Inicio Vivir en el lodazal, el pan de cada día en Chalco

Vivir en el lodazal, el pan de cada día en Chalco

Por Román González

El recrudecimiento de la pobreza urbana tiene uno de sus más ilustrativos ejemplos en el Valle de Chalco, aledaño a la Ciudad de México, donde miles de familias viven en condiciones lamentables, en particular las mujeres, pese a los esfuerzos para mejorar sus condiciones de vida.

Para miles de mujeres que viven al día en Chalco, la pobreza en la que subsisten constituye un atentado contra su dignidad, ya que ocasiona desnutrición, problemas de salud, insuficiencia educativa y vivienda de mala calidad.

Este municipio fue creado el cuatro de noviembre de 1994 por decreto de la Cámara de Diputados bajo el nombre de Valle de Chalco Solidaridad. Es el municipio número 122 del estado de México y colinda con el Distrito Federal.

La información oficial más reciente señala que en 2002 habitaban 385 mil 750 mil personas, de las cuales 50.3 por ciento son hombres, y 49.7 por ciento mujeres. La densidad poblacional es de seis mil 415 habitantes por kilómetro cuadrado, y representa una de las más altas en esa entidad.

DIOSITO ES INJUSTO

En Valle de Chalco Solidaridad, el río La Compañía no separa la pobreza, al contrario, sus aguas negras unen a los habitantes de este ayuntamiento con los del vecino municipio de Ixtapaluca, quienes han padecido inundaciones en cada época de lluvias.

«Diosito es injusto porque nos echa tanta agua pero no es para beber», dice Juanita Hernández, dueña de un cuarto de láminas de cartón afianzadas con alambre requemado a unos palos que apenas la sostienen.

Su casa apenas está separada unos cuantos metros del bordo del río de La Compañía. Juanita, de 45 años (aparenta 10 más), llegó antes que se formara este municipio. La mitad de su vida la ha dedicado a ser trabajadora doméstica en distintos lugares del Distrito Federal.

Durante la más reciente inundación: su cama terminó de oxidarse; el colchón lo tuvo que tirar por lo mojado, más no por lo deteriorado; la estufa de petróleo ya ni para pieza de museo quedó y su ropa raída terminó entre el lodo pestilente.

De estatura baja y originaria de Tlacolula, Oaxaca, doña Juanita dice que se ha «sobado» el lomo desde que llegó a la Unión de Guadalupe.

«Antes de que Carlos Salinas de Gortari llegara a la presidencia y el Papa Juan Pablo II viniera a este lugar, nosotros llegamos primero: mi marido José; mis dos hijos Jesús y Pablo; y yo», recuerda Juanita con nostalgia.

Entonces, continúa, las combis cobraban seis pesos de aquellos y «nos dejaban en la caseta vieja. De ahí caminábamos hasta acá, pero era puro pasto. No había agua pero las pipas entraban y nos las vendían a cinco pesos el tambo; no había luz y la traíamos desde la autopista; huuyyy, y cuando nos enfermábamos, pues ¡córrele!¡ para Neza o de plano al Distrito Federal, pero el que no alcanzó a llegar fue mi José».

Triste, recuerda Juanita, «aquí nomás se nos quedó de una fuerte pulmonía».

Han pasado 15 años y Juanita se enfermó luego de la reciente inundación. «Sólo siento calosfríos y el doctor del centro de salud solo me da eritromicina, pero sigo sudando mucho, y pos del Seguro Social, aquí me queda bien cerquita la clínica familiar, ni tengo».

LA POBREZA CURTE

La pobreza le ha dado fuerzas a Juanita para soportar carencias desde que llegó a la Unión de Guadalupe e incluso para salir adelante después de la muerte de su esposo. Sólo llora cuando se acuerda de sus hijos.

Jesús, dice, se fue a Los Ángeles desde hace cinco años, «dizque para mandarnos muchos dólares y construir nuestra casa. No sé nada de él. A lo mejor ya me lo mataron. ¡Sólo Dios sabe!».

De Pablo…»!ése nomás anda por ahí con su algodón en la mano! A veces llega a dormir, pero ya tiene una semana que ni llega, y qué bueno que ni venga porque nomás me sacaba mis pocos centavos que ganaba».

Así va cayendo la noche y la tarde pasa de un azul metálico a un gris plomo.

Aquí, miles de Juanitas salen diario a planchar y lavar ropa, a la fábrica, a vender gelatinas, tortas, dulces, perfumes, y todo lo que se pueda para llevar unos cuantos pesos a la casa. Y no deben de ser menos de diez pesos pues eso es sólo lo que cuesta salir y entrar a esta tierra papista y salinista.

Datos del Consejo Nacional de Población (Conapo) revelan que en tres décadas, el número de hogares mexicanos creció de 6.8 a 22.7 millones y la tendencia indica que para el 2010 se necesitarán servicios para 33 millones de familias, de las cuales una quinta parte estará encabezada por una mujer.

2003/RGL/MEL

       
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