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Violación, el otro costo de la migración

Por Marcela Toledo/corresponsal

Recién parió a su hija, producto de la violación de su cuñado Pánfilo, Rosa, indígena guerrerense de 16 años, recibió la visita de su hermana Teresa en el hospital, para recriminarle por qué quería meter a su marido a la cárcel, pues entonces quién mantendría a sus dos hijas.

Dicen que hasta el mismo Pánfilo anduvo rondando el hospital.

Lo cierto es que fue alertado por amigos. Y la misma noche en que Rosa salió del hospital, Lucio, padre de Rosa y Teresa, y sus dos traductoras fueron a la estación de policía de Santa María a denunciar la violación.

Rosa y su hija Inés Bárbara habían sido recogidas del hospital por una pareja de paisanos en un pequeño auto, que cuando menos traía una silla porta bebés, mientras Lucio y sus acompañantes iban a la estación de policía.

Ahí estaban los tres cuando Pánfilo llamó a Lucio a su celular y le reclamó su intención de meterlo a la cárcel. Lucio terminó la llamada porque se quedó sin batería y las traductoras necesitaban información.

La operadora que contesta el teléfono rojo del lobby les dijo que la víctima tenía que ir a declarar. No importaba que apenas hubiera salido del hospital. Lucio llamó a la pareja que se había llevado a madre e hija, y regresó media hora después con la recién parida, quien temblaba de frío.

El policía que hizo el interrogatorio hablaba medio mocho el español, pero se entendía, así que sólo se quedó la traductora de mixteco con Rosa, quien tuvo que explicar todo, todo, todo. Con pelos y señales.

Sólo se levantó un reporte para enviarlo a Arizona, donde el delito fue cometido. Necesitarían pruebas de ADN para probar que Bárbara era hija de Pánfilo. Pero nada de detener al individuo por violar a la menor. Se requerían pruebas.

El jefe de policía, Danny Macagni, explicaría después que como el delito no sucedió dentro de su jurisdicción, no podían hacer nada, sólo enviar el reporte a Arizona. No tenemos escena del crimen. Ni siquiera se puede comprobar que el crimen sucedió, dijo.

Y agregó: Los criminales tienen derechos estatales, federales y locales. No podemos arrestarlo porque no es nuestra jurisdicción. Es inocente hasta que se demuestre que es culpable. Si violó a esta joven, tiene que ir a prisión. Si está registrado por inmigración, podría ser detenido. Pero es difícil identificar gente que no está registrada, que ni se sabe que existe.

De cualquier modo, Pánfilo se peló esa misma noche con su mujer y sus dos hijas –la segunda de cuatro meses de nacida. Se fueron de Santa María con rumbo desconocido. Y nada se sabe de ellos.

Con su falda floreada y larga hasta el piso, una playera color naranja y huaraches, la negra y larga trenza remarca la delgada cara de Rosa. Amamanta a su bebé. Luego la deposita en un moisés de encaje azul que le regaló su compañera de cuarto en el Marian.

Unos dos meses antes de aliviarse, la muchacha pizcó fresa. Luego, ya no pudo. Y ahora menos. Tiene que cuidar a Bárbara.

Mientras, Lucio, Petra, su mujer y su pequeña de un año y medio, comen frijoles negros con totopos. La niña sostiene con su manita derecha una pierna de pollo semi descarnada y reseca. El festín está encima de una caja de cartón destartalada, a manera de mesa, sobre la alfombra sucia.

Lucio está sentado en una pequeña lonchera de plástico azul. Su mujer, amonada en el piso. Tienen nueve meses viviendo en ese cuarto de cuatro metros por otros cuatro. Pagan 140 dólares por cada uno, es decir, 420 dólares. La casa de la que forma parte ese cuarto tiene tres piezas más. Todas habitadas.

Por cama tienen dos colchones, uno encima del otro, que separan y extienden en la alfombra cuando se van a dormir. No tienen sábanas, sólo un par de coloridas cobijas, similares a las de marca San Marcos, como de peluchito. Tienen dos sillas infantiles de plástico: una azul rey y la otra, rosa mexicano.

En una pequeña mesa junto a la pared una televisión a colores de 17 pulgadas está sintonizada en un canal en español. Y tienen una videocasetera VHS; un pequeño horno de microondas, que ya no es blanco sino amarillento, y unos pocos trastes para su comida.

Padre e hija platican a las traductoras que Rosa llevó a Bárbara al médico para que le pusieran las vacunas. Su próxima cita será en dos meses. La pequeña tiene derechos. Es ciudadana norteamericana.

Rosa también deberá ir al médico. Ese es otro cantar. Cuando menos puede recibir leche, huevos, queso, cereal, frijoles y lentejas gratuitas porque amamanta a su bebita. Nadie sabe nada de Pánfilo. Ni de Teresa.

Lucio trabaja en la fresa. A veces sólo labora cinco o cuatro horas al día. Lo poco que saca es para pagar la renta. Petra trabaja dos días a la semana, también en la fresa. Rosa cuida entonces también de su hermanita.

Por haber sido violada en este lado, Rosa podría obtener su Visa U, otorgada a víctimas de crímenes violentos en territorio norteamericano, que le permitiría trabajar legalmente en este país por un año. Y luego por otro. Y otro más. A los tres años, inmigración decide si otorga la residencia permanente a las víctimas.

Ahora todo queda en manos de Dios y de las buenas almas que ayuden a la joven madre y a su familia en Santa María. ¡Ah! Y de inmigración, que en estos casos, es como el Todopoderoso.

* Los nombres de las y los afectados fueron cambiados para proteger su identidad.

06/MT/GG/CV

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