del Informe de Fondo que emita dicha Comisión, cuyo retraso ha obedecido a que el Estado mexicano le envió en noviembre un informe pidiéndole que no emita su Informe, porque asegura que está practicando algunas diligencias.

Sin embargo, explica De la Cruz, en diciembre pasado Tlachinollan, afirmó que toda investigación que realiza el Estado mexicano es ineficaz, porque no se aclara la competencia, es decir, qué institución es responsable de hacer la presunta investigación.

El Estado mexicano dijo que la Procuraduría General de la República estaba practicando las diligencias, cuando en realidad era la Procuraduría estatal la encargada. «Y esto para nosotros no tiene validez, dice De la Cruz, porque la Procuraduría estatal sólo está investigando civiles, cuando fueron militares los que violaron a Valentina. Por eso en nuestro escrito de diciembre solicitamos que la CIDH ya emita el Informe de fondo.

NOSTALGIA

Valentina siente nostalgia por su familia, integrada por cuatro hermanas y cuatro hermanos, donde ella es la mayor, extraña su casa, extraña sembrar jamaica, maíz, frijol, calabaza y chile, criar gallinas, guajolotes y chivos y tiene un gran miedo de que alguien se entere dónde vive.

De mirar triste, baja la vista cuando habla «de lo que le pasó», como llama a la tortura sexual a la que fue sometida por un grupo de militares. Pero al hablar de justicia reaparece brillo en su mirada y la voz se torna fuerte.

— ¿Por que decidiste vivir en Chilpancingo?

— Desde lo que me pasó en Barranca Bejuco tuve que salir huyendo, porque la gente de la comunidad, después de haber denunciado lo que me pasó, no me trató igual, me empezaron a rechazar, decían que por mi culpa no recibían apoyos del Gobierno.

«Ahora ya tengo cinco años viviendo aquí, actualmente rento, vivo con mi hija de siete años y con mi hermana que estudia la secundaria y tiene dos años viviendo conmigo», detalla.

— ¿Qué fue lo que pasó con tu esposo?

— Él salió conmigo y mi hija de la comunidad, estuvo viviendo con nosotras como cinco meses pero después se fue, la verdad es que siempre me rechazó por todo lo que pasó, me decía que nadie me iba a querer por todo lo que pasé, que iba a estar sola siempre. Además, con él fui víctima de maltrato físico, ya que me pegaba.

«Llegué a un límite en el cual ya no quería vivir más, pensé en el suicidio, caí en una depresión en la que sólo pensaba en cómo le iba hacer para pagar mi renta y los gastos, pensaba en cómo los que me hicieron daño no han pagado y están libres, como si nada, y a mí me había dejado mi esposo, lejos de mi familia. Perdí mi casa y todo».

— ¿Cómo saliste de este proceso?

— Gracias a mi mamá, mi familia y dios hoy estoy aquí, las palabras de mucha gente cercana me han ayudado. Busqué un trabajo y actualmente tengo dos turnos, en la mañana cuido a unos bebéscon una señora y por la tarde trabajo en un boutique de ropa.

«Mi jornada empieza muy temprano: llevo a mi hija a la escuela, saliendo del trabajo la voy a traer y de ahí se va conmigo a mi otro trabajo y estamos juntas hasta que salgo de la boutique y nos vamos a casa, cuando tengo que salir por algo mi hermana me apoya y me cuida a mi hija».

— ¿Cuándo fue la última vez que visitaste tu pueblo y cambió la actitud de la gente?

— Tiene cinco meses que no visito mi comunidad, últimamente he estado viendo más continuamente a mi familia. Recién llegué, tenía como dos o tres años que no iba pero ahora es distinto.

«Antes cuando iba a mi pueblo las personas se me quedaban viendo mal, ahora ya no. Desde que supieron que fui hasta Washington a arreglar lo de mi asunto cambiaron. Ahora hasta me saludan y me preguntan cómo estoy, que dónde vivo, que cómo va mi caso».

— ¿Hubo discriminación o ataques a tu familia?

— Sí, mucha discriminación hacia mi familia. La que más lo resintió fue mi mamá, le decían «no supiste educar a tu hija», «fue por su propio bien lo que le pasó». Mi mamá, a pesar de esto, nunca hizo caso, siempre me apoyó, no con dinero pero sí con sus palabras.

— ¿Cómo es la vida de las mujeres en tu comunidad?

— Las mujeres de mi comunidad tratan de vivir, no hay médico, los maridos las maltratan, si las ven platicando con un hombre les pegan. Me duele lo que pasan ellas porque no ponen limites para que no se dejen y las siguen maltratando, y pobres, pues más.

«Además, si se va uno de la comunidad –como en mi caso, que estudie 2 años de secundaria en Chilpancingo– y llegas hablando un poco más de español te cierran las puertas y no salen. Más cuando van militares a las zonas, ya las hijas e hijos no van a la escuela, las mujeres ya no salen a trabajar porque les da miedo, porque ellos traen armas y saben que están en peligro».

— ¿A que edad se casan las mujeres de tu comunidad y que oportunidades de estudio tienen?

— Pues solo se estudia hasta la primaria y no siempre la terminan. A veces se salen de cuarto año y si ya estás grande te casas. Yo estudié hasta segundo de secundaría porque mi mamá se enfermó y tuve que regresar a mi comunidad, pero quería seguir estudiando. Como ya no se pudo, me casé a los 15 años, cuando mi esposo tenía 21. Actualmente me gustaría estudiar pero no puedo por el tiempo y el dinero.

MILITARES, TORTURA Y ABUSOS

— ¿Cuándo fue que se empezó a agudizar la militarización en la zona donde vivías?

— Desde el 2000 se empezaron a agudizar los problemas en las comunidades, se vieron más militares. Pero antes de que yo denunciara mi violación, ya se sabía de otros casos de violaciones en mi comunidad. Supe de una mujer que denunció, pero el comisario no hizo caso. Les dijo a ella y sus familiares que si ponían denuncia iban a meter en problemas a la comunidad, porque los militares son empleados del gobierno y nosotros solo somos pobres, qué tal si vienen y nos matan. Y así dejaron pasar ese caso.

— ¿Cómo fue que decidiste denunciar?

— Denuncié gracias a que un tío de Barranca me dijo que yo no podía quedarme callada, porque, si no lo hacía, todo iba a seguir igual. Él me acompañó y bajamos caminando a Ayutla para poner la denuncia.

«Durante dos años saqué fuerzas para estar bajando y subiendo de la montaña con mi tío, pasábamos hambre y como no había carro caminábamos 8 horas y cuando agarrábamos carro tardábamos 4 horas. Pero hace tres años lo mataron, lo asesinaron y sus hijos no pusieron denuncia por miedo y mejor se quedo así».

— ¿Cómo se llamaba tú tío y por qué crees que lo asesinaron?

— Él se llamaba Encarnación Rosendo Morales, es hermano de mi papá, él hablaba más español, estudió más y entendía más que las cosas no debían quedarse sin denunciar y pues allá entre más hables español la gente no te quiere, te ve mal y si estudias pues más y hay mucha gente a la que no le gusta.

— ¿Cómo te has sentido desde que tu caso está en la CIDH y cómo fue el proceso?

— Fue una experiencia linda y triste, porque tuve que ir hasta Washington para que se me haga justicia, porque el Gobierno de México no escucha y porque hay muchas mujeres que no denuncian por vergüenza o por miedo a sus maridos o su familia.

«Fui con Inés y su traductora Obtilia Eugenio, los abogados Mario Patrón y Alejandro Ramos. A partir de ir a la CIDH, sentí que las cosas podían cambiar y puede haber justicia para las mujeres, sólo que tienen que saber que no deben callar sino luchar para que las cosas no se queden sin resolver».

— ¿Vives con miedo?

— Si con mucho miedo y resentimiento hacia los militares por la situación que viví, nadie sabe dónde vivo ahorita, porque antes en la primera casa que viví llegaron unos tipos a preguntar que quién era y de dónde venía, así que salí huyendo también de esa casa y ahora ya nadie sabe dónde vivo.

— ¿Qué esperas?

— Lo único que pido es que se me haga justicia, que las mujeres de las comunidades de La Montaña de Guerrero no tengan que enfrentarse a la violación de militares, como si fuera algo cotidiano, y que el Gobierno no escuche.

«Yo voy a seguir luchando para quelos militares que atentaron contra mí paguen, estoy triste porque siete años después de lo que me pasó aún no hay justicia y estoy sola y lejos de mi familia. Y aunque sé que es un proceso largo, voy a luchar hasta que encuentre la justicia y cuando llegue voy a regresar a mi pueblo a sembrar jamaica junto a mi familia».

09/STP/GG

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