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Vida en la calle, campamento en el centro del DF

Por Alicia Sepúlveda

Si alguien me hubiera predicho que estaría acampando en pleno Paseo de la Reforma, cocinando en anafre, comiendo y discutiendo de política a la vista de todos, no le hubiera creído. Y, sin embargo, hace catorce días que me paso el día entero en el campamento que las y los telefonistas en defensa del voto decidimos instalar desde el lunes 31 de julio, respondiendo al llamado que nos hizo AMLO en la tercera Asamblea Popular Informativa.

Un matrimonio: Walfred y Cristina y sus tres hijos ?Manuel, de catorce, Elías, de once y Ehécatl, de ocho años? decidieron cancelar sus planes vacacionales y establecerse acá. De no ser por ellos a mí me hubiera sobrado voluntad, pero faltado experiencia. Nunca he acampado. Sería incapaz de armar una tienda y, hasta hace poco, desconocía por completo los secretos del carbón. En pocas palabras, soy la mejor expresión de la citadina acostumbrada a tener todas las facilidades a mano, completamente inadaptada a la vida en la intemperie.

Acá todo cuesta: desde acarrear el carbón y los alimentos hasta traer las cubetas con agua para lavar los trastes. No me queda sino admirar aún más a las mujeres de las zonas marginadas y comunidades rurales, que pasan por esto todos los días de su vida.

Las niñas y los niños ayudan en lo que pueden y les queda tiempo sobrado para entretenerse. Como no hay tránsito, se van patinando hasta el Zoológico o el Lago, o recorren todo el plantón obteniendo noticias. Se anticipan en más de una semana al Diario de la Resistencia y son los guías perfectos para quienes nos visitan.

Me da risa ver cómo se enfurece la derecha porque nos ocupamos del bienestar de todos: de la diversión de niños y el entretenimiento de adultos. Ya hasta sacaron una presentación sobre los Pejelagarto Tours que pretende ser una burla pero sólo ha logrado poner de manifiesto el buen funcionamiento del plantón, con sus cocinas colectivas, canchas de futbol rápido, exposiciones de arte, presentaciones de teatro y hasta concursos de baile y canto. ¡Ya quisieran!

Si se levantara un censo se pondría de manifiesto que más del 60 por ciento de los participantes somos mujeres. Un taxista que está en contra del plantón me asegura, con inaudita seriedad, que todas estamos enamoradas del Peje, porque sus dos hermanas, que participan en la Asamblea de Barrios, empacaron trastes, cobijas, hijas, nietos y se vinieron a quedar al plantón y él no encuentra más explicación que una insensata pasión amorosa. No parece creerme cuando le digo que, con todo lo que queremos al Peje, más queremos a nuestro país, y que estamos aquí porque era la única manera de impedir el golpe de Estado técnico.

Esta misma discusión la he tenido con muchas amigas y compañeras, que se decían pejistas hasta antes de que ocupáramos Reforma. Reclaman nuevas formas de hacer política, pero cuando les pido ejemplos o propuestas no saben qué decir. De hecho, en un primer momento yo también dudé, hasta que vi en los diarios que a la tercera Asamblea Popular habíamos ido «menos de 180 mil gentes». Era obvia la intentona de imponer a Calderón, y no hubo, de momento, mejor manera de detenerlo.

Pero, además, este plantón ha resultado ser una inmensa escuela de democracia organizada. No es fácil montar, de un día para otro, un campamento de diez kilómetros de longitud, provisto de lo más indispensable. No es sencillo acomodar a multitud de personas que vinieron de todos lados a apoyarnos, conseguir víveres, prepararlos, servirlos, mantener todo limpio y ordenado. Y lo hicimos desde el primer día, con alegría y orgullo.

Cuando nos cayó la primera tromba muchos pensaron que al día siguiente Reforma estaría libre ¡Qué poco conocen el temple de estas mujeres que se pasaron la noche entera combatiendo la tromba con una escoba, para que sus hijos durmieran secos! Han sido las eternas damnificadas de la violencia de la naturaleza y los caprichos de los gobernantes, acostumbradas a levantarse de la nada una y otra y otra vez. Cada día que pasa este plantón está más y mejor organizado. Y las mujeres somos, en gran medida, las responsables.

A quien mire sin cuidado podrá parecerle que estamos repitiendo los esquemas tradicionales de la división del trabajo. Nada más falso. He visto mujeres que nunca antes se atrevieron a expresarse en público caminar resueltas hasta un micrófono para exponer sus ideas. Acá se cocina, se lava, se barre, pero también se piensa, se discute, se organiza. Después de esto, nunca volveremos a ser las mismas.

06/AS/CV

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