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Vivir a puño limpio

Por Marcela Toledo,corresponsal

Nadie se imaginaría que los puños que golpean con toda su fuerza durante su diario entrenamiento como boxeadora amateur, son los mismos que se abren amorosos poco después para acariciar a sus cinco hijos y cocinar para ellos. Ni que a diario maneja un autobús escolar llevando y recogiendo a más de 60 pequeños de cuatro escuelas primarias.

Jenny Gómez, de 26 años, nació en California y fue la hija mayor de una madre soltera que trabajaba en el campo en Santa María. Por eso, desde que tuvo uso de razón, a ella y a su hermano y hermana, los criaron sus abuelos en San Luis Río Colorado, Sonora.

Creció con un primo mayor que ella, con él aprendió los juegos que él quería: canicas, carritos y hasta ponerse los guantes de box y pelear, relata en entrevista luego de uno de sus diarios entrenamientos en el Club de Box Santa María, en el Centro Minami.

La joven recuerda que su abuela murió cuando ella tenía tan sólo 9 años. Desde entonces la crió su abuelo. Y a la edad de 14 decidió ir a vivir con su mamá en Santa María. Ya estando aquí, como no le gustaba la escuela cuidaba a sus hermanos mientras su madre trabajaba.

Durante un año Jenny anduvo entre pandillas, peleando con quien se le pusiera enfrente.

«Me buscaban pleito. Nunca me rajaba a cualquiera, porque cuando andas con los amigos crees que están contigo. El box siempre me gustó. Nos poníamos los guantes y peleábamos», comenta.

Pero cuando tenía 16 años tuvo a su primera hija, Cinthia, quien cumplió los 10 años. Y la maternidad la cambió. «Era rebelde. Pero se me quitó», reconoce.

Estudió hasta el octavo grado y después se fue a trabajar al campo. Cortaba brócoli, colifor y lechuga, pero no le gustaba. Entonces trabajó como cajera en el Deli El Toro. «Siempre busqué un trabajo menos pesado que el del campo», dice y explica que después fue al colegio Allan Hancock a estudiar inglés y para aprender enfermería.

Sin embargo, cuando atropellaron a su hija Jenny el año pasado, se dio cuenta que no podría ser enfermera, pues ni siquiera pudo tocar a la pequeña. Mejor regresó a cortar lechuga.

Un día, mientras piscaba lechuga, vio un letrero que decía que necesitan bus drivers (conductoras de autobus), se informó e inició clases en junio del 2006. La primera vez que manejó un autobús oficialmente fue en agosto. Ahora maneja un autobús con capacidad para 84 personas en la Ruta 10 de Santa María.

Recoge y entrega a escolares de las primarias Bonita, Alvin, Arellanos y Miller.

«Hacen ruido, pero le subo a la música y se controlan. Dicen que los de la Arellanos son malos, los comprendo porque yo fui así. A los más rebeldes los sientan enfrente. Los reto a hacer ejercicio, a correr 45 minutos sin parar, a hacer sit-ups, pero nunca aceptan», comenta Jenny con una sonrisa.

EL BOX, SU PASIÓN

Recuerda que desde que tenía 8 ó 10 años ya le gustaba el box. «Me apasionaba. Imaginaba que boxeaba en el ring. Nunca le platiqué a nadie porque pensé que se iban a reír».

Un día se animó a retomar el deporte. Su hermano le dijo que estaba loca, pero la apoyó. Y comenzó a entrenar en el Centro Minami, con Willi Flores, el entrenador de box del Club de Box de Santa María. En ese entonces, marzo del 2006, Jenny pesaba 170 libras. Actualmente pesa 150.

Nadie sabía que Jenny entrenaba cada tarde, ni su mamá, quien le cuida a sus cinco hijos mientras entrena. Tampoco su novio.

«Cuando les dije que iba a pelear en Oxnard, nadie me creía. Hasta que les enseñé mis zapatos y les pregunté si alguien me iba a acompañar a Oxnard», platica.

El día de su primera pelea Jenny estaba nerviosa. Le temblaban las rodillas. Y más cuando vio que la muchacha estaba más grande que ella y se le dejó venir al primer campanazo. Al ver a su cuñada y amigos, más nerviosa se sentía.

«No supe cómo tirar el jab. La muchacha se me dejó venir rápidamente. Se me olvidó lo que Willy me había dicho, que el jab, que el jab. La muchacha me pegó rudo. Yo trataba de pelear. Me tumbó jalándome hacia abajo. Me pegó con el codo.

«Vi el video. Quisiera tenerla otra vez enfrente y hacer lo que no hice. Después me sentí triste porque nunca había perdido. A mi hermano siempre lo hacía llorar. Pero me quedé contenta porque hice lo que quise, boxear».

Y aunque perdió esa pelea, Jenny siguió.

«Soy terca y hasta que gane y me sienta a gusto seguiré. Siempre soy así. No estoy contenta hasta que tengo lo que quiero. Cuando vine a decirle a Willy (que la entrenara), me miró de pies a cabeza, se rascó la cabeza y me dijo que sí. Me entrenó jab y cómo usar las manoplas, seguí una dieta», señala.

El diciembre Jenny peleó en el Casino Chumash. Fue una exhibición de amateurs y quedó satisfecha con su actuación. Flores también quedó satisfecho con el desenvolvimiento de su pupila y piensa llevarla a Las Vegas.

En el box Jenny ha encontrado una manera de canalizar lo que siente adentro y afianzar su valentía frente a las circunstancias difíciles de la vida.

«Me gusta pegar. A lo mejor es el coraje contenido. Me gusta también dar los fregadazos. Si me dan, los tiro más fuerte. Quizá porque mi abuelo me decía que no tuviera miedo de un ratón, de una araña, los agarraba…»

Tiene una rutina diaria. Como joven madre se levanta a las 4 AM a preparar la ropa y el lunch para sus hijos, los entrega a la niñera a las 5:30 AM, se va a trabajar como chofer; los recoge y los lleva con su mamá para que los cuide, mientras que ella entrena en el Centro Minami de 5:30 PM a 6:30 PM. Luego los recoge y se van a su casa, en Guadalupe.

«Quiero tener salud y que mis hijos tengan salud. Quiero tener mi casa para mis hijos y no tener que pagar renta, darles a mis hijos lo que yo no tuve. Y en el boxeo, si se puede, salir adelante. Sí me da miedo agarrar un golpe, porque soy madre y tengo a mis hijos. Soy atrevida y aventada. Lo que quiero lo he conseguido», concluye la pugilista.

07/MT/CV

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